Un año de guerra en Guissona, la pequeña Ucrania catalana
Doce meses después de la invasión rusa, los refugiados en este pueblo leridano no acaban de ver el final del conflicto mientras peligran sus economías personales
Volodymyr tiene 64 años y es ucraniano. Hace un año vivía en la ciudad Járkov donde trabajaba como arquitecto. Rusia invadió su país hace justo doce meses y tuvo que huir. “Conseguí atravesar la frontera con Polonia y allí unos voluntarios me ofrecieron venir en furgoneta hasta España”, recuerda. Atravesó toda Europa y acabó en Guissona, el municipio leridano con mayor porcentaje de vecinos procedentes de Ucrania. La casa en Járkov de Volodymyr ...
Volodymyr tiene 64 años y es ucraniano. Hace un año vivía en la ciudad Járkov donde trabajaba como arquitecto. Rusia invadió su país hace justo doce meses y tuvo que huir. “Conseguí atravesar la frontera con Polonia y allí unos voluntarios me ofrecieron venir en furgoneta hasta España”, recuerda. Atravesó toda Europa y acabó en Guissona, el municipio leridano con mayor porcentaje de vecinos procedentes de Ucrania. La casa en Járkov de Volodymyr está hoy destrozada. Vive, al día, en una habitación que le ha cedido un vecino del municipio leridano con una cama y muebles diseñados para un niño. No recibe ninguna paga y ha agotado todos sus ahorros. “Nadie me da trabajo porque soy mayor. No sé qué tengo que hacer”, se lamenta.
La desesperanza y la tristeza de este ucraniano con edad cercana a la jubilación es un sentimiento común en Guissona. Jaume Ars (Junts) es el primer edil de este municipio leridano desde 2019. “He sido el alcalde de la pandemia y de la guerra”, constata Ars. La localidad leridana se encuentra a más de 3.000 kilómetros de Ucrania pero todo lo que pasa en esa parte del mundo afecta, y mucho, a este municipio de la comarca de la Segarra. En Guissona viven 7.800 vecinos y casi el 53% de la población es migrante debido a la necesidad de mano de obra del Grupo Alimentario Guissona (Bonarea), con sede en el municipio. “Hasta el inicio de la guerra, la comunidad migrante más grande eran los rumanos (1.250) seguida de los ucranianos (1.065) pero en febrero de 2022 llegaron 350 refugiados de Ucrania”, calcula Ars. La llegada de refugiados fue un tsunami en Guissona. El municipio se volcó y las ONG donaron 35.000 euros al Ayuntamiento para cubrir necesidades y solucionar administrativamente las acogidas. Hoy, un año más tarde, decenas de aquellos refugiados han regresado a su país. Otros están en Polonia o Francia. “Ahora tenemos unos 250 de los que 55 son niños entre 0 y 18 años que estudian en los colegios del municipio. El 90% de los refugiados de Guissona viven en casas de familiares y luego tenemos a 15 personas que están en cuatro viviendas cedidas por vecinos”, informa el alcalde. Ars asegura que todas las administraciones le dieron al edil el “soporte moral” con la llegada de los ucranianos pero muy poca ayuda material. En muchos balcones de Guissona permanecen colgadas estelades y en otros, incluido el propio ayuntamiento, lucen la bandera azul y amarilla de Ucrania.
Mykola Gryndiv es el propietario de una tienda bautizada como On Line. Es una mezcla de locutorio junto con tienda de alimentación de productos ucranianos. En la práctica, el negocio se ha convertido en el lugar de encuentro de refugiados y no refugiados. Un gran mapa de Ucrania preside una pared y, en la contraria, la fotocopia en blanco y negro de la imagen Andrii Usach, un militar que perdió una pierna al principio del conflicto en 2014 con Rusia. “Cuando empezaron a llegar los refugiados estuvieron varias semanas en casas de familias. Luego pasaron los meses y muchos no pudieron aguantar más”, reconoce Gryndiv. Algunos refugiados consiguieron empleo en Bonarea pero otros ni eso. Los que no regresaron a Ucrania ven pasar los días con la mirada fija en el desastre a 3.000 kilómetros del municipio leridano. El locutorio está invadido de cajas. La mayoría contienen medicamentos y Gryndiv muestra caja a caja recordando el precio (carísimo) y la utilidad de estas medicinas. “Cada semana enviamos una furgoneta con medicinas y ropa específica para nuestros militares. Es una ayudita porque lo que realmente necesitamos es armamento y eso solo lo pueden dar los estados”, aclara rápidamente. El odio por el enemigo no tarda en avivar. “Cuando Hitler invadió Mariúpol no lo destrozó como lo ha hecho Putin. Cuando acabe la guerra, Rusia tendrá que pagar los daños y las víctimas”, sentencia.
Uno de los principales restaurantes de Guissona es el Ateneu. Desde hace tres años lo regenta Myroslava Didyk, una ucraniana de 38 años que hace 13 se instaló en Guissona, primero para trabajar en la corporación y luego en su propio negocio. “En febrero del año pasado nació mi hijo Arthur y vino mi hermana a conocerle. Mientras estaba aquí, comenzó la guerra y se quedó”, informa Didyk. La hermana de Didyk es Oksana Kuziuk (tiene el apellido de soltera mientras que Myroslava utiliza el de su marido) y también trabaja en el Ateneu. Provienen de la zona Ivano-Frankivsk y, el pasado jueves, estaban de celebración. “Acabamos de empadronar en Guissona a mi madre Marya que ha llegado hace unos días. En Ucrania se ha quedado nuestro padre que no quiere venir porque prefiere estar allí en la granja. Al fin y al cabo, nuestra zona está cerca de Polonia y no se nota tanto la guerra”.
Hkistina Kruk (20 años) lleva un mes trabajando en el Ateneu. Kruk huyó hace seis meses -y totalmente sola- del horror de la guerra. “En la frontera de Polonia había un autobús que me dijo que podía llevarme a España. Ni me lo pensé”, admite. Kruk vive ahora en el piso de una familia ucraniana que la acogió en Guissona sin conocerla. Desde hace unas semanas ha comenzado a salir con uno de los chicos de esa misma casa. “Ahora no es momento de hablar de la guerra”, zanja la conversación ilusionada con su nuevo noviazgo.
Nadiya es la propietaria de la peluquería Beauty Salon, justo enfrente del Ateneu. Lleva muchos años en Guissona y en Ucrania solo le queda una hermana y unos padres muy mayores. “Mi hermana acaba de ser madre. Yo quería traérmela pero no quiere. Mi cuñado está en el frente pilotando drones. Cuando hablo por teléfono con él, creo que no me cuenta toda la verdad. Al final, la vida sigue y tenemos que continuar”, zanja la peluquera.
En la puerta de la Escuela Fedac Guissona, Olga Poromosa y Solomiya Yankonska esperan a que Denís, el hijo de Yankonska, salga del colegio. Poromosa lleva 18 años trabajando en el municipio leridano pero Yankonska solo seis meses. “He conseguido trabajo en Bonarea e intento mirar adelante por mi hijo. Cada día llamo a mi marido. Está bien, aunque luchando por nuestro país”, esconde esta afirmación tras una sonrisa amarga.
Andriy Sukhyak es médico en Cervera (Lleida) pero llegó hace 23 años a Guissona para trabajar en Bonarea hasta que acreditó su titulación. Como cada tarde se acerca al locutorio de Gryndiv. Ambos se enorgullecen mostrando una colección de medallas y diplomas que han enviado diferentes organizaciones y administraciones ucranias a Guissona en reconocimiento de las ayudas realizadas por la comunidad. Los dos revisan e intercambian WhatsApp de amigos que les han enviado vídeos desde el frente. Sukhyah hace una semana que regresó de Rivne, su ciudad: “Allí solo nos han bombardeado desde el lado bieloruso. Dos veces al año cojo el coche y me voy de vacaciones a Ucrania. Lo voy seguir haciendo porque Putin no me lo va a impedir. Esta es una guerra del siglo XXI que han comenzado bárbaros que parece que estén en el siglo XVII”.
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