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Manolo García, un artista de fidelidades

El cantante del Poble Nou llenó el Auditori del Fórum celebrando su pasado y su presente

Las fidelidades comienzan por uno mismo y así comenzó Manolo García su concierto en el Auditori del Fórum, recordando la modesta naturaleza humana, esa que nos hace traperos de polígono a todos, reyes, obispos y carboneros. Fidelidad también a la memoria de unos carboneros que ya son postal, sepultados por ese mundo moderno con el que Manolo tiene una relación espinosa. Cantó esta pieza en catalán, algo que no hace en el resto de esta gira de teatros que llegaba a su casa, muy cerca, como recordó, del Pueblo Nuevo que lo vio nacer, el “Manchester barcelonés”, como él lo definió en el Auditori del Fórum. Hoy no se bebe sol y sombra en las barras matutinas de sus bares, que ahora sirven madalenas con nombres foráneos y cafés con leche en vasos de cartón, modernidades que imponen nuestros días y embellecen con su fealdad los recuerdos de mundos de antaño. De ellos Manolo García extrae el espíritu de su vida y de su cancionero, ese que presentó basado en dos discos, Arena en los bolsillos, el pasado, dijo, la nostalgia que viaja en maleta pequeña, precisó, y ese Drapaires poligoneros que es presente. Los mimbres de Manolo.

Esta vez con bigotillo, también fiel a su manera informal de vestir, sin faltarle el anclaje de una voz en forma espléndida que lució en requiebros flamencos y subidas de tono en Como quien da un refresco, para evidenciar que sus siete décadas sólo han atenuado un poquitín su dinamismo en escena, donde él, como cantó al final en forma de ranchera, sigue siendo el rey. Un rey en pantuflas, sin armiño, que se sentaba no en un trono sino en una silla de oficina con ruedas, como si el escenario fuese una sala de espera, pecera de lo cotidiano y de las reflexiones de quien añora lo que fuimos, pizarras y tiza de mundo despacioso. Las fidelidades de Manolo, con esas añoranzas al grupo que cuando editó Arena en los bolsillos resonaba con fuerza en sus primeras canciones en solitario, algunas de las cuales, Carbón y ramas secas o Pájaros de barro, elevaron el tono que las nuevas atenuaban con esos acordes que se reiteran como la terquedad de los recuerdos. Sí, el primer disco sostuvo el éxito de su concierto, y sin desmerecer al último evidenció que tiene más sustancia, esa que el tiempo ha sedimentado en sus seguidores. De las nuevas aplaudieron Fuego fatuo, con un estribillo pop, también Subí con la dama, justo después del primer clímax con Zapatero, así como la trama de guitarra acústica de Recuerdo vertical, una balada de ausencia que sonó en la primera mitad del concierto. Pero siempre se aplaudió a Manolo, el artista acodado en barra de mármol de bar de antes aunque en esta pieza acuda a cultismos como albéitar para salvar la métrica que veterinario no le debía brindar. O para recordar que el castellano también tiene sangre árabe.

Como en los últimos tiempos, Manolo se mostró contenido en las presentaciones de los temas, concentrando su alegato sociopolítico cuando el público celebraba Prefiero el trapecio. Sabido es que Manolo no comulga con nuestro mundo feroz, ese que todo lo fagocita en su favor, incluidas palabras como libertad, democracia o igualdad, que al ser por todos reivindicadas acaban por vaciarse, meras carcasas huecas. Pero él, en un gesto de ingenua y tozuda ternura, sigue apelando a otros mundos en los que no sólo se coman latas de calamares, metáfora que usó para referir el asedio de los precios en una sociedad lesiva en la que ni pagar se puede un alquiler. Todo ello, también como en los últimos años, salpimentado con tacos que se antojan metafóricos bofetones que le gustaría propinar a muchas cosas. Sabe que son palabras al viento, pero sus fidelidades son más importantes que el pragmatismo y terco las reitera. También celebró la supresión de las redes sociales en Australia para los menores de 16, y luego marchó a San Fernando, tirando del aforismo en castellano que recuerda las peripecias del camino.

Excelente sonido de banda milimétrica, parcas imágenes y visuales de escasa imaginación y remoto sentido, quizás una forma de decir que el espectáculo no va con él, y un tramo final para brillar con Somos levedad o Nunca el tiempo es perdido. En conjunto dos horas y media de entrega a las fidelidades que lo coronaron junto a Quimi en ese Último de la Fila que aguarda en primavera. Sólo rescató Insurrección en su repertorio teatral, una fidelidad, otra, en un hombre de fidelidades que se mantiene en forma como testigo de lo que fuimos y muchos añoran, de un mundo más lento donde las palabras pesaban, viajaban lentas y el café se servía en loza.

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