La lluvia no asusta al público de La Mercè, que vive su primera noche con conciertos masivos
El agua obliga a suspender alguna de las actuaciones de madrugada de la fiesta mayor de Barcelona
Las calles y plazas de Barcelona volvieron a llenarse. La lluvia hizo acto de presencia justo terminado el pregón de Carla Simón, que abrió la primera Mercè postpandémica y sin restricciones de ningún tipo. Hubo que suspender alguna actividad tradicional y trasladar conciertos. Pero antes de las diez de la noche había amainado y Barcelona se preparaba para vivir s...
Las calles y plazas de Barcelona volvieron a llenarse. La lluvia hizo acto de presencia justo terminado el pregón de Carla Simón, que abrió la primera Mercè postpandémica y sin restricciones de ningún tipo. Hubo que suspender alguna actividad tradicional y trasladar conciertos. Pero antes de las diez de la noche había amainado y Barcelona se preparaba para vivir su fiesta mayor. La música comenzaba a sonar desde la playa del Bogatell hasta la Fabra i Coats, pasando por Maria Cristina, el Moll de la Fusta, los Jardines de Pla i Armengol, o el Grec y la Catedral. El Ayuntamiento ha informado de que, solo en Maria Cristina, se congregaron 40.000 personas.
También los metros iban llenos, con ganas de fiesta. Funcionarán ininterrumpidamente hasta que acabe La Mercè el lunes conectando actividades de punta a punta de la ciudad. Cerca de la una, cuando en las inmediaciones de la playa del Bogatell había infinidad de menores y jóvenes por las calles que habían disfrutado de la actuación de 31FAM, o que abarrotaban la entrada de un conocido restaurante de comida rápida, el público adulto se concentraba en masa, saltando, coreando, la última canción del artista catalán Alizzz. La lluvia estaba dando tregua, al contrario que en Tarragona, donde las fuertes precipitaciones causaron daños en el Camp de Tarragona y obligaron a suspender la programación.
Había de todo, público local e internacional, como la sonriente Juanita, australiana de 31 años, que habla un español aprendido en Venezuela: “Yo vine aquí de vacaciones, el martes, para asistir a un festival de patinaje”, dice, sentada en la arena, junto a dos colegas venezolanos, también de paso, a los que acaba de conocer antes de llegar. Había incluso gente bañándose en el mar. Luego, Juanita agrega con rotundidad: “Hemos venido a ver a Santa Salud”, en alusión a la cantante de rap barcelonesa que, cargada de música con acento social, reunirá en unos minutos al público que se había dispersado en el entreacto.
Es la una y media de la mañana. Han empezado a caer unas pocas gotas, pero no importa, la gente se vuelca con el concierto. Al final de la segunda canción, Santa Salud remata: “Que la lluvia no nos pare, ¿vale?”. Todos la escucharon. Pronto volvió a llover con ganas. Algunos se fueron a casa, atestando estaciones de metro. Otros se resguardaron donde pudieron a la espera de seguir la fiesta.
Un viaje en moto desde Bogatell por los túneles de la Ronda Litoral deja entrever como postales pasajeras el rumor de la música, luces multicolores y escenas de baile en el Moll de la Fusta, otro de los enclaves de la fiesta mayor de Barcelona, este año con dos escenarios. Al llegar a la estatua de Colón, camino del Paral·lel, la lluvia se empieza a intensificar. El chubasco lo moja todo. Y entonces un grupo se agolpa bajo la carpa de un bar. Entre ellos, Carolina Sáez, una castellano-manchega de 24 años que vive desde hace unos meses en Barcelona. Es su primera fiesta de La Mercè y se muestra entusiasmada pese a la lluvia.
Junto a su amiga Marta Benito, de 28 años, acaban de venir del concierto de La Oreja de Van Gogh en la plaza de Espanya. “Estaba muy lleno”, dice Marta, tras comprobar en el móvil que el concierto al que se dirigían se ha cancelado. “La noche no se malogra, no… ¡es el primer día de La Mercè!”, dice Marta, que asegura que ahora marcharán a una discoteca, “como muchos otros”.
Los pocos metros que separan la carpa de aquel bar hasta la plaza son una travesía. De camino: paraguas, papeles, cualquier cosa para cubrir las cabezas, mientras el agua empapa las camisas, los pantalones y los zapatos al caminar. Bajo el refugio de una gasolinera se arma una fiesta espontánea, como restos del concierto del artista Mosaic, que se acaba de cancelar tras la precipitación en la aledaña avenida de Maria Cristina.
Solo el crujir de algunas latas y botellas de vidrio al caminar hacen recordar el macrobotellón de 40.000 personas, con graves altercados, que tuvo lugar hace un año en el mismo lugar, durante la segunda noche de La Mercè. La Guardia Urbana tenía preparado entonces un dispositivo de mil agentes, de los cuales 500 trabajaron de noche. Con el ocio nocturno todavía cerrado, los botellones continuaron en las semanas siguientes. Este año, la Guardia Urbana, en coordinación con los Mossos d´Esquadra, ha desplegado un dispositivo “mayor” al de 2021, según una portavoz del Ayuntamiento.
“Comparado con el año pasado, ahora ha sido mucho mejor”, dice Daniel Felguera, un joven de 20 años que conversa con un grupo de cinco amigos, entre paraguas, después del último chubasco. Han venido desde el Baix Llobregat, y se lo han pasado bien. “Yo quería más fiesta, pero nada, con la lluvia, a ver si puedo volver antes de que acabe La Mercè”, interviene Carla Guillén, de 18, mientras los coches de la limpieza encienden los motores. Solo quedan pequeños grupos aquí y allá, decidiendo dónde continuar.
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