La Morella de Vázquez Montalbán

El escritor dejó dicho que, en Europa, las únicas dos ‘skylines’ que podían rivalizar con la universal perspectiva de Nueva York eran las de San Geminiano, en la Toscana, y la de la localidad de Els Ports

En una imagen cedida por Joan Antoni Vicent, el municipio de Morella, con su castillo en la cima.JOAN ANTONI VICENT

Manuel Vázquez Montalbán murió en Bangkok en 2003. Fue un escritor torrencial y pantagruélico, al que se suele recordar por haber creado el personaje de Pepe Carvalho. Carvalho nació con Yo maté a Kennedy (1972), pero en realidad Montalbán se inició en las lides literarias siendo incluido en la Antología de la nueva poesía española de Castellet (1963). Ser uno de los nueve novísimos de la joven lírica celtibérica no le marcó para nada: en adelante siguió una carrera libérrima destacando en el periodismo, la novela y el ensayo.

En 1979 nuestro hombre ganó el P...

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Manuel Vázquez Montalbán murió en Bangkok en 2003. Fue un escritor torrencial y pantagruélico, al que se suele recordar por haber creado el personaje de Pepe Carvalho. Carvalho nació con Yo maté a Kennedy (1972), pero en realidad Montalbán se inició en las lides literarias siendo incluido en la Antología de la nueva poesía española de Castellet (1963). Ser uno de los nueve novísimos de la joven lírica celtibérica no le marcó para nada: en adelante siguió una carrera libérrima destacando en el periodismo, la novela y el ensayo.

En 1979 nuestro hombre ganó el Premio Planeta con Los mares del sur. Poca broma con el Planeta: ya se sabe que, en España, la gente lee poco y, los que leen, suelen tener en su mesita de noche el galardón creado por José Manuel Lara, ese visionario. Lara fue un genio porque entendió que sólo triunfaría si editaba y premiaba por igual a franquistas y comunistas. De donde Vizcaíno Casas y Vázquez Montalbán.

Recuerdo con agrado la lectura de Los mares del sur. Cuenta la historia de Carlos Stuart Pedrell, cuyo asesinato intenta resolver Carvalho. Pero lo que me impactó de aquellas páginas fue una anécdota intranscendente, que quedó fijada en mi memoria, porque el cerebro tiene sus propias leyes. Esa anécdota era relativa a Morella. La cita:

“Beser les daba a picar migas de pan fritas con chorizo y butifarras de sangre de Morella. Sacó una garrafa de vino de Aragón, y los vasos parecían una cadena de cubos de agua en el trance de apagar un incendio. Fuster había traído del coche una caja de cartón aceitosa... Curioseó Beser el contenido y gritó: ¡Flaons! ¿Tú has hecho esto por mí, Enric? Se abrazaron como dos paisanos que se encuentran en el Polo y explicaron al avinado Carvalho que el flaó es el escalón superior del pastisset dels Països Catalans”.

Beser era Sergi Beser, morellano de pro, y Fuster su amigo Enric Fuster. Y el flaó es el emblema de la gastronomía morellana, un pastisset relleno de requesón y almendras de origen árabe. Vázquez y Beser se sentaban a la sombra de Els Porxes, la quinta avenida de Morella, a relatarse los by-passes respectivos antes de ir a comer al Mesón del Pastor o al Cardenal Ram, y homenajear entonces a Carvalho ante una sopa tan consistente como la montaña que la hace posible, seguir con un cordero minuciosamente cocido y dejar los flaons, prudentemente, para merendar.

En una imagen cedida por Joan Antoni Vicent, la calle Blasco d'Alagó, de Morella.JOAN ANTONI VICENT

Todo esto es posible en Morella, ese barco varado en mitad del gran mar muerto de Els Ports, la gran torre babélica edificada sobre los fósiles de un gran océano evaporada en el Cretácico superior. De donde se sigue que todos los morellanos son en realidad marineros de un mar imposible.

Precisamente Vázquez Montalbán dejó dicho que, en Europa, las únicas dos skylines que podían rivalizar con la universal perspectiva de Nueva York eran las de San Geminiano, en la Toscana, y la de Morella, en Els Ports de Castelló. Y es que hay algo en el perfil de sus murallas y sus casas que conforma un itinerario óptico y óptimo. Esa rotundidad visual desemboca inexorablemente en el último recinto del castillo, llamado de manera muy sutil “el Matxo”. No es extraño, por tanto, que a lo largo de su historia fueran muchos los interesados en comprobar qué había de cierto en la fama de inexpugnable que pregonaba esa fortaleza.

Pero Morella, en realidad, es inexpugnable porque la cachaza de sus gentes y la solidez de su cocina forman un prodigio interior tan suculento como sus esqueletos de dinosaurios. Vázquez Montalbán forma parte también ahora de su lodo milenario. Y el flaó, si puede ser, de Casa Gorreta.

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