Casa Orsola: un golpe de realidad

Podemos mejorar la limpieza, la seguridad o el transporte, pero todo eso pasa a tener un valor relativo si mucha gente, incluidas las clases medias, se ven amenazadas de expulsión

Una vecina de la Casa Orsola de Barcelona, el día en el que estaba previsto el desahucio de Josep Torrent.Nacho Doce (REUTERS)

Los cambios sociales no se fraguan de la noche a la mañana. Suelen ser de cocción lenta y a veces discurren bajo el radar de la percepción ciudadana hasta que un día emergen, normalmente por un caso que adquiere de repente el carácter de un símbolo. ¿En qué momento dejó Barcelona de pertenecer a los barceloneses? ¿Cuándo empezó el sutil desplazamiento de su población? Un buen día nos hemos dado cuenta de que la ciudad en la que creíamos vivir quizá ya no sea esa ciudad. Que ...

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Los cambios sociales no se fraguan de la noche a la mañana. Suelen ser de cocción lenta y a veces discurren bajo el radar de la percepción ciudadana hasta que un día emergen, normalmente por un caso que adquiere de repente el carácter de un símbolo. ¿En qué momento dejó Barcelona de pertenecer a los barceloneses? ¿Cuándo empezó el sutil desplazamiento de su población? Un buen día nos hemos dado cuenta de que la ciudad en la que creíamos vivir quizá ya no sea esa ciudad. Que la Barcelona que habíamos construido está empezando a expulsarnos.

Los que celebramos con alborozo la llegada del primer consistorio democrático hemos tenido la satisfacción de ver la gran transformación que ha vivido gracias al empuje de sus movimientos sociales y unas políticas municipales progresistas centradas en reforzar los servicios públicos y redistribuir la riqueza y el bienestar entre todos los barrios de la ciudad. Quedan desigualdades, por supuesto, pero ahora que conmemoramos los 50 años del final del franquismo, solo hay que comparar cómo eran los barrios y cómo son ahora. Qué servicios tenían y qué servicios tienen ahora. En los ochenta las diferencias eran tales que, bajando por la línea verde del metro desde Diagonal al mar, en cada estación se perdían dos años de esperanza de vida. Y recuerdo haber ido al barrio del Carmel para hacer un reportaje sobre la labor de los primeros educadores sociales y sorprenderme de encontrar chicos de 14 y 16 años que nunca habían bajado a la plaza de Catalunya.

La ciudad ha vivido con orgullo esta transformación hasta el punto de que incluso los más insatisfechos admiten que es uno de los mejores lugares en los que se puede vivir. Siendo así, ¿por qué de repente nos invade la inquietud? ¿Por qué tenemos la sensación de que la ciudad ha dejado de pertenecernos? Podemos aplicar programas para mejorar la limpieza, la seguridad en la calle, hacer ejes verdes y mejorar el transporte, pero todo eso pasa a tener un valor relativo si lo que está en juego es que mucha gente, incluidas las amplias clases medias que le han dado carácter e identidad, se ven amenazadas de expulsión. Y si no ellas, sus hijos. Por la fuerza del poderoso mercado, cuyas reglas escapan, por lo que se ve, a la capacidad de decisión de los poderes públicos. Todo eso es lo que simboliza el desahucio de los inquilinos de la Casa Orsola, en el corazón del Eixample.

Un fondo de inversión compró el edificio, y está expulsando a sus últimos inquilinos para construir pisos de alquiler de temporada, que rentan mucho más. Es el exponente de una dinámica en la que la vivienda ha dejado de ser un bien de uso para convertirse en un objeto de especulación, y la ciudad, el campo de operaciones de los grandes fondos de inversión que poco a poco se van apoderando de ella, en algunos casos con lanzamientos judiciales, pero la mayoría de las veces a golpe de contrato, con subidas de precios que van expulsando primero a las rentas más bajas y luego también a las rentas medias porque su voracidad no tiene límite.

Pero cuidado, porque Barcelona es mucha Barcelona y su gente no se va a dejar expropiar así como así. La Casa Orsola es un golpe de realidad que puede estallar en la cara de quienes no sepan ver lo que de verdad está en juego.

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