La historia pasando ante los ojos
Patti Smith, sacerdotisa del rock, volvió a compartir su credo en Barcelona
Parece una sacerdotisa, detentora de la llama de sabiduría de la tribu, la que trasmite los conocimientos, las vivencias, el espíritu de los arcanos. Tiene un aire casi venerable, el propio de aquellas personas que no necesitan mover mucho para contarlo todo mediante la gestualidad de unas manos que parecen empujar las palabras, los sentidos, las emociones y los recuerdos, ese pasado que ella trasmitirá mientras viva. Y el público así la vive, con aire reverencial, con el respeto de quien ha cambiado el ímpetu por la sabiduría tranquila que fluye en sus canciones. Se volvió a citar con Barcelona, americana oscura, pantalón casual, melena cana en cascada, transmitiendo afabilidad e incluso comprensión ante los errores que como humanidad cometemos. Era Patti Smith, la sibila que vino de los tiempos del rock.
Y como divinidad serena, la pausa fue timón a lo largo de la noche. Patti Smith, grupo escueto en trío, con el mascarón de proa en la guitarra de su hijo Jackson Smith, indisimulado orgullo de mamá, mantiene un pulso pausado en sus canciones, como si las palabras que se dicen con calma pesasen más, como si los ritmos que no se dejan atropellar por la velocidad fuesen más profundos, calando más. Incluso las canciones más despiertas y dinámicas, la que abrió el concierto, Summer Cannibals o la que lo cerró, Gloria, tuvieron más cuerpo por la intención que puso Patti que por el mismo filo de las canciones, filosas por derecho. O es que igual el mero hecho de ser cantadas por ella ya impone otra dimensión, más carácter emocional, más sensación de tener un trozo de historia delante explicada con canciones que son antaña sabiduría. La que cuentan preservándola las más viejas del lugar.
Esa combinación de tiempo, sabiduría, recuerdos y reivindicaciones envolvieron la noche en Pedralbes. Con su hablar pausado, Patti se acordó de su amigo e histórico promotor Gay Mercader, a quien dedicó Nine, reivindicó el sufrimiento de quienes han de dejar su tierra en Ghost Dance, lamentó la situación de los palestinos, a quienes consagró Dancing Barefoot, una canción que de por sí suena grave y la memoria de su difunto marido, el también músico Fred Sonic Smith, planeó sobre el escenario tanto en palabras como por la presencia del hijo de ambos en la guitarra solista, protagonista de varios solos de honda estirpe rockera. La vida vista desde una atalaya cuya altura ya tiene 77 años. Cada día es un gran día, cada día quedan menos y en cada uno se celebra la alegría de la existencia.
No sonó People Have The Power, pero sí Smell Like Teen Spirit como recuerdo a Cobain. Pasó Dylan por escena, Man In The Long Black Coat, también Lana del Rey, bien versionada mediante Summertime Sadness, en Because The Night el público se cantó a sí mismo y a los recuerdos que esta composición evoca, pues conciertos así son también un canto a la propia memoria, una suerte de celebración enhebrada con cuentas de rock. Cada vez quedan menos artistas que puedan protagonizar así el presente, nieto de aquellos juveniles días de furia. El río ya no baja bravo, pero la tranquila planicie de su delta lo ocupa todo en una desembocadura cuyo recuerdo será eterno.
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