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Del ‘Autorretrato’ de Basquiat al ‘Fotomatón’ de Onofre Bachiller: El Macba celebra treinta años de arte contemporáneo

El museo barcelonés articula una exposición que reúne 180 obras de 50 artistas, más de la mitad inéditas, para mostrar las infinitas formas de ser

Como en una danza de estorninos, el Macba ha puesto a dialogar a cincuenta artistas de su colección con la mirada fijada en las múltiples formas de ser que caben en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, ese inmenso cubo blanco inmaculado que ha dado nombre a una plaza del Raval sin dejar a nadie indiferente, y que este noviembre cumple treinta años. Con esta exposición, donde se ponen al mismo nivel los internacionales Jean-Michel Basquiat o Matt Mullican con locales como Onofre Bachiller o Silvia Gubern, empiezan los festejos del aniversario de este gran equipamiento cultural, obra del arquitecto Richard Meyer. Está dirigido actualmente por Elvira Dyangani Ose, quien ha defendido en la presentación que un espacio así se debe valorar más allá de las cifras de visitantes, que fueron 261.500 en 2024. Para la ocasión, la artista Clàudia Nubiola ha pintado un gran mural en la prístina y larga pared del atrio, dónde con textos y dibujos en negro sintetiza las tres décadas del museo.

El Macba ha sacado sus mejores galas, más de la mitad desconocidas, para celebrar esta efeméride. Con una muestra llamada Como una danza de estorninos. Treinta años e infinitas formas de ser, la pinacoteca invita a descubrir el museo y su legado a partir de artistas de renombre, pero también menos publicitados, y una gran mayoría locales, muchos de los cuáles paseaban este jueves por los cinco espacios del recorrido que empieza y acaba con los retratos en blanco y negro de Onofre Bachiller (Barcelona, 1959). Una selección de fotografías de su proyecto Fotomatón ocupan el pasillo de la segunda planta del edificio. Entre desconocidos, unos más vestidos que otros, y todos formando una representación de la vida diaria y nocturna de este barrio y otros de la ciudad, se pueden encontrar actores como Gabino Diego o músicos como Nacho Cano.

En la presentación, el mismo Onofre Bachiller contaba que entre 1986 y 2000 plantó su fotomatón en diferentes puntos de la ciudad para que los ciudadanos tomaran sus propios retratos, algo que fascinaba en aquella época, todavía virgen de cámaras digitales. El resultado fue una colección de 3.000 fotografías que retratan la eclosión del acid-house, las fiestas de drag Queens de Susanne Bartsch o el incipiento movimiento gay, pero también a familias populares y a señoras que se ponían sus mejores vestidos para acudir al evento, que el artista anunciaba en los periódicos. “Tenía que poner vallas y protección para que no se llevaran nada de las colas de gente que había”, contaba.

Igual que estos encuentros en grupo, la exposición presenta un relato coral que desafía los conceptos de individuo y comunidad estableciendo un diálogo entre artistas de diferentes generaciones y fortuna. Sin prestar atención a ninguna lógica temporal, la muestra se despliega en cinco espacios temáticos y se termina en un salón donde los visitantes podrán bucear en los archivos del Macba a través de muchos de sus documentos, con todo tipo de materiales vinculados a la Colección Macba, que prendió con una donación de Salvador Riera en 1997, como ha querido recordar Elvira Dyangani Ose. Hojas de mano, publicaciones, fotografías de montajes, entrevistas audiovisuales e incluso pódcasts rodean unas butacas que hacen más cómoda la inmersión.

Aunque se puede descubrir de otra forma, el recorrido recomendado empieza en la sala Habitar fronteras, donde da la bienvenida una marioneta parlanchina que se interroga insistentemente sobre su esencia, obra de Tony Oursler titulada Flamenco Figure (1994). En este mismo lugar dan algunas respuestas -o lanzan más preguntas al aire- Jean-Michel Basquiat con su Autorretrato de 1986, mirando de frente a Ocaña, a partir de unas diapositivas del fotógrafo Miquel Arnal, que lo retrató en muchas ocasiones; y observando de lado las pinturas de fantasía de Josep Uclés, que se pueden ver por primera vez, igual que el 56% de las obras aquí expuestas.

La segunda sala, bautizada Existir desde la carne, piensa el sujeto desde su lado corporal, reivindicando el poder de la materia. Es así en el laberinto amarillo anaranjado de Àngels Ribé (Barcelona, 1943), que se puede recorrer en un juego que enfrenta al visitante con su propia corporalidad, y que la artista instaló por primera vez en 1969 en Verderonne, y en 2011, lo volvió a montar para el Macba. Alrededor, se despliegan los autorretratos corporales de Julia Montilla (Barcelona, 1970); una figura femenina con partes sobredimensionadas de Elena Paredes (Rosario, Argentina 1911-2006) o un busto de mujer de la serie Electrotérmicas de la inclasificable Amèlia Ribera (Barcelona, 1928-2019).

Vibrar en la naturaleza recoge aquellas obras que miran al individuo de forma global, con todas sus circunstancias, que ahora pasan por lo biológico, lo tecnológico, lo simbólico y lo espiritual. Aquí dan la bienvenida las oníricas fotografías de Claudia Andujar (Suiza, 1931), alojadas en el proyecto Sonhos Yanomami, de 2002, y siguen esculturas de Miró realizadas entre 1944 y 1950, que invocan fusiones entre mujeres y pájaros; la pieza Oruguismo (2021) de Rosario Zorraquín (Buenos Aires, 1984) o la videocreación Volcano Saga (1989) del neoyorquino Joan Jonas, en la que Tilda Swinton interpreta una fuerza femenina que se convierte en volcán.

Otras formas de organizar el mundo y Salirse del surco completan esta viaje al fondo del ser humano a través del arte, donde se incluye la instalación MIT Project (1990-2009) de Matt Mullican, una amplia reflexión sobre el sujeto por donde se puede incluso pasear; y donde también puede verse un vídeo grabado por Benet Rossell de las Ceremonias pagans llevadas a cabo por los catalanes de París, léase Miralda, Joan Rabascall y Jaume Xifra, junto con Dorothée Selz, que celebraron en distintos parajes naturales alrededor de la capital francesa e incluso en Colonia (Alemania). Al lado, siguen la misma estela espiritualista las pinturas oníricas de Josefa Tolrà.

El mural que ha pintado Clara Nubiola también hace este ejercicio colectivo, pero en su caso incluye impresiones sobre el arte, los museos y el mismo Macba que le han dejado un buen número de ciudadanos anónimos que respondieron a sus preguntas. De esta forma, el resultado incluye elogios como este “no es un museo fácil a simple vista pero si te dejas llevar por sus propuestas te surgen muchs preguntas que te llevas” o este otro “el Macba es una cápusal del tiempo reciente”; pero también mensajes críticos como “he tirado dibujos de mi hija que valían + que algunas piezas del museo” y otros más interpretables como “el Macba son los padres que solo te enseñan lo que ellos quieren”. Al menos cierto es que treinta años después, y con sus más y sus menos, el Macba es de todos.

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