La apoteosis de bolsillo de Antònia Font en el Palau de la Música
El grupo mallorquín conquistó al público en el primero de sus dos conciertos en el recinto barcelonés
Fueron apoteósicos, conciertos de masas en los que la emoción se impuso a cualquier otra consideración. El primero, en el Primavera Sound del 2022, fue quizás el mejor por su contexto, galos disfrutando en un entorno de romanos, grupo local triunfando con la extranjería ausente y descolocada, reaparición y concierto en el atardecer. Luego,...
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Fueron apoteósicos, conciertos de masas en los que la emoción se impuso a cualquier otra consideración. El primero, en el Primavera Sound del 2022, fue quizás el mejor por su contexto, galos disfrutando en un entorno de romanos, grupo local triunfando con la extranjería ausente y descolocada, reaparición y concierto en el atardecer. Luego, ya al año siguiente llegaron un Sant Jordi, eclosión emocional entre una barahúnda de sonido mal equilibrado y un Cruïlla en el que pudo más la fiesta que cualquier otra cosa. Y sí, Antònia Font es un grupo de fiesta, pero también una banda de matices, con letras de poesía que no se revelan a la primera, de inventivas melodías con un constante sentimiento de melancolía sin bobaliconería y una filigrana de guitarra que viéndola tocar a Joan Miquel Oliver parece hasta fácil. ¿Un sutil grupo de fiesta? Un oxímoron de iluminados sin pinta alguna de estrellas, “sólo” un grupo de afortunados trabajadores que volvieron para un ratito y ya llevan tres años de gira, ahora por teatros y auditorios. Nadie que quiera verlos podrá quejarse de no poder haberlo hecho.
Y por fin pudo verse a los Antònia Font sonando bien, sin los arrebatos de la emoción, con los ánimos temperados, en un contexto de cercanía, sin la exaltación propia de las masas, compensada por complicidad y cercanía. Incluso a Pau Debón, el cantante, se le pudo leer en la cara y en la gesticulación una emoción que en otras ocasiones quedaba parcialmente desdibujada por el propio atolondramiento del público. Aún con tofo no se piense que en el Palau no hubo locura, pero hasta la parte final, en el largo tramo de bises, no se descorchó. Durante buena parte del concierto, en el que se introdujeron bastantes piezas cortas de aquel ingenio de canciones cortas llamado Vostè és aquí, último disco antes de su retirada, ahora sabemos que temporal, el público se mantuvo fiel a sus butacas. Incluso con la traca de inicio del concierto, que comenzó suave y sin bajo ni batería con ritmo con Cançó de llum, para seguir, entre otras con Darrera una revista, con Pau extendiendo los brazos como para iniciar un vuelo, o Armando Rampas y Robot, inteligencia artificial casera y desenchufable, el público seguía el concierto en tres modalidades y siempre sentado: silabeando las letras, cabeceando rítmicamente o dando palmas. Había emoción, emoción sentada en estado de parcial reposo.
El bloque de temas menos conocidos, ocho piezas de “Vostè és aqui”, con un Cartes a Ramiro cantada a capella y desde el fondo del escenario por Pau Debón, convertido en una especie de trovador, mantuvo al público expectante, aovillado por canciones que no nacieron con la intención de ser éxitos sino resultado de los conceptos que alimentan a un grupo que siempre ha sido singular, manera educada de decir que pese a todo Antònia Font es un grupo deliciosamente “raro”. Y entre tantas canciones cortas, en Astronauta rimador, situada entre ellas, Pau bajó a la platea y siguió de cerca la interpretación que el público hacía de la misma. Es la prueba del fan: si el cantante se te acerca y no te sabes la letra de una pieza famosa, no sales bien en la foto. Amants perfectes, Tots els motors i Venc amb tu cerraron el tramo principal del concierto e hicieron presagiar lo que se aprestaba.
Porque llegó la verbena. Pau comenzó a hacer de todo el Palau un escenario y cantó en la platea, en los palcos y hasta en el segundo piso. Y fue verbena porque el público bailaba en los pasillos, bailaba entrelazado, chicos con chicos, chicas con chicas, parejas mixtas, Pau con quien le pillaba de los brazos, desatándose entonces la locura de los grandes espacios pero en formato de bolsillo. Ya nadie osó sentarse, no se acude a un concierto para ver en primer plano las posaderas de quien ocupa la fila de delante mientras baila ante tu palmaria muestra de aburrimiento, así que todo el Palau se puso en pié. Y cantó y bailó Batiscafo Katiuscas o Clint Eastwood o Vitamina Sol o Alegriá o Alpìnistes-Samurais, canciones todas ellas que no parecen escritas para ser bailadas a lo loco, pero que estos isleños han convertido en motores de desvarío colectivo. Incluso con la delicadísima Bamboo se elevaban brazos como si fuese un hit expansivo. En fin, cosas raras que pasan con Antònia Font, un grupo extraño y a la vez fácil de leer. Otro oxímoron. Otro éxito. Se cerró la noche, más de dos horas de música, con Viure sense tu y Pau dijo que en 5 minutos firmarían discos. Más cerca sólo la piel.
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