Salvar los muebles

Nada ha dañado ni ha debilitado más a Cataluña como el disparate protagonizado por los hijos y amigos políticos de Jordi Pujol, a los que el ‘expresident’ no quiso o pudo moderar

El expresidente de Catalunya Jordi Pujol durante la presentación de su último libro, el pasado 8 de febrero.Alberto Paredes (Europa Press)

Cataluña está viva. Lo está ahora y lo estaba hace 10 años. Ahora que Jordi Pujol lo reconoce. Y hace 10 años cuando temía por su extinción y con tal motivo apostaba con la boca pequeña por la independencia. También lleva razón en que está viva pero disminuida. Nada la ha dañado ni ha debilitado tanto sus fuerzas como el disparate protagonizado por sus hijos y amigos políticos, a los que Pujol no quiso o pudo moderar.

Lo grave del caso es que Pujol lo sabía. Son un misterio las razones para tanta complicidad ...

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Cataluña está viva. Lo está ahora y lo estaba hace 10 años. Ahora que Jordi Pujol lo reconoce. Y hace 10 años cuando temía por su extinción y con tal motivo apostaba con la boca pequeña por la independencia. También lleva razón en que está viva pero disminuida. Nada la ha dañado ni ha debilitado tanto sus fuerzas como el disparate protagonizado por sus hijos y amigos políticos, a los que Pujol no quiso o pudo moderar.

Lo grave del caso es que Pujol lo sabía. Son un misterio las razones para tanta complicidad con una iniciativa que solo podía terminar en derrota, en la división del país y en una pérdida de poder y de imagen en España y en el resto del mundo. No sabemos si se explicará en algún momento. Es más que dudoso. El expresidente es un maestro en el ocultamiento y la tergiversación. Mucho relato, pero nulas explicaciones. Sus memorias dictadas son un ejemplo de fabricación mitográfica, en las que destaca más lo que calla que lo que dice. La presentación ahora de su libro juvenil permite conocer una de estas fabricaciones, gracias a los párrafos entonces autocensurados por la inconveniencia política de sus ideas demasiado conservadoras, tanto como para confundirse con ideas fascistas, según su propia apreciación.

Ahora está fabricando y culminando el último relato, el de la rehabilitación, una fabricación narrativa para recuperar el aprecio de los suyos y la permanencia de algo de su legado personal y del colectivo de su partido. Rinde un servicio a su familia, enredada en los procesos judiciales, y también a sus antiguos camaradas.

Corrige así al anterior Pujol que veía a Cataluña en una encrucijada existencial, en la que debía optar por la independencia ante el peligro de extinción. Es muy pertinente el reproche de Raimon Obiols a su catastrofismo en la revista Política&Prosa (número 48, octubre 2022), aunque tal actitud apocalíptica no esté exenta de sospechas. No es increíble la teoría del chantaje para que se pronunciara contra la independencia a cambio de un trato benévolo por parte del Gobierno de Rajoy a sus corrupciones familiares.

Si existió, fue una torpe maniobra, una más de las muchas de Rajoy, que quizás obtuvo lo contrario de lo que se proponía. Nada habría conseguido Pujol con una llamada a la moderación, ni cambiar el rumbo indepe ni obtener a cambio la garantía que necesitaba sobre los negocios familiares. Sabiendo que todo terminaría saliendo a la luz, si acaso se habría despeñado todavía más en el desprestigio entre los suyos.

Ahora, gracias a la acción curativa del tiempo, las sucias maniobras de la Operación Cataluña y las ansias de supervivencia del espacio pujolista, el patriarca levanta cabeza de nuevo. Salvar su legado se antoja imposible con una Cataluña dividida, un nacionalismo en guerra civil y un partido incendiado, pero se esfuerza, como Xavier Trias, en salvar los muebles.

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