Un búnker en el purgatorio: la complicada relación entre Shakira y Barcelona
La cantante ha vivido prácticamente de espaldas a la ciudad, recluida en Esplugues, con una vida familiar centrada en sus hijos y el deporte
De recorrer en Harley sin casco el Moll de la Fusta aullando como una loba a tener una bruja a escala humana apuntando a su suegra en su casa de la zona alta de Esplugues de Llobregat. Esta geografía urbana podría servir como alegoría del paso de los 30 a los 40 años, pero ese ha sido el recorrido de Shakira por Barcelona (y su periferia) en los últimos 13 años. ¿Qué ocurrió en la ciudad entre el “Soy loca con mi tigre/me dicen que tu novia anda con un rifle/mientras él te compra flores, yo com...
De recorrer en Harley sin casco el Moll de la Fusta aullando como una loba a tener una bruja a escala humana apuntando a su suegra en su casa de la zona alta de Esplugues de Llobregat. Esta geografía urbana podría servir como alegoría del paso de los 30 a los 40 años, pero ese ha sido el recorrido de Shakira por Barcelona (y su periferia) en los últimos 13 años. ¿Qué ocurrió en la ciudad entre el “Soy loca con mi tigre/me dicen que tu novia anda con un rifle/mientras él te compra flores, yo compro condones” a “Me dejaste de vecina a la suegra/ con la deuda de Hacienda y la prensa en la puerta”? ¿Qué pasó entre el tema Loca de 2010 con aquella Shakira patinando por la playa de la Barceloneta, rodeada de multitudes y bañándose a plena luz del día en las fuentes urbanas sin miedo a las multas y la Shakira de la BZRP session #53 de 2023 recluida en un estudio que huele a cuarto de streamer sin ventilar, voceando su despecho, y denunciando que vive prácticamente como una rehén?
Se podría decir que el idilio de Shakira con la capital catalana ha sido como un tráiler cinematográfico en el que la película prometía muchísimo, pero cuando te pones a verla, comprendes que la trama no engancha. Que no hay ni rastro de la química que se intuía con los protagonistas y sales del cine prometiéndote que no volverás a caer en esa trampa anticipada. Así ha sido un poco su etapa barcelonesa. O, más bien, la historia de una rutina, amable pero distante, de espaldas al bullicio de la ciudad.
Una vida “cómoda y tranquila”
“Aquí Shakira ha llevado una vida cómoda y tranquila. Ahora lo que quiere es vender su casa y largarse porque ya no puede con este señor”, resume la periodista Laura Fa, una reportera que podría definirse como “shakiróloga” por haber seguido a la colombiana desde su aterrizaje en España en 2010, cuando los “waka rumores” de su relación con el “señor” del que habla —el exjugador del Barça Gerard Piqué—, lo inundaron todo. Poco después de conocerse grabando aquel videoclip de la canción del Mundial de Sudáfrica que lo cambiaría todo, Shakira Isabel Mebarak Ripoll hizo honor a los orígenes de su apellido materno y visitó por sorpresa con Antonio de la Rúa, su pareja y representante, Ripoll. Al poco, se instaló en Barcelona para rodar la campaña de Freixenet y, hasta que oficializaron su ruptura en enero 2011, diciendo que desde el verano se habían “dado un tiempo”, todavía vivía con el empresario argentino en la casa que compartieron y alquilaron al nadador David Meca en Bellaterra, a unos 20 kilómetros de la capital catalana. “Shakira se instaló aquí por Piqué, pero ya tenía muy buena relación con la ciudad, venía mucho a grabar con el productor Jaime de la Iguana”, recuerda la cronista que colabora en programas como Sálvame (Telecinco) o Vostè primer (Rac1), responsable de algunas de las exclusivas de la nueva relación de Piqué con Clara Chía.
En febrero de 2011, cuando Piqué subió una foto de su cumpleaños compartido —nacieron el mismo día, pero con 10 años de diferencia entre una y otro—, se hizo oficial. En la fase de noviazgo, como suele pasar, todo brilló más y mejor en la ciudad. Eran los tiempos en los que vivieron en el centro para después mudarse a su casa de 380 metros en Esplugues, en los que Shakira subía a jugadores del Barça en el escenario del Estadi Lluis Companys para enseñarles fallidamente a mover las caderas o se les podía ver comiendo en algún italiano de la parte alta de la ciudad, en algún japonés del Barrio Gótico o tomando cócteles por el Born. En 2013 llegó Milán, su primer hijo, y al poco lanzó Shakira, un álbum sereno en el que le dedicó una canción a Piqué (23, los años que él tenía cuando la conoció), agradeciéndole ser su “ancla” y hasta versionó Boig per tu, la canción favorita del exblaugrana, por él.
Pero más que cualquier cronista del corazón, quien mejor ha seguido el rastro de Shakira en Barcelona fue Susana C., la inspectora de Hacienda que la ha investigado durante todos estos años, acusándola de defraudar 14,5 millones probando que no existía rastro de vida de la cantante en la casa en la que supuestamente residía para el fisco, en la isla de Nassau (Bahamas). Susana C. sabe que su peluquero la peinaba gratis dos veces por semana en su casa de Esplugues, que llevaba gastados 418.046 euros en 279 establecimientos de Barcelona, dónde recibía clases particulares de francés, que su profesora de zumba se llamaba Betsie y hasta su nombre en clave cada vez que pisaba la clínica privada Teknon, donde dio a luz a sus hijos: Sila Prieto.
“Con la maternidad, Shakira apostó por una vida muy familiar. Se ha apoyado mucho en su hermano Tonino para turnarse en los temas de los niños y apenas tiene amigos aquí. Parecía que iba a conectar con Antonella, la mujer de Messi, pero no cuajó. Solo parece que lo ha hecho con Rosana, la mujer de Patrick Kluivert, y con el grupo de padres del colegio de sus hijos, que la apoyan mucho y hasta han bloqueado a los paparazzi con el coche por ella”, explica Fa. El colegio del que habla es el exclusivo centro privado La Miranda, de Sant Just Desvern, en el que se pagan unos 800 euros mensuales por niño solo entre Infantil y Primaria y en el que suele verse a Shakira recogiéndolos con su Volkswagen California.
Refugiada en el deporte —acude al gimnasio Bonasport en la zona alta de la ciudad, recibe clases de pádel en su casa y acudió a la academia de tenis de Emilio Sánchez Vicario en El Prat—, el glamur de la colombiana siempre estuvo lejos de Barcelona. Los actos públicos y el brillo, en el extranjero. Como cuando fue jurado de la versión estadounidense de La voz o posó para las after parties del festival Cannes. Aquí siempre optó por un perfil discreto. Si la bailarina Chiqui Martí se ponía a darle clases, tenía que ir a su casa. Y si tenía que ser noticia, más allá de su litigio económico, sería por ser atacada por dos jabalíes en la sierra de Collserola o por la muerte de su conejo Max, la mascota que tuvo su propio dúplex diseñado por un arquitecto barcelonés. Una vida recluida en un búnker para quedarse, ya nos insiste ella en su tema, con la deuda de Hacienda, la prensa en la puerta y de vecina a la suegra.
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