Ir al contenido

Los alcaldes de Junts

Una receta dopada de radicalización discursiva con la inmigración no allanará la reelección de los ediles del partido de Puigdemont

A Helenio Herrera, uno de los grandes del banquillo del Barça, se le atribuye una frase —convertida en reflexión célebre—, que verbalizó en vísperas de un trascendental partido frente al Betis en marzo de 1959, que acabaría encauzando un título de Liga para los azulgranas. Dijo el Mago que su equipo ganaría “sin bajar del autocar”, afirmación que irritó a sus rivales y que el técnico siempre adjudicó a una invención periodística interesada. Aquellas palabras as...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

A Helenio Herrera, uno de los grandes del banquillo del Barça, se le atribuye una frase —convertida en reflexión célebre—, que verbalizó en vísperas de un trascendental partido frente al Betis en marzo de 1959, que acabaría encauzando un título de Liga para los azulgranas. Dijo el Mago que su equipo ganaría “sin bajar del autocar”, afirmación que irritó a sus rivales y que el técnico siempre adjudicó a una invención periodística interesada. Aquellas palabras asociadas al pico de oro que era HH, ciertas o fabricadas, podrían servir también para describir la autoridad con que se presentaban algunos candidatos de la antigua Convergència i Unió (CiU) en las contiendas electorales en municipios alejados de la Cataluña metropolitana. El ascendente de convergentes y democristianos era tal en ciudades medianas de interior que las victorias en las urnas se daban por descontadas. El nacionalismo conservador ganaba sin bajar del autocar.

Los alcaldes de esas ciudades —pongamos el ejemplo paradigmático de Vic— gestionaron el crecimiento de su población en décadas pasadas sin ver alterado el equilibrio entre recursos disponibles, cura del bienestar ciudadano y presión sobre los servicios públicos. El paisaje social era más diverso que antaño y la discusión política se iba envenenando: en la capital de Osona irrumpieron los xenófobos de Plataforma por Catalunya, convertidos en primera fuerza de la oposición en las elecciones de 2007 y 2011, que condicionaron decisiones municipales. Desde el despacho de alcaldía, sin embargo, no se percibía temor frente a un estallido de voto ultra que complicara del todo la gobernabilidad. Una amenaza que ahora se detecta más real, por las expectativas atribuidas a Aliança Catalana, que persigue sacar rédito político de los retos de convivencia que asume una capital de comarca con un 29,8% de población migrante y talante conservador.

Dicen los alcaldes de Junts, herederos del poder convergente (empezando por Vic), que sufren con lo que tienen por delante: una intendencia compleja de los servicios que presta la administración con el aliento de la extrema derecha en el cogote. Ediles de Osona, la Garrotxa o el Maresme ya trasladaron la inquietud a la cúpula del partido, aviso acompañado de la sugerencia de un mayor pragmatismo en la política de pactos, camino compartido por el alcalde de Figueres, mientras otros, como el de Sant Cugat, lideran discursos restrictivos con el padrón municipal. La advertencia colectiva, a la que la dirección resta trascendencia porque no se interpreta como una desautorización, se ha discutido en Waterloo.

El partido está en guardia porque, situado en la intemperie institucional, los ayuntamientos medianos son su músculo de poder y le resulta capital conservarlo. La cuestión es cómo actuará Junts y su mundo local una vez hecho el diagnóstico. Y los precedentes no son alentadores, por el despliegue reciente en el Congreso de lemas sobre el “desbordamiento” migratorio, equiparaciones entre inmigración y multirreincidencia, y mensajes que flirtean con la afirmación imprecisa de que los extranjeros copan ayudas públicas. Si los alcaldes del partido de Carles Puigdemont quieren continuar siéndolo, una receta dopada de radicalización discursiva no allanará la reelección. Puede, más bien, que legitime a sus rivales.

Más información

Archivado En