Por una verdadera alianza educadora al servicio de nuestra infancia
Las políticas públicas no pueden limitar su inversión sólo a la escuela y relegar las demás dimensiones de la educación a las familias o, aún peor, sólo a las madres
La escolarización de niños, niñas y adolescentes ha significado, históricamente, un progreso decisivo en el derecho a la educación para todas y todos. Aún hoy sigue siendo un gran desafío porque cerca de 300 millones de niños y, sobre todo, niñas en el mundo no van a la escuela y más de 600 millones de jóvenes en el planeta no tienen las competencias básicas de lectura, escritura y matemáticas. Por ello, la lucha política para lograr una escuela cada vez más democrática y de calidad sigue siendo esencial. Sin embargo, sería un error considerar que el derecho a la educación se reduce a la escol...
La escolarización de niños, niñas y adolescentes ha significado, históricamente, un progreso decisivo en el derecho a la educación para todas y todos. Aún hoy sigue siendo un gran desafío porque cerca de 300 millones de niños y, sobre todo, niñas en el mundo no van a la escuela y más de 600 millones de jóvenes en el planeta no tienen las competencias básicas de lectura, escritura y matemáticas. Por ello, la lucha política para lograr una escuela cada vez más democrática y de calidad sigue siendo esencial. Sin embargo, sería un error considerar que el derecho a la educación se reduce a la escolarización y que los poderes públicos deben detenerse ahí.
Como dice un proverbio africano, “hace falta toda una tribu para educar una criatura”: crecemos en un ecosistema extenso donde cada uno a su manera contribuye a crear el terreno indispensable para un buen desarrollo. Y, claro está, las familias juegan un papel fundamental creando un marco de seguridad para ayudar a hijos e hijas a superar sus impulsos primarios garantizando que les cuidarán y protegerán, pase lo que pase.
También sabemos que el uso del lenguaje por parte de las personas que rodean la pequeña infancia desde su nacimiento crea graves desigualdades : por un lado, porque el número de palabras conocidas y utilizables al entrar en la escuela puede variar en una escala de 1 a 10 (de 600 a 6.000 palabras aproximadamente) y condicionar en gran medida cómo será la integración en la cultura escolar, la comprensión de consignas y la iniciación a la lectura y la escritura. Por otra parte, porque las niñas y niños pueden beneficiarse, o no, de un lenguaje elaborado con numerosos intercambios verbales, con reformulaciones amables y discusiones serenas que permitan aprender a tomar decisiones comunes.
A esto se añade el papel sin precedentes que desempeñan hoy en día las pantallas en la vida cotidiana de nuestros hijos e hijas. También nuevos planteamientos sociales sobre la justicia de género que ponen en cuestión a muchas O la forma de educar reproducida generación tras generación a base de prohibiciones y castigos, y que ya es difícil de sostener. Por todo ello, muchas familias que a veces se acusa de haber dimitido, en realidad, están completamente desamparadas.
En este escenario, las políticas públicas no pueden limitar su inversión sólo a la escuela y relegar las demás dimensiones de la educación a las familias o, aún peor, sólo a las madres. Las políticas deben integrar todos los ámbitos que contribuyen al buen desarrollo de la infancia: desde el urbanismo y la movilidad, a los espacios culturales y de tiempo libre y la atención a la infancia y el apoyo a la crianza.
En este escenario, las políticas públicas no pueden limitar su inversión presupuestaria y humana a la escuela y relegar las demás dimensiones de la educación a las familias, o aún peor sólo a las madres. Las políticas deben integrar todos los ámbitos que contribuyen al buen desarrollo de la infancia: la organización de la ciudad en todas sus dimensiones como el urbanismo, la movilidad, los espacios culturales y de tiempo libre, la atención a la infancia y el apoyo a la crianza.
Por todo ello, es esencial promover espacios educativos de exploración, juego y socialización antes y en paralelo a la escuela, con profesionales competentes para que toda infancia crezca en un entorno material rico, de un ambiente social amable y de un entorno intelectual estimulante. Es clave apoyar y acompañar a las familias en el ejercicio de su responsabilidad educadora : no hay que dejar solas a las madres y padres ante las dificultades que encuentran; deben poder hablar de sus problemas con otras familias, compartir sus preocupaciones y pedir apoyos útiles. Todas las familias necesitan tener intercambios tranquilos con los otros agentes educadores: maestras y maestros, educadores, monitores, personal sanitario, etc. Necesitan contrastar sus percepciones e identificar conjuntamente las mejores vías para actuar ante las situaciones que viven.
Todos los gobiernos deben velar porque la crianza no siga siendo el ángulo muerto de las políticas públicas: que la crianza y la educación familiar sea objeto de debate público, de aportaciones expertas y de encuentros abiertos a todas las personas preocupadas por la calidad de la educación que damos a nuestra infancia.
Ante este reto compartido, sólo podemos alegrarnos del esfuerzo de Barcelona, ciudad educadora por excelencia, en impulsar una red pública de 25 espacios familiares de crianza para más de 1.500 familias. Un servicio educativo donde, mientras niñas y niños pequeños descubren y comparten juegos, las familias encuentran apoyo mutuo y profesional. Así, salen de su soledad, consiguen información e intercambian con otras para reflexionar, sin soberbia ni culpas, como hacer de familias.
De hecho, ni maestras, ni monitores, ni educadoras sociales, ni madres ni padres podrán hacer frente, solos, a los retos educativos actuales: su alianza educadora es, más que nunca, esencial. Una alianza para que nuestra infancia aprenda y pueda comprender el mundo y, a la vez, construir un futuro solidario.
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