Joan Rigol, la integridad política de un democristiano
El expresidente de Unió Democràtica y del Parlament ha fallecido a los 81 años
Hay pocos políticos con una trayectoria íntegra y coherente. Joan Rigol i Roig (Torrelles de Llobregat, 1943) es uno de esos exponentes de esa raza que escasea. Su trayectoria es un ejemplo de que el buen hacer político y la honestidad no están reñidos.
Fue ordenado sacerdote el 23 de noviembre de 1967 y destinado a la parroquia de Nuestra Señora de Montserrat, en el barcelonés barrio del Guinardó. Allí coincidió con Lluís Martínez Sistach, actual arzobispo emérito de Barcelona, con quien trabó una buena amista...
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Hay pocos políticos con una trayectoria íntegra y coherente. Joan Rigol i Roig (Torrelles de Llobregat, 1943) es uno de esos exponentes de esa raza que escasea. Su trayectoria es un ejemplo de que el buen hacer político y la honestidad no están reñidos.
Fue ordenado sacerdote el 23 de noviembre de 1967 y destinado a la parroquia de Nuestra Señora de Montserrat, en el barcelonés barrio del Guinardó. Allí coincidió con Lluís Martínez Sistach, actual arzobispo emérito de Barcelona, con quien trabó una buena amistad que conservaron, aunque sus vidas pronto siguieron caminos distintos. Al cabo de unos años, Rigol se secularizó y se casó. En 1976 comenzó su larga carrera política en Unió Democràtica de Catalunya (UDC), partido del que fue presidente durante 13 años y que durante decenios fue aliado de la Convergència de Jordi Pujol. Su breve paso por el Congreso fue el prólogo de su escaño durante varias legislaturas en el Parlament, que presidió con gran sentido institucional entre 1999 y 2003.
Rigol siempre fue un democristiano a carta cabal a quien no le temblaron las piernas a la hora de defender sus convicciones y ello a pesar de que sus relaciones con Pujol y con la cúpula de su propio partido nunca fueron un camino de rosas: el líder de CiU lo vetó para presidir el Senado, al que los nacionalistas podían acceder gracias al Pacto del Majestic de 1996 con el PP de Aznar. A Pujol le resultaba difícilmente soportable que otro catalán le precediera en los actos oficiales al ostentar un cargo institucional de mayor rango que el suyo. Fue un duro golpe, pues Rigol estaba exultante ante la probabilidad de ocupar la presidencia de la Cámara Alta. Pero, contrariamente a lo que pudiera pensarse, Pujol y Rigol mantuvieron siempre una fluida relación.
Ya había sido consejero de Trabajo en el primer Gobierno de CiU (1980-1984). Allí desplegó sus ideas muy en la línea de la doctrina social de la Iglesia: dar trabajo comunitario a los desempleados que carecían de prestaciones. El primer enfrentamiento de calado con Pujol no llegaría hasta 1985, cuando el president lo destituyó del cargo de consejero de Cultura por impulsar un pacto que contaba con el respaldo de intelectuales de todas las ideologías, en busca de coordinación en el fomento de la cultura. El caso es que Pujol juzgó el acuerdo propuesto por Rigol demasiado ecuménico y transversal y, como tal, un peligro para su proyecto político nacionalista. Así que el consejero democristiano apenas duró un año en el cargo.
Rigol, al margen de su perfil político, siempre fue un hombre de institución eclesial. Más de Pablo VI que de Karol Wojtyla. Era un hombre conciliar, menos de Emmanuel Mounier que de Jacques Maritain, a quien dedicó su doctorado bajo el título Fundamento Teológico de la dignidad de la persona en la filosofía política de Jacques Maritain. En cierta ocasión bromeaba en un almuerzo con amigos acerca de si el nombramiento en 1991 del obispo auxiliar Joan Carrera –que accedió al cargo eclesial con el carné de Unió en el bolsillo– era o no un caso de galicanismo como sostenía otro personaje de calado, el socialista con inquietudes teológicas Ernest Lluch. La ironía y socarronería de Rigol eran reputadas entre los políticos catalanes de todos los colores que siempre ponderaron su sentido institucional. Era un democristiano que hubiera encajado más en las filas de los moroteos italianos (seguidores de Aldo Moro) que en la deriva política que había tomado su propio partido en Cataluña.
Su talla intelectual, su libertad interior y su eclecticismo a la hora de elegir amistades le labró enemistades en su propio partido. En cierta ocasión circularon documentos que le atribuían un papel relevante en un caso de corrupción. Comprobados los datos, resultaron ser falsos. Rigol los atribuyó siempre a miembros de su propia formación democristiana. Es bien cierto que, en ocasiones, pueden ser peores los compañeros de partido que los enemigos políticos.
En 2015 abandonó Unió Democrática para abrazar la causa independentista. Dirigió el Pacto Nacional por el Derecho a Decidir. Siempre atento a la concordia, trató de negociar hasta el último momento la celebración del referéndum del 1 de octubre de 2017 con el Gobierno central. Hubiera preferido la convocatoria electoral a la declaración unilateral de independencia que desembocó en la aplicación del artículo 155 de la Constitución y la intervención de la autonomía catalana. Aunque estuvo en las listas de Junts per Catalunya, siguió conservando buenas relaciones entre los democristianos. De hecho, la noticia de su fallecimiento la confirmó en las redes sociales Ramon Espadaler, de Units per Avançar, formación coligada con el PSC.
Rigol deja una docena de ensayos, entre ellos la tesis con la que se doctoró en la Facultat de Filosofia de Catalunya: Amor más allá de la muerte, sobre la obra filosófica del dramaturgo francés Gabriel Marcel.
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