Renombrar a las artistas “anónimas”
Una exposición en la Nau de Valencia une creación y activismo para establecer una nueva “genealogía” del arte
Se dice que la pintura de Sofonisba Anguissola impresionó a Miguel Ángel, y que Lavinia Fontana fue la primera artista en abrir su propio taller, pero ambas tuvieron que esperar más de cuatro siglos para que el Museo del Prado les dedicara una exposición. A Hilma af Klint le ha costado más de 100 años ser reconocida como ...
Se dice que la pintura de Sofonisba Anguissola impresionó a Miguel Ángel, y que Lavinia Fontana fue la primera artista en abrir su propio taller, pero ambas tuvieron que esperar más de cuatro siglos para que el Museo del Prado les dedicara una exposición. A Hilma af Klint le ha costado más de 100 años ser reconocida como pionera del arte abstracto. El nombre de la pintora pop Isabel Oliver fue olvidado hasta que la Tate Modern “dio un tirón de orejas” a España y expuso parte de su obra.
Todas ellas, y todas las que las sucedieron, también las anónimas, forman una “genealogía” de mujeres artistas que, durante siglos, han ignorado las universidades, las instituciones, los museos “hechos a medida del genio masculino”, y el mercado del arte, en el que una obra vale menos si está firmada por una mujer. Una constelación de nombres que quiere recuperar la exposición Artivisme feminista, que programa La Nau de la Universitat de València hasta el 18 de junio y que recoge parte de la obra de una decena de artistas españolas y latinoamericanas que han cambiado el arte desde el feminismo. Según su comisario, Álex Villar, deja al descubierto cómo el activismo de género en el arte ha transformado la sociedad y creado nuevos lenguajes visuales.
El arte feminista, asegura, busca denunciar las violencias a las que están sometidas las mujeres, desde el sometimiento más cotidiano hasta el sufrimiento físico. Por eso, en la Sala de Les Bigues de La Nau, sobre un pedestal, se exhibe un tacón-flor. En su exterior, pétalos de rosas y, en su interior, sobre la suela, espinas. En esta obra de Celeste Garrido, explica el comisario, los pétalos se pudren y se caen, porque el amor romántico “no dura para siempre” y los pinchos son una metáfora de las “torturas femeninas, las cosas que, para una mujer, no son una opción”. Enfrente del tacón, una portada de una revista, a la que la artista gallega Mar Caldas ha llamado Inédito, invierte los papeles de género para denunciar la conversión de las mujeres en objetos: en ella se habla del contenido de un discurso de Michelle Obama y del saber estar de su marido Barack, y se destaca la “favorecedora camiseta blanca” de José Luis Rodríguez Zapatero mientras su mujer vota.
También para denunciar la violencia machista, Lilian Amaral y Fernando Fuão grabaron Vigilia, en la que la artista recita los nombres de las mujeres trans asesinadas en Brasil en un año. Hubo tantas víctimas que el vídeo dura 15 minutos. En No violarás, un conjunto de postales, la artista Regina José Galindo denuncia, con obras como El rapto de Proserpina, de Bernini, cómo “historias de violación se han hecho pasar por historias de amor”. En una esquina de la sala, los cuadros de Yolanda Herranz estampan en oro las frases que preceden a los golpes, como “me hace falta pegarte para empezar a tenerte”.
En los museos, en la crítica, en el mercado, la mirada masculina del arte sepulta la obra de algunas artistas mujeres. “En la carrera de Historia del Arte, solo me hablaron de un nombre femenino, el de Frida Kahlo”, lamenta Álex Villar. Por eso, el comisario de la exposición es consciente de que una cronología artística sin mujeres es solo “media historia del arte” y, quien se acerca a ella con esta mirada incompleta, un “medio historiador”. A pesar de eso, en la sala, los rostros envasados “al olvido” de 14 artistas en tarros de cristal, en la obra de Manola Roig, no están solos. Les acompaña La puta ama, una gran tela bordada en la que Alissia recupera “la mitología de Circe, de las sirenas, de Calipso, de todas aquellas a las que la historia ha tachado de bruja, de puta, de loca o de impura”, además de las palabras de María Zambrano, en las que Rosa Mascarell y Amparo Zacarés se han inspirado para crear una serie de cuadros con pan de oro.
Pero el arte también está en la calle, y la artista valenciana Mau Monleón se ha encontrado en el espacio urbano esculturas “con nombre de hombre” —Alfaro, Ripollés, Navarro— pero ninguna con nombre de mujer. “Si ya somos invisibles en los museos, en la vía pública, las escultoras lo han tenido muy difícil”, denuncia. Por eso, ha decidido volver a cartografiar el entorno en el proyecto Campus de mujeres, un mapa colaborativo en el que todo el mundo puede colgar obras situadas en la calle que estén hechas por artistas femeninas, para que acabe convirtiéndose en un catálogo virtual del primer museo de arte público de mujeres en España. “El arte en sí mismo tiene sus límites; puede ser una acción más o menos contundente o prolongada en el tiempo, pero para cambiar realmente las cosas, hay que estar unidas”, considera.
De esa búsqueda de una red nació, en plena pandemia, la Colectiva Portal de Igualdad, un grupo de quince “artivistas”, entre ellas Monleón y Villar, que hicieron un llamamiento a los museos de toda España para que crearan portales de igualdad, “del mismo modo que existen los de transparencia”, en los que expusieran cuáles son sus compromisos en materia de igualdad o cuánta obra de mujeres tienen, compran y exponen. Tras mantener reuniones con una decena de museos de toda España, entre ellos de Reina Sofía o el del Romanticismo en Madrid, o el IVAM en València, de momento solo han conseguido la apertura de un portal de igualdad, el del Museo de Arte Contemporáneo de Vilafamés, el MACVAC. “Han incluido en sus estatutos que la compra de obras y la exposición de las mismas tienen que ser paritarias”, celebra Villar. Según Mau Monleón, siguen en conversaciones con otros museos, tanto públicos como privados.
Un mundo en el que mandan los hombres
En el año 1987, Mau Monleón empezó a referirse a sí misma como artista. Desde entonces, las cosas han cambiado. “Antes, todo el mundo de la crítica y de las galerías de arte estaba compuesto por hombres, y las mujeres tenían que cumplir con ciertas pleitesías”, relata. Ahora, no solo hay artistas, críticas y comisarias -”y el trato con ellas es muy diferente”- sino que las nuevas generaciones de mujeres están “muy empoderadas y ya no tienen miedo a hablar” ni a expresarse a través del arte. “Les pasan las mismas cosas que a nosotras cuando éramos jóvenes: las violan o las intentan violar, las maltratan o las intentan maltratar, pero ellas saben contarlo”, asegura.
De estos relatos se nutre una nueva genealogía que completa los huecos de la historia del arte. Pero no se hace sola. Álex Villar asegura que existen muchas mujeres artistas que merece la pena estudiar, pero “no están a la vista, y no se pueden encontrar por sus nombres y apellidos”. Para dar con todas las anónimas, las que firmaban con nombre masculino, las que trabajaban en talleres pero no tenían marca propia, “habrá que volver a buscar”. “Nos falta la mitad de la historia”, asegura el comisario, que llama a “poner el mismo esfuerzo en buscar a las mujeres artistas que el que siempre se ha puesto para atribuir a los hombres la autoría de sus obras”.