Asesinato en un burdel de los ultras del Barça bajo la mirada de los Mossos

El 8 de marzo, el peruano Luis Z. murió apuñalado en un robo fallido de droga en un prostíbulo. La policía vigilaba el local desde un balcón, pero supo del crimen al día siguiente, cuando los autores intentaron huir con el cadáver en una furgoneta

Los investigados trasladan el cadáver de un hombre a la salida de un local en Barcelona.

Llegó a España desde Colombia con el billete pagado y una promesa: trabajaría cuidando niños y limpiando casas. La acompañaron en AVE a Barcelona, donde le quitaron el pasaporte y le obligaron a ejercer la prostitución en un piso. Logró huir y denunció el caso. Se convirtió en X37, testigo protegido y origen de una investigación sobre un grupo que capta a chicas en Sudamérica para usarlas como mulas y obtener beneficio de sus cuerpos y que ahora, 8 de ...

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Llegó a España desde Colombia con el billete pagado y una promesa: trabajaría cuidando niños y limpiando casas. La acompañaron en AVE a Barcelona, donde le quitaron el pasaporte y le obligaron a ejercer la prostitución en un piso. Logró huir y denunció el caso. Se convirtió en X37, testigo protegido y origen de una investigación sobre un grupo que capta a chicas en Sudamérica para usarlas como mulas y obtener beneficio de sus cuerpos y que ahora, 8 de marzo de 2023, conduce a los Mossos d’Esquadra a las puertas de un pequeño burdel en el barrio de Gràcia. Los agentes tienen en su poder cientos de conversaciones muy elocuentes y, desde hace semanas, saben que los Casuals —la facción más violenta de los Boixos Nois, los ultras del Barça— han entrado en el negocio a cambio de protección. Ignoran lo que está a punto de ocurrir.

Es de noche. Los agentes vigilan discretamente el meublé, en el número 64 de la calle Riera de Sant Miquel. Desde un pequeño balcón situado enfrente, observan cómo unos individuos entran y sale del local en actitud vigilante. Pasadas las 22 horas, escuchan “ruidos de personas gritándose” en lo que parece (eso creen entonces) “una pelea”. El ruido también ha alertado a los vecinos, que llaman al 112. Los investigadores ven llegar desde el balcón a una patrulla del barrio, que llama al timbre. Esos policías escuchan música a todo volumen, pero los gritos se han disipado. Insisten. Como ven que nadie les abre, se acaban marchando.

Al otro lado de la puerta, sin que la policía pueda saberlo, se está cometiendo un crimen. Luis Z., peruano de mediana edad, está siendo brutalmente agredido. Muere tras recibir decenas de puñaladas en una habitación. Su amigo Antonio R. sobrevivirá al ataque y podrá contar lo ocurrido a la policía. Esa tarde, dirá, Luis Z. le invitó a “tomar unos tragos” y a “ver chicas bonitas” en un club donde les esperaba una tal Martina. Es el nombre falso de Jasmenn O., la mujer que supuestamente captó a X37 y que, según la policía, organiza sin piedad el traslado de mulas desde Perú y Colombia.

Martina invita a los clientes a una cerveza. Mientras escribe sin parar por el móvil, les dice que estén tranquilos, que enseguida llegarán las chicas. En vez de eso, irrumpen en el local dos hombres armados con cuchillos y los obligan a arrodillarse. “Tu amigo me debe dinero y tú sabes cómo se resuelven esos temas”, le dice a Antonio R. un varón de tez blanca, calvo y con un hacha tatuada en la cara, que se lleva a Luis Z. a la sala que será su tumba. “Oía los gritos de cómo golpeaban a mi amigo”. Para acallar las llamadas de auxilio de la víctima, una trabajadora sube el volumen de la música. Alguien llama a la puerta. Es la patrulla de los Mossos, la que acabará marchándose. A Antonio R. lo sacan poco después del local, como también se ve en las imágenes captadas por la policía autonómica catalana desde el balcón. Le indican que suba a un coche rojo. Él cree que lo van a matar, pero no. Lo abandonan en una calle oscura de Barcelona.

La furgoneta donde se encontró el cadáver, tras ser inspeccionada por los Mossos.

Por orden judicial, los Mossos escuchan desde hace meses todo lo que se dice en el interior del coche Kia Carens que usa Martina, la líder del grupo. Pese a sus esfuerzos y sus contactos al otro lado del Atlántico, las cosas no van del todo bien. En Navidad, logró traer a una mula con 1,8 kilos de cocaína en su cuerpo. Pero cuando intentaron vender la droga, los supuestos compradores les robaron la mercancía. Decidió ponerse en manos de Paco el Gordo, uno de los jefes de los Casuals, detenido en junio en un macrooperativo contra este grupo que nació en las gradas del Camp Nou y se ha convertido en uno de los grupos criminales más poderosos de Cataluña.

“Ayer hablamos con una gente que se llaman los Casuals, es una banda organizada en Barcelona, son gente muy fuerte”, cuenta Martina sin saber que el coche está sonorizado. Según concluye la policía, las partes acuerdan “compartir el piso de prostitución” de Gràcia y darle un nuevo empujón al negocio: los ultras aportarán músculo y chicas y se llevarán a cambio “el 50%” de las ganancias. Martina anima a su nuevo protector: “A ver si usted puede llamar a sus amigos y que vengan a meter lo que quieran meter, a beber lo que quieran beber y a follar a saco”.

Pasan los meses y la paciencia de Paco el Gordo, con una ristra de antecedentes por delitos violentos, se agota. Le dice que el piso solo le está ocasionando pérdidas. Es entonces cuando entre todos planean robar a dos individuos que, supuestamente, van a llevar cuatro kilos de cocaína al local. Son Luis Z. y Antonio R., con los que el grupo había tenido “un incidente previo” en Perú que la policía no aclara. Ninguno de los dos lleva droga. Pero a los hombres enviados para ejecutar el robo (que según los Mossos “trabajaban para Paco el Gordo”), el asunto se les ha ido de las manos.

“¡Qué chalados! ¡Boixos Nois tenían que ser!”

Víctor N., alias Thor, es una de las seis personas en prisión preventiva por el crimen del burdel y es, presuntamente, el principal autor. El hombre del hacha tatuada en la cara. La madrugada del 8 al 9, los teléfonos echan humo. “¿Le han pegado fuerte?”, pregunta Pedro, marido de Martina, sobre la agresión a Luis Z. “Tete, una masacre”, responde una mujer. Pedro está desesperado: “¿En serio lo han pinchado, tío? Madre mía, ¡qué chalados, tío! ¡Boixos Nois tenían que ser”. Pronto recibe una llamada de Paco el Gordo: “Oye, es muy importante que saquéis al chaval ese de ahí a que lo lleven al médico. Déjalo en la puerta de un hospital o algo, eh”, le avisa. Es demasiado tarde. Luis Z. está muerto y hay que deshacerse del cuerpo.

Paco el Gordo, en el momento de su detención por los Mossos d'Esquadra.

El día 9 de marzo, por la noche, los Mossos ignoran aún que se ha cometido un homicidio delante de sus narices. Vuelven a montar la vigilancia frente al burdel de Gràcia. Y ven algo que, esta vez sí, les parece sospechoso. Una furgoneta de alquiler aparca frente al local. Cuatro hombres, entre ellos Thor, cargan una cama de matrimonio tipo canapé. Los investigadores avisan a sus compañeros, que dan el alto a la furgoneta y han de cruzar el coche patrulla para que no escape. Detienen a dos de los ocupantes (el tercero logra huir temporalmente) y abren el maletero. Inspeccionan el canapé. Ven un paquete alargado, con forma humana.

El cadáver de Luis Z., dirá el informe forense, aparece envuelto con film transparente y cinta de embalar marrón. Tiene los pies juntos y los brazos encima del pecho, “en posición de momia”. Ha muerto “por las cuchilladas que se ven en la espalda”. En la furgoneta hay también un cuchillo con restos de sangre. El juez de guardia de Barcelona, Francesc Paulí, ordena de inmediato el registro del prostíbulo para “comprobar si hay otros cadáveres o personas que pudieran estar encerradas o en peligro”. No es el caso, pero los autores y los cómplices han estado “limpiando a conciencia y pintando las paredes” de la escena del crimen, insiste el magistrado, antes de intentar deshacerse, sin éxito, del cadáver.

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