Air aplacan el baile abriendo la primera noche del Sónar

El dúo interpretó “Moon Safari” tras una jornada diurna pautada por mujeres

Un momento de la actuación de Air Play en el Sónar de Barcelona este viernes.Albert Garcia

No es Ibiza, ni una coctelería fina, pero el Sónar lo pareció con la música de Air, dúo que recuperó su disco más famoso, ese “Moon Safari” que celebra 25 años. Fue el inicio de la noche y la pareja francesa, con un batería en medio, en un estilizado escenario rectangular iluminado desde detrás, interpretó ese disco, plácido y evocador, con alma vintage y mezcla de easy listening culta, sonidos progresivos y sintetizadores, también con algún eco a Burt Bacharach, ante una multitud calmada. Las canciones pasaron por escena en el mismo orden del álbum y de postre se esperaban otros éxitos de un grupo que por su sonido se antoja para atardeceres rojizos.

Durante la tarde se reconfirmó lo que ya es pauta en casi todos los festivales: las mujeres son como los negros en los equipos de baloncesto, las mejores (o casi). Sin olvidar a Laurent Garnier, que puso el Village patas arriba con su receta de techno o a Surgeon, con un laminador y abrasivo set en el Hall. Pero en un Sónar ya veraniego con abanicos, otro adminículo para el baile, el triunfo fue femenino en el Complex, el espacio con las propuestas más aventuradas. Fue el caso de la local Adelaida, quien desplegó un repertorio de voces dispuestas en capas, sonidos de apariencia natural, melodías insinuadas y ritmos huidizos que no ocultaron el paso por escena de “El cant dels ocells”. A contraluz, una pauta en ese escenario, desplegó un concierto misterioso, donde usó, debidamente trasteado, el ronroneo de su gato, por el sonido poco menos que venusiano. Eso despertó a un extranjero que aprovechó la comodidad del auditorio para sacudirse, hasta el momento gato, una buena siesta. Otro ejemplo de lo inusual de la propuesta fue que el público no supo cuando aplaudir el final de las piezas, adelantándose. En el Sónar hay que tener paciencia.

Y curiosidad, pues bajo el escenario Complex se despliegan una serie de estands donde hay de todo, tecnológico claro. Gente sesuda debatiendo mientras en el acceso regalaban papel de fumar, en ese contexto tan arcaico como una herramienta de sílex. Y tan útil. En ese mundo de contrastes del Sónar hay desde experimentos donde se precisa una especie de casco de tanquista ruso, debidamente cableado, o grafismos para ver cuan corta es la distancia entre la vida real y la digital, ya que cada vez ambas se relacionan con más estrechez. No hay más que mirar cómo se lucen en las fotos del Village los vestuarios para comprobar que vivimos para vernos digitalmente. Y viceversa.

De nuevo en el Complex, otra mujer, también sola como Adelaida, con unas programaciones concisas y una voz delicada, exploró desde música con resonancias populares de su país, es guipuzcoana, hasta versiones de Los Punsetes, “Opinión de mierda”, o su célebre recomposición de “Zu Atrapatu Arte” de Kortatu. Verde Prato, Ana Arsuaga, ya estuvo en el Sónar de bolsillo post-pandémico del 2.021, pero su música sutil y presencia escénica, bailando a cámara lenta y moviéndose con parsimonia de cisne, ha ganado muchos enteros. Igual que sus canciones, en las que caben desde bases esqueléticas a reggaeton deshuesado.

En el mismo Complex, otra mujer sola, Kelly Moran, deslumbró con su música, a base de piano programado y piano tocado. Espléndido su pase, cascadas de notas para interpretar a “cuatro” manos “Moves In The Field”, abordando las piezas en el mismo orden que en el disco, y sólo añadiendo unos drones graves para sumar profundidad y acotar el lirismo de una música que por momentos evoca a Satie o Sakamoto (a quien versionó tras dedicar la actuación a Palestina). La tecnología para llevar más allá 300 años de piano acústico, con cerebro y elegantes y técnicos dedos de mujer.

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