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Manuel Vicent pinta con palabras el luminoso mar de Sorolla

El Palau Martorell de Barcelona ofrece una nueva mirada al pintor de la luz con textos del escritor valenciano

En una España gris de posguerra, el mar, esa línea azul que se funde con el horizonte, significaba para Manuel Vicent la libertad. Así lo recuerda él mismo en el vídeo de la exposición que acaba de inaugurar el Palau Martorell en Barcelona, con 86 obras de Joaquín Sorolla, que en esta ocasión se pueden leer a través de las palabras que ha pintado el escritor valenciano, un hombre también vinculado desde su nacimiento al Mediterráneo. Quizá por ello, el escritor afirma que el mar le evoca no solo la libertad, sino incluso la inmortalidad. Si las obras de por sí ya son luminosas, salpicadas por estos textos ofrecen una profunda y auténtica nueva mirada. En el mar de Sorolla con Manuel Vicent se podrá visitar hasta el 6 de abril.

La muestra, que también incluye muchas fotografías donde se ve al pintor en su arenal de trabajo, e incluso a los niños, mujeres y hombres que retrató, sobre todo en la playa del Cabanyal, pero también en Xàbia y Dénia, es una colaboración entre el Museo Sorolla y la Fundación Museo Sorolla, que se estrenó en Valencia en octubre de 2024. El invitado es el escritor, que realiza un comisariado literario en torno a la obra del maestro de la luz. El resultado es un recorrido poético y visual donde las pinturas iluminan la mirada y las palabras alumbran la emoción. Curioso que coincida con la exposición dedicada a Mercè Rodoreda en el CCCB, donde se hace un ejercicio parecido con el proceso contrario. Las obras plásticas y audiovisuales acompañan los textos de la autora de Mirall trencat.

Volviendo al Palau Martorell, el visitante puede hacerse una idea más cercana de cómo vio y vivió Sorolla (1863-1923) el mar, que al fin y al cabo no es muy diferente de la experiencia de Vicent (La Vilavella, Castelló, 1936), quien llega a decir que cuando vio una de sus primeras obras marinas tuvo la sensación de haberlas visto antes. Sencillamente, reflejaban con la misma fuerza cegadora sus días en el mar: “Yo ya me lo sabía, porque saber solo es recordar. La luz de Sorolla estaba vagando como una idea sintética por las esferas desde que el tiempo fue creado. El pintor no hizo otra cosa que recordarla”.

En el mar de Sorolla están todos los que bajaban o vivían en la playa, pero su obra es mucho más amplia, pintó más de dos mil cuadros. Se encuentran los niños desnudos jugando en la arena, como el famoso El balandrito (1909), donde un chiquillo juega con un barquito en la orilla. “También yo fui uno de aquellos niños que navegaba en un barco de papel… A lo largo de mi vida no ha habido un barco más seguro, más resistente a la hora de enfrentarme a las más azarosas travesías”, recuerda el escritor en un cartel situado al lado de esta obra.

También estaba la burguesía, como la misma familia de Sorolla. Se puede ver un retrato de su mujer, Clotilde en la playa (1904), con vestido largo blanco, sentada en el remolino del mar con una umbrela cubriéndose del sol, así como a sus hijos, María, Joaquín y Elena, que retrató muchas veces, jugando o paseando en la arena; o su suegro, Antonio García, con un veraniego traje blanco, reposando en un balancín con el sol en el rostro mirando al Mediterráneo.

Vicent recuerda que a principios del siglo XX los poblados marítimos estaban unidos a las colonias veraniegas de burgueses, y Sorolla pintó mirando hacia los dos mundos, que convivían durante unos meses al año. Sus modelos salían de las casas de estilo colonial y también de las míseras barracas, como puede comprobarse en las pinturas de pescadores lanzándose al mar, bueyes arrastrando las barcas, mujeres esperando el regreso con la pesca o en la mirada de un chaval del Cabañal.

La exposición ofrece algunos de sus cuadros más icónicos, que resonarán en la mirada de muchos, como el ya mencionado El balandrito, La hora del baño, Valencia, La llegada de las barcas o Pescadora con su hijo. Pero también descubre estampas menos conocidas, como Esperando la pesca, Astillero, Playa de Valencia o A la sombra de la barca, que revelan esta mirada más amplia sobre la experiencia del mar, que no es igual para todos, ni a principios del siglo XX, cuando fueron pintados la mayoría, ni actualmente, cuando el Mediterráneo nos devuelve la mejor y la peor cara del ser humano.

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