Opinión

Historia barcelonesa

Trias tiene todos los números para sufrir el mismo destino que Francisco Umbral, el escritor de millares de artículos y un centenar de libros, cuya posteridad quedó asegurada por su intemperante queja ante Mercedes Milà

Xavier Trias y Jaume Collboni durante la sesión de investidura.Albert Garcia

Hay pocos espacios públicos en Barcelona tan cargados de historia como el Saló de Cent. La que explican las piedras y la que se ha llevado el tiempo pero se asocia con sus muros medievales, como si un eco de las voces del pasado siguiera dirigiéndose a nosotros.

El sábado 17 de junio fue una de esas jornadas destinada a pasar a los anales, gracias a una alianza que dio inesperadamente la vara de alcalde a Jaume Collboni. Xavier Trias y Ernest Maragall, que ya se veían comandando los destinos de la ciudad, no pudieron disimular su enfado. Tanto como el acontecimiento relativamente banal ...

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Hay pocos espacios públicos en Barcelona tan cargados de historia como el Saló de Cent. La que explican las piedras y la que se ha llevado el tiempo pero se asocia con sus muros medievales, como si un eco de las voces del pasado siguiera dirigiéndose a nosotros.

El sábado 17 de junio fue una de esas jornadas destinada a pasar a los anales, gracias a una alianza que dio inesperadamente la vara de alcalde a Jaume Collboni. Xavier Trias y Ernest Maragall, que ya se veían comandando los destinos de la ciudad, no pudieron disimular su enfado. Tanto como el acontecimiento relativamente banal de una investidura tramada entre extraños compañeros de cama, harto frecuente en la vida política, la historia quizás recordará los rostros demudados y sobre todo las palabras pronunciadas.

Con su frase “Que us bombin a tots!”, Trias tiene todos los números para sufrir el mismo destino que Francisco Umbral, el escritor de millares de artículos y un centenar de libros, cuya posteridad quedó asegurada por su intemperante queja ante Mercedes Milà: “Aquí he venido a hablar de mi libro”. La hazaña del ex alcalde que no pudo repetir tiene su mérito. Además de un buen eslogan, consiguió extremar la habitual disonancia entre palabras y hechos que caracteriza a la vida política. Empezó su explicación de voto impartiendo una lección de elegancia política ante sus familiares, pero cuando tenía al público en el bolsillo, boquiabierto de admiración ante tanto fair-play, sacó las uñas y mandó a tomar viento a todo el mundo, desengañado por la alcaldía perdida.

No se quedó corto Ernest Maragall con las invectivas y maldiciones que adornaron su discurso. Esta investidura ha sido la aplicación del artículo 155 a Barcelona, una jugada indigna que los ciudadanos no perdonarán, la maniobra de Madrid para controlar la capital catalana. En definitiva, un pacto de Estado para asegurar la unidad de España frente a los secesionistas. Su argumentario conspiracionista reaviva los fetiches más encendidos del procés y proporciona munición a tertulianos y columnistas, pero ninguna de sus frases pasará a la historia ni terminará estampada en las camisetas de la militancia.

Sorprende una exhibición de mal perder como la que nos ha proporcionado el independentismo en sus distintas declinaciones, tan impúdica e infantil viniendo además de los más ancianos. A su edad acaban de descubrir que la política va de poder, ¡vaya sorpresa! Tampoco han faltado los jóvenes a la cita con el rencor, como fue el caso de Pere Aragonès, que recibió al nuevo alcalde en el Palau de la Generalitat con caras más que largas y palabras cargadas de inelegantes reproches.

El procés ha terminado, pero su pesada fraseología permanece, como un lastre que se pega al zapato y dificulta la marcha hacia el futuro. En el camino, se ha perdido incluso la proverbial cortesía de la ciudad.

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