El cantaor Miguel Poveda reclama libertad y diversidad en un Liceu exaltado
El teatro barcelonés en pie aplaude un concierto pletórico del artista de Badalona
Después de tantos años, para Miguel Poveda el inmenso escenario del coliseo operístico barcelonés es ya como el salón de su casa. Solo con salir, mirar a la platea y escuchar los primeros aplausos de bienvenida, Poveda rompe todas las barreras y crea, como quien no quiere la cosa, una intimidad y cercanía impensables en un recinto de esa magnitud. Realmente como si estuviese en su sala de estar con cuatro o cinco amigotes (el público éramos esos amigotes ...
Después de tantos años, para Miguel Poveda el inmenso escenario del coliseo operístico barcelonés es ya como el salón de su casa. Solo con salir, mirar a la platea y escuchar los primeros aplausos de bienvenida, Poveda rompe todas las barreras y crea, como quien no quiere la cosa, una intimidad y cercanía impensables en un recinto de esa magnitud. Realmente como si estuviese en su sala de estar con cuatro o cinco amigotes (el público éramos esos amigotes algo más numerosos, claro, porque el Liceu se llenó) y no tuviera nada que ocultar ni demostrar, sin barreras, censuras, ni falsas contenciones.
En la tarde del domingo, Poveda se dedicó durante casi tres intensas horas a recorrer todas sus propias pasiones y compartirlas para demostrar que no son solamente suyas. Y como de pasiones se trataba, lo hizo con ese entusiasmo, a veces desbocado, puro arrebato, que solo el de Badalona sabe imponer con naturalidad y aparente espontaneidad. Se nota que Poveda se cree todo lo que canta, probablemente lo canta porque se lo cree, y consigue que nosotros también nos lo creamos, ya se trate de una copla popular, un tango, una ranchera o un desgarrado canto a la libertad.
Libertad fue precisamente la palabra más repetida de la velada. Poveda la reclamó una y otra vez. Y también la diversidad como ha quedado claro en el título de su último disco y en el tema que cerró oficialmente el concierto: Diverso. Poveda no tiene miedo de hablar de esa libertad y esa diversidad, ya sea social, política, económica o sexual. Sin querer convertirse en portavoz de nada, consigue que parezcan no cercanas pero sí sencillas de obtener. Y lo hace con una música que, por supuesto, parte de las raíces flamencas pero deambula sin miedo por muchos otros estilos musicales que, inmediatamente, hace suyos.
La noche comenzó con un recuerdo a Carmen Amaya en los versos de una vieja canción popularizada por Rafael Farina. Ahí dejó las cosas claras y pasó directamente a García Lorca rememorando a Walt Whitman. Una entrada triunfal que remató con la lúcida definición de patria de Rubén Blades y, uno de los momentos más intensos del concierto, la versión bilingüe del Pare de Joan Manuel Serrat.
Siguió su defensa de la transexualidad y de ahí boleros cubanos, tangos argentinos, corridos mexicanos (soberbios sus Volver o Sigo siendo el rey) para redondear esa primera parte con una reivindicación de Rafael de León. Dejó expresarse a sus anchas a sus trece acompañantes dirigidos desde el piano por el maestro Joan Albert Amargós, y regresó en pequeño comité para demostrar que, pese a todo lo escuchado anteriormente, seguía siendo un cantaor. Malagueñas, alegrías y recuerdos para su querido Jerez mientras se proyectaban fotografías de las estatuas de La Paquera y Lola Flores.
Lucrecia y su corista Noemí le acompañaron en un par de temas que no pasaron de anécdota como lo fue también la presencia de Joao del Monte en la tanda de bises.
Una larga tanda de bises que debía cerrase con un Diverso apabullante en el que Poveda puso toda la carne en el asador. Pero un Liceu exaltado, todos en pie, quería más y el cantaor regresó para invocar una vez más a la libertad, esta vez en palabras de Miguel Hernández. Fue un concierto pletórico, redondo de principio a fin. Tres horas de pura pasión en las que Miguel Poveda se abrió de arriba a abajo como pocas veces le habíamos visto.
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