De pueblo en pueblo, a la caza de las voces y la música de los mayores para que no se extingan
El folclorista, maestro e historiador Fermín Pardo, distinguido con el Mérito Cultural de la Generalitat, ha reunido un archivo de música tradicional con más de 10.000 grabaciones
De su tía Encarnación recibió los romances y los cantos de Navidad; de su abuela, oraciones a la Virgen del Pilar, y de su tío Florentín, los mayos. A la transmisión familiar se sumaron cientos de nombres más, como el tío Hilario, de Villar de Olmos, que tocaba la guitarra antigua; el tío Rollico, del Rincón de Ademuz, que tocaba jotas, o el sacristán de Domeño, que “entre repiques de campana tocaba la guitarra desde la torre de la iglesia”. Con sus voces, el folclorista, maestro e historiador Fermín Pardo ha construido ...
De su tía Encarnación recibió los romances y los cantos de Navidad; de su abuela, oraciones a la Virgen del Pilar, y de su tío Florentín, los mayos. A la transmisión familiar se sumaron cientos de nombres más, como el tío Hilario, de Villar de Olmos, que tocaba la guitarra antigua; el tío Rollico, del Rincón de Ademuz, que tocaba jotas, o el sacristán de Domeño, que “entre repiques de campana tocaba la guitarra desde la torre de la iglesia”. Con sus voces, el folclorista, maestro e historiador Fermín Pardo ha construido un archivo de música tradicional con más de 10.000 grabaciones y por el que se le ha reconocido este 2022 con la Distinción de la Generalitat Valenciana al Mérito Cultural. Nacido en Hortunas (Requena), artífice de la recuperación del Corpus, miembro de los Coros y Danzas de la Sección Femenina en el franquismo y profesor de valenciano en zona castellanoparlante, Fermín Pardo ha vivido muchas vidas en una y, a sus 77 años, todavía recorre los pueblos para grabar piezas musicales antes de que la generación que las cantaba desaparezca.
Para Fermín Pardo, la música y la danza “se transmiten igual que andar y hablar, como un contagio”. Su interés por la música y la fiesta “estaba en la familia”, en su madre y las coplas de Concha Piquer, y en su padre, que “cantaba en el campo”. Por eso, con 20 años, pasó “todas las navidades” grabando los romances de la prima de su madre, Encarnación, que “no era entonadísima pero tenía muy buena memoria”.
Fruto de ese interés, mientras estudiaba Historia en Valencia, en pleno franquismo, buscó espacios para aprender sobre música tradicional y terminó en “lo que había”: los Coros y Danzas de la Sección Femenina, recientemente abiertos a participación masculina. Allí y en el Centro Aragonés, donde acudió por su interés por la jota, tuvo su primer contacto con una música que desaparecía.
A partir de 1974 empezó a trabajar con un equipo de recopiladores coordinados por Salvador Seguí, al que conoció por la folclorista María Teresa Oller, que le invitó a sumarse a una beca para recuperar estas tradiciones. Así fue como Fermín Pardo comenzó a grabar en una España en pleno cambio, en la que empezó a recopilar voces “en serio” la semana en la que murió Francisco Franco. “Nos dieron una semana de ‘luto’ y dijimos ‘esta es la nuestra’”, recuerda. Decidió empezar por su comarca, la Plana de Utiel-Requena, el día del entierro del dictador.
“En Camporrobles, la gente nos dijo que no podían cantar estando Franco de cuerpo presente, así que volvimos después del entierro”, rememora. Por temor a represalias, los vecinos “fueron a avisar a la Guardia Civil de que no se cantaba para celebrar nada”. Al final, “se armó una fiesta, con castañuelas, danza, canto… de todo” mientras el resto de España se suponía de luto oficial.
“Les habían dicho que lo viejo no servía”
Para que un pueblo se vuelque a cantar en un día de apagón nacional hace falta mucho saber hacer. “Cuando llegas a un pueblo, no funciona si preguntas a la gente si se sabe esta canción, o esta otra, pero si te ven con la guitarra, el que ha cantado jota se anima”. Buscar determinados estilos es una tarea compleja ante una generación que tiene grabada a fuego la vergüenza. “Al tío Alejo de Villar de Tejas le daba la risa cantar”, recuerda, e igual que a él, “a la tía Pepica de Macastre, a pesar de cantar tremendamente bien, le daba reparo”. “En los 60 les habían dicho que lo viejo no servía”, lamenta.
Frente a ello, tiempo y confianza, asegura el folclorista, que “en muchos casos” ha construido con sus fuentes “una relación de afecto”. Entre muchos nombres, recuerda al tío Hilario de Villar de Olmos y su guitarra antigua, que le enseñó la forma de tocar rasgando y golpeando. El proceso fue más largo con la tía Josefa, de Villar de Olmos que, mientras sus familiares cantaban, “estaba con el pañuelo sobre la cara y decía que no sabía nada, pero cuando se armó una fiesta, resultó que se las sabía todas”. Con algunos construyó una amistad de años, como con Gregorio, de Villargordo del Cabriel, que cantaba canciones de siega: “Recogía la basura del pueblo y tenía una casa muy pequeña, casi una cuadra, con una sola silla”. “Murió en el asilo, fui a verlo algunas veces”, recuerda.
Sus hallazgos musicales han convencido a Fermín Pardo, entre otras cosas, de que la distribución territorial de los cantos está ligada a los oficios: “Los pastores que venían de Aragón trajeron la jota y la valencianizaron, igual que en Requena-Utiel hay canciones que trajeron los segadores de Navarra y Aragón”. También ha llegado a la conclusión de que “cantaba todo el mundo” y de que fue “la aparición de los cuadros de baile que actuaban en fiestas, lo que hizo perder la transmisión tradicional de cantos y danzas”, que hasta entonces pasaban de generación en generación.
“Una cosa viva”
Además de la música, Fermín Pardo ha trabajado la lengua, porque terminó siendo profesor de valenciano en Requena desde 1997. También la indumentaria, aunque dice que por “interés de guardar cosas”. Y, en materia de fiestas, sobre todo, el Corpus de València, con la recuperación de danzas como ‘La magrana’, el ‘Ball dels nanos’ y la conocida ‘Dansà de la moma’.
Tras recibir este 9 d’Octubre la Distinción al Mérito Cultural y un “entrañabilísimo” homenaje en Albal, donde fue profesor, y con 77 años, Fermín Pardo sigue recorriendo pueblos y grabando, aunque cree que “esa música, con esa generación se perdió”. También pasa días escuchando su archivo, digitalizado en la Viquipèdia, comparando piezas para “unir los puntos” y, a pesar del tiempo, asegura seguir descubriendo nuevas relaciones.
En eso basa su apuesta de futuro, en que la música tradicional sea “una cosa viva”. Y sobre todo, en guardarla “como oro en paño”. “Hay compañeros que han grabado y no le han dado importancia, o que, una vez transcrita, desechan la grabación”, explica y se pregunta “cómo no se le da importancia a lo que se registra, si es irrecuperable”.
A pesar de eso, se muestra “optimista”: “Ahora hay gente joven muy preparada, no como en mi juventud, cuando había mucha ignorancia sobre la tradición”. Por eso, cree que “no sería necesaria una cantidad enorme de dinero” para acometer la gran tarea pendiente: la creación de un gran archivo de las tradiciones valencianas. “Ha crecido mucho la capacidad de estudio”, considera y, en cualquier caso, piensa que “las cosas van y vienen”: “Lo que en un momento no interesa, de repente aparece un loco o loca que lo recupera”.