Valencia busca cómo adaptar sus 400.000 árboles al calor
Los expertos aconsejan permear los suelos para aprovechar las lluvias, buscar especies más resistentes al calor y evitar las podas agresivas
La sequía está cambiando el paisaje de las ciudades y afectando a su arbolado. Sus copas son auténticos refugios climáticos en medio del asfalto ante las frecuentes olas de calor que sufre Valencia pero las altas temperaturas, la escasez de lluvias, la poda agresiva, las plagas o el simple envejecimiento los debilita. Sucede en toda la cuenca mediterránea. En un contexto de cambio cli...
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La sequía está cambiando el paisaje de las ciudades y afectando a su arbolado. Sus copas son auténticos refugios climáticos en medio del asfalto ante las frecuentes olas de calor que sufre Valencia pero las altas temperaturas, la escasez de lluvias, la poda agresiva, las plagas o el simple envejecimiento los debilita. Sucede en toda la cuenca mediterránea. En un contexto de cambio climático, los expertos urgen a renaturalizar las ciudades y que el verde urbano mande en la planificación urbanística. “Vamos a investigar qué árboles debemos plantar si llegamos a los 50 grados de temperatura. Es el momento de planteárselo”, apunta el jefe del Servicio de Parques y Jardines del Ayuntamiento de Valencia, el biólogo Ignacio Lacomba.
El segundo teniente de alcalde y concejal del área, Juan Manuel Badenas, salió hace unos días al paso de la caída sobre una terraza de una melia frente al Mercat Central, una zona con muchos transeúntes. “Tan solo han caído ocho árboles en los tres primeros meses del año frente a los 34 del año anterior”, explicó. Este servicio dispone de aparatos para diagnosticar posibles problemas pero no pueden aplicarlo a los 80.000 árboles que hay en el viario. De las miles de melias plantadas en las calles, unas 28 están mal, “pues sobre esas podemos afinar el control y el análisis de riesgo”, aseguran en el servicio.
Pero ¿por qué se caen los árboles urbanos? “La mayoría de caídas suelen producirse por deshidratación porque ni el clima es benigno ni la ciudad es amigable para ellos”, responde el director del Jardí Botànic de la Universitat de València, Jaime Güemes. “Hemos ido agrediendo a ejemplares plantados hace 50 años con el sellado del suelo o la poda para acomodarlos a nosotros, pero por dentro van deteriorándose. No sabemos lo que les sucede a las raíces porque están ocultas en el subsuelo, y la raíz es la boca de la planta. Cada zanja que se abre en el viario puede dañar las raíces y exponerlas a los patógenos”, advierte el biólogo.
El fenómeno es común a toda la cuenca mediterránea española, de Andalucía a Cataluña, reconoce Inma Gascón, vicepresidenta de la Asociación Española de Arboricultura (AEA). “Hay que preparar las ciudades para el cambio climático y reorientar si es necesario las especies que se plantan. Debemos disponer de un buen inventario del arbolado urbano, bien monitorizado, para ver cómo responde al estrés climático y si tenemos que buscar especies más de climas áridos”, plantea. “Las ciudades necesitan ser más verdes pero un verde que nos cueste menos dinero y no nos de tantos problemas”, observa Gascón.
Según el catedrático Antonio del Campo García, profesor de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica y del Medio Natural de la Universitat Poltècnica de València, “los árboles envejecen, lo hacen más en las ciudades y aun más con condiciones climáticas adversas”. Y considera que es mejor sustituir un arbolado envejecido antes que mantenerlo “a toda costa”, a excepción de los árboles monumentales, que deben ser protegidos y asegurados mediante técnicas especiales”.
Valencia cuenta con más de 400.000 ejemplares en su demarcación, de los que unos 150.000 (entre parques, jardines y viario) son de titularidad municipal. El bosque de la Devesa-Albufera reúne otros 110.000 pinos, y en terrenos no municipales y privados, otros 150.000. Una auténtica sorpresa para el servicio. En total, hay 325 especies distintas pero las mayoritarias son el naranjo agrio, el plátano de sombra, el árbol del paraíso o melia, los arces negundos, los almeces, el árbol de botella o las palmeras. “Son árboles que funcionan y están bien adaptados a nuestras condiciones. También funcionan hasta ahora las moreras, las jacarandas. Pero hay muchísimas más especies a las que podemos recurrir de tipo más subtropical que mediterráneo y a las que hay que buscarles el sitio adecuado. Pero no es sencillo”, apunta Lacomba.
Grandes ciudades europeas se adaptan a los que se avecina. París, por ejemplo, se propone desasfaltar el 40% de la ciudad y reconvertir sus tejados de zinc en cubiertas reflectantes ante el cambio climático, porque esperan veranos de hasta 50 grados. “¿Qué pasara con nosotros y hasta que punto estamos dispuestos a cambiar el modelo?”, plantea el biólogo y jefe de servicio municipal, que considera el Plan Verde y de Biodiversidad una buena hoja de ruta.
“A veces queremos arborizar calles y barrios”, explica Lacomba, ”pero no podemos porque el suelo está lleno de canalizaciones, de infraestructuras. Tenemos además muchas alineaciones arbóreas indeseables: ejemplares muy grandes y que están muy cerca de las fachadas, por ejemplo los ficus de la calle Colón o de la avenida del Puerto, que son unas plantas maravillosas, con un desarrollo bestial, pero que necesitan más espacio”. Su cercanía a las ventanas genera conflictos con el vecindario. “La gente no entiende por qué no cortamos las ramas que chocan contra sus fachadas pero cuando lo hacemos, reducimos los servicios que da el árbol a la ciudad”, añade el técnico municipal.
1.000 ejemplares abatidos al año
El director del Jardí Botànic propone un plan de renovación del arbolado a largo plazo y un cambio en la ordenación urbanística donde se ponga al verde en primer lugar, “no por veneración a la planta sino porque los ciudadanos esperan unos servicios del arbolado urbano [sombra, rebaja de la temperatura...] y también seguridad, y eso no lo tendremos si los tratamos de cualquier manera”. Se debe trabajar con los viveristas para conseguir unas plantas del mayor tamaño posible, sanas y bien formadas y recuperar los pavimentos permeables en la ciudad.
Cada árbol tiene en Valencia una ficha y eso permite a los técnicos municipales una primera aproximación a su estado de salud. El servicio de Parques y Jardines abate todos los años entre 1.000 y 1.500 árboles por los temporales, remodelaciones urbanísticas, por el cambio de marquesinas o nuevos vados, y por enfermedades y riesgo de caídas. “Para compensar, tenemos que plantar más de 1.500 árboles al año porque si no iríamos a menos”, añade Lacomba.
Los expertos piden campañas ciudadanas que sirvan para concienciar a los vecinos de los problemas que tienen los árboles urbanos y que todo no sea “no habéis podado”, una de las quejas más habituales de los vecinos al ayuntamiento. “La poda es indeseable y se hace porque no hay más remedio pero cada vez que cortamos creamos una nueva herida al árbol, por la que entran hongos y bacterias, que generan podredumbres internas que no se perciben desde fuera. Y de repente se cae una melia en el Mercado como pasó el otro día”, resume el jefe de servicio.
Alianza de jardines botánicos frente al cambio climático
Los jardines botánicos están preocupados por sus colecciones de arbolado. En el de Valencia hay ejemplares que rozan los 200 años de vida. “Nos hemos incorporado a una estrategia mundial de alianza de jardines botánicos contra el cambio climático. Nos guiamos en cada plantación por la resistencia ante las previsiones climáticas”, cuenta su director, Jaime Güemes. La otra vía de trabajo es cómo encontramos árboles que ofrezcan soluciones climáticas a las ciudades.
De momento, colaboran con el Ayuntamiento, Seo-Birdlife y Global Nature. en la renaturalización de la ciudad. Concretamente en el jardín previsto en el solar de Jesuítas, inspirado en la huerta como centro de formación en agricultura urbana, en huertos urbanos previstos en Malilla y en la pradera de biodiversidad que está en el Jardí del Turia, bajo las Torres de Serranos. Todos proyectos financiados con fondos europeos Next Generation.