El Primavera cierra edición tras entronizar la música femenina y a los artistas venerables, y ganando espacio para la música de casa
El regreso de Antònia Font, repescando piezas que hacía años que no sonaban en directo, marcó el último día del festival
Último día de festival. Caras a medio camino entre el cansancio, la melancolía por el inminente final y la alegría que imponía la celebración de la música como pegamento que unía a las 80.000 personas que de nuevo concurrieron en el Fórum. En una jornada variada como los sabores de una heladería resulta difícil destacar la apoteosis local con el regreso de Antònia Font, la espiritualidad tangible de Arooj Aftab, el nervioso trenzado de gu...
Último día de festival. Caras a medio camino entre el cansancio, la melancolía por el inminente final y la alegría que imponía la celebración de la música como pegamento que unía a las 80.000 personas que de nuevo concurrieron en el Fórum. En una jornada variada como los sabores de una heladería resulta difícil destacar la apoteosis local con el regreso de Antònia Font, la espiritualidad tangible de Arooj Aftab, el nervioso trenzado de guitarras de Rolling Blackouts Coastal Fever (a partir de aquí RBCF, como las siglas de un equipo de fútbol), la confirmación del reinado de Tame Impala, la elegancia bailable de Jessie Ware o la nueva demostración de poderío de Megan Tee Stallion para cerrar el escenario principal.
Sí, la última jornada del festival, bajo un sol que llevaba a los trabajadores más atentos a recomendar a los extranjeros que lo evitasen para caminar por la sombra, sí, eso ocurrió, el Primavera se despidió entre multitudes que de vuelta a casa volvieron a ser encauzadas por callejones urbanos señalizados con cinta policial por más trabajadores que a razón de 6,50 euros la hora evitaban que los más alegres olvidasen que en la ciudad también hay coches que pueden atropellar. “Los guiris no saben beber”, decían en una peligrosa generalización no exenta de sentido. El festival se ha marchado con la sola mácula de un primer día que llenó de minas las previsiones, haciéndolas saltar.
Y un detalle para la celebración: la música local poco a poco deja de ser comparsa. Sí, las 19:00h no es una hora estelar, pero en ese momento Antònia Font reunía a una multitud de bolsillo frente a uno de los escenarios principales. Y era precioso verlo, con el público cantando como si fuese la última vez, reencontrándose consigo mismo. El grupo, con Pau Debón exultante y Joan Miquel Oliver con esa mirada escrutadora de agente del Mosad, aprovechó para repescar piezas que hacía años que no sonaban en directo –véase Dins Aquest Iglú, Darrera una revista o Alpinistes Samurais- y fue como el viejo amigo que un día reaparece en la vida de su cuadrilla para contar que el tiempo no ha pasado por él. Fue la fiesta del pueblo en aquella pecera internacional que es el Primavera. En este sentido, la serenidad de Arooj Aftab, una cantante de origen pakistaní a la que encarcelarían si entra allí con la chaqueta plateada que lució, llenó su escenario con una voz poco menos que celestial. Y potente, matizada y dúctil. Ofreció un concierto maravilloso en el que se cruzaron, como en su disco Vulture Princess, Oriente y Occidente. Con sólo contrabajo y arpa tramó un cancionero delicadísimo donde Last Night no sonó a reggae, como en el disco, Saans Lo fue belleza que levitó y Mohabbat, una pieza basada en un gazal –género lírico oriental- un broche a la altura del cruce de culturas y respeto a la tradición que propuso la artista. Fue el suyo uno de los momentos del festival.
Para bajar a tierra, paseíto por Australia. Los RBCF tienen tres guitarras, además de bajo y batería, y las usan como si el ansia de sus espíritus fuese punk. Velocidad de planeadora huyendo de la guardia costera, para elevar las canciones por medio de trenzados de guitarra que no buscan el lucimiento sino el cosquilleo. No hay ruido, sino melodía, armonías y punteos. Y público brincando, y alegría, y satisfacción en las caras, y canciones que no buscaron sólo su tercer y último disco. Otro éxito en minúsculas dentro de un festival mayúsculo. A partir de ese punto, la música fue adoptando piel festiva y la noche puso el decorado perfecto para que Tame Impala volviesen a pastorear masas con más láseres que toda la Guerra de las Galaxias. Si Pink Floyd llegan a pillar esta tecnología en su primera época se les va la pinza. Syd Barrett no se hubiese quedado solo. Un espectáculo de luz impresionante.
Pero en el Fórum hay rincones casi apagados que la multitud se obstina en ignorar por fortuna para sus descubridores. Mientras la masa iba de un lado a otro, los más avispados recorrían el litoral marino del festival para dejarse acunar por el romanticismo, cenar o tomarse algo sin colas. Y todo ello con la brisa nocturna como natural regalo de la noche. Mientras tanto, Angèle hacía de cantante sosita y tierna con envoltorio electrónico. Otra masa frente a su escenario para ver que resulta un poco naïf y una bailarina sin traza. Todo lo contrario de Jessie Ware, presencia escénica, fuerza, voz y clase. Música de baile, disco, funk y house-pop de altura antes de que Megan, sí, también ceñida por tiras como en Razzmatazz, impusiese el rap como lengua franca de las últimas horas de un festival que ha sonado a mujer, a respetables artistas canosos y a mucha música local.
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