‘Aquí no se juega’: historias de niños prisioneros de sus orígenes
Seis periodistas de EL PAÍS que han cubierto las historias de menores a los que les fue arrebatada su infancia en diferentes partes del mundo los recuerdan en un acto con suscriptores
Una bolsa de basura cubre los juguetes en el centro del escenario del CaixaForum de Barcelona en Aquí no se juega, un acto organizado por EL PAÍS con la colaboración de Unicef. Cuando suben los periodistas al escenario, los reporteros recogen un libro infantil, una avioneta, un tiovivo, un coche, un león de peluche y una pelota. Con una única luz en el centro, se sientan en el escenario mientras explican uno a uno las historias de los niños y niñas que han conocido y se les ha quedado grabadas para siempre.
Lola Hierro cruzó las carreteras de Camerún durante muchos kilómetros hasta que la selva se convirtió en una extensión de tierra roja removida. Allí conoció a Amina, quien llegó allí con su familia en las tierras que había abandonado China después de explotarlo. Con una corta estatura por sus 13 años, Amina no ha conocido otra cosa más allá de una pala en pleno sol, pies descalzos en el barro y trabajar hasta que oscurece con sus manos inflamadas y sus “brazos de alambre”, como describe Hierro. La recompensa: trazas minúsculas de oro apenas perceptibles a la vista. “¿En qué piensas tantas horas?”, le preguntaba la periodista a Amina. “En nada”, le responde, la niña quiere que el día se acabe lo antes posible. “Se casará joven y tendrá niños de barro”, augura la periodista. “Como Amina, hasta 160 millones de menores de edad sufren algún tipo de explotación laboral”, concluye, antes de volver a sentarse para dar paso a la siguiente historia.
Mónica Ceberio viajó al norte de Mozambique donde conoció a Joanita. Lo primero que explica de la joven de 15 años es su sonrisa triste y después añade que tiene un bebé colgando de su pecho. “No tenía edad para ser madre, pero lo había sido, tampoco para casarse y lo había estado”, expresa Ceberio. Joanita fue encerrada por su marido, mucho mayor que ella, y obligada a mantener relaciones sexuales con ella, y cuando su marido la abandonó, volvió a casa de su madre arrastrando la vergüenza de haber sido abandonada y llevando una boca más para alimentar en casa. “Chicas como Joanita no pueden imaginarse un futuro”, explica la reportera. Joanita volvió a la escuela y le contó que quería ser profesora, y solo entonces “se le iluminó esa sonrisa tan triste”.
“Cuando una niña de 14 años decide vender su cuerpo es que no tiene muchas alternativas”, explica Pablo Linde. Hace justo 10 años, pudo hablar con Gabriela en una playa de República Dominicana, en un ambiente donde las familias turistas se mezclaban con “un turismo depravado”. Algunos extranjeros “sabían lo que se cocía en la trastienda de aquella playa”, donde las jóvenes que ofrecían catálogos de peinados con fotos de chicas que están en prostitución. Gabriela fue una de esas víctimas, a quien una ONG consiguió que dejara su único ingreso, le dieron un cursillo de estética y un sitio donde vivir temporalmente. “¿Cómo se sustenta?”, se preguntaba el periodista.
El color favorito de Alix es el rojo porque está en la bandera de su país, Venezuela, que tuvo que abandonar para la pobreza. Sus padres, que se iban a dormir con el estómago vacío para que no pasaran hambre sus hijos, decidieron irse a Perú, relata Virginia López Enano. A pesar de no haber sufrido violencias físicas ni arriesgar su vida en el camino, la joven “sentía constantemente que la habían obligado a marchar del lugar donde era feliz”, y comparaba su nueva casa con su vida en Venezuela.
La periodista María Martín, especializada en inmigración, estuvo en 2020 en Canarias durante la crisis inmigratoria. Allí conoció a un joven de 14 años llamado Prince, quien viajó desde Nigeria hasta Senegal en el timón de los grandes buques durante 2 semanas. Al cuarto día, se quedó sin agua y sin comida y aguantó en el barco petrolero cantando las canciones de góspel y bebiendo agua de mar. “Era una apuesta de muerte”, describe Martín.
El último periodista en tomar el centro del escenario ha sido Óscar Gutiérrez, enviado especial de Ucrania. “Los niños fueron mi fijación, quería hablar con ellos y de ellos”. Cuando estuvo allí, la primera vez que oyó un tanque ucraniano disparar lo describió como “un ruido tan ensordecedor que no hay duda que es la primera vez que oye algo así”, y allí conoció la madre de un niño que para proteger su hijo le decía que eran fuegos artificiales. “¿Qué es la guerra para un niño?”, se preguntaba, así que finalmente se dirigió a uno para que se lo explicara: “La guerra es cuando alguien dispara”.