J Balvin: un soso la mar de divertido

En el primer concierto en España de su nueva gira, sacó lustre en Badalona a un repertorio infalible

J Balvin en Badalona durante el primero de sus dos conciertos en España dentro de su gira 'Qué bueno volver a verte'.Alejandro García (EFE)

Le escena se dio en el metro, donde viajaban la abuela, tocada con un gorro donde decía Mañana será bonito –álbum de Karol G- y con edad de ser aquí madre, su hija y su nieta, acompañadas pos sus parejas. Tres generaciones. El vestuario de ellas no casaba en absoluto con la neutralidad de un anodino martes, un día de la semana que no es ni chicha ni limoná. No hacía falta ser muy perspicaz para adivinar su destino, el ...

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Le escena se dio en el metro, donde viajaban la abuela, tocada con un gorro donde decía Mañana será bonito –álbum de Karol G- y con edad de ser aquí madre, su hija y su nieta, acompañadas pos sus parejas. Tres generaciones. El vestuario de ellas no casaba en absoluto con la neutralidad de un anodino martes, un día de la semana que no es ni chicha ni limoná. No hacía falta ser muy perspicaz para adivinar su destino, el concierto de J Balvin. La imagen arrojaba otros significados, pues la ausencia de criaturas en el convoy parecía indicar que el colombiano ya es muy intergeneracional aunque parece haber perdido a los más jóvenes por el camino. Confirmación al llegar al recinto, el Palau Olímpic de Badalona, que no se llenó pese a que hacía seis años que no actuaba en la ciudad y donde la post adolescencia y juventud reinaban entre los 6.700 presentes. Balvin no parece hoy cosa de críos, ya en otros caladeros. Por cierto, en Qué pretendes, ya con el concierto en su sprint final, un plano mostró a la abuela bailando en las primeras filas. Con señoras así igual no hacen tanta falta las criaturas.

J Balvin una estrella mundial, uno de los referentes de la música más denostada del momento. Vulgar, repetitiva y poco refinada. Hay licencia para criticarla, denota estatus cultural hacerlo. En directo, donde su puede percibir su efecto entre el público, es una fiesta del cuerpo, un territorio en el que colindan sensualidad y sexualidad. Y eso que Balvin no es ni una cosa ni otra. Cuando hizo que perreaba parecía estar metiendo monedas en una hucha, aunque no con la mano, y en escena parecía caminar, sólo caminaba, ni saltaba, ni bailaba, como quien no tiene otra cosa que hacer para matar el rato que ir de aquí para allá, ni corriendo ni despacio, dudando hasta del ritmo que ha de imponer a sus pasos. Para dejarse ver, vestuario siempre en tonos de papel aluminio, en plan papillote; o bien brillante como una confederación de bisuterías en lucha. Escenario no particularmente imaginativo, con monstruitos, unas manos finales sarmentadas que emergieron como los hinchables de los Stones y un cubo truncado en dos partes, una idea ya usada por Muse en medida XXXL, como altar para dar algún otro paseo. Momento de abulia letal cuando Balvin subió a escena a dos emocionadas seguidoras a las que trató con rigor funcionarial, no despidiéndolas y dejándolas allí plantadas hasta que alguien les comunicó que su momento de gloria era historia.

Con estos mimbres parece imposible que un concierto funcione, pero J Balvin lo hizo funcionar con el motor que verdaderamente importa: sus canciones. Sin disco nuevo desde hace tres años, el repertorio recorrió una carrera triunfal asentada en múltiples colaboraciones, buena parte de cuyas voces sonaron enlatadas en el recital. Comenzó a todo trapo sin acabar de enseñar la patita del reggaetón, y temas como Mi Gente, Colmillo o Dientes magnificaron el papel del bombo, una saturación de graves que reiterada sin pausa invita a imaginar un club en pleno éxtasis bailable. Es una de las patas del reggaetón, la que negó en el pabellón el sentido de las sillas. Todo el mundo bailaba, sí, ellos también, no eran meros consortes. Las letras se seguían en los labios del público, que en 6 AM con un acorde que evoca el reggae, su vocación melódica y su ritmo reposado permitían cantar ¿Pero qué clase de rumba/la que cogí yo anoche/no recuerdo lo que sucedió. Eran apenas las 21:30h, pero todo el mundo ya estaba de rumba, como los personajes de Andrés Caicedo en ¡Que viva la música!

Ya había sonado Con altura, pero el sudor, pese a lo escueto de los vestuarios, bendecidos por una favorable subida de temperatura en relación al lunes, comenzó a brotar en la parte central del concierto, completamente imbatible con Safari, Contra la pared o Ginza. El reposo se impuso en forma de balada y en Ahora dice los móviles encendieron sus linternas, luciérnagas de blanco ártico. Especial mención a La canción, el canto que con Bad Bunny, J Balvin consagra al poder evocador de la música, en este caso ancla emocional de una relación extinta. Y si en su día Kanye West sacó a escena a un coro femenino, Balvin mostró sus estudios mediante un trío de cuerda que acompañó la interpretación de Rojo. A partir de aquí popurrí estelar y fin de fiesta con Ritmo, Qué calor e In Da Getto. El pabellón dislocado tras un concierto divertidísimo para recordar que la música es, entre otras cosas, también evasión, si alguna vez lo dejó de ser. Que se lo cuenten a la abuela con el gorro de Karol G.

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