Cuando la política ignora la cultura
A finales de 2021 Ciudadanos propuso instalar una estatua del Quijote de la Mancha, en la Barceloneta, todos los partidos del consistorio, excepto PP y Barcelona por el Cambio, lo rechazaron
Hubo un tiempo en que la política casaba bien con la cultura. Me refiero a Grecia y Roma. Las corrientes filosóficas, científicas y estéticas crecieron cómodamente con la res publica. En Grecia, en el siglo III a.C., creció una especie de postmodernismo cultural, el Helenismo, en donde se hicieron experimentos en la poesía y la novela de los que todavía seguimos siendo herederos. Luego vinieron la República y el Imperio romanos, sin perder nunca el respeto por la cultura helena, hasta el punto que un esclavo griego terminaba más de las veces siendo profesor de griego de los hijos de las élites...
Hubo un tiempo en que la política casaba bien con la cultura. Me refiero a Grecia y Roma. Las corrientes filosóficas, científicas y estéticas crecieron cómodamente con la res publica. En Grecia, en el siglo III a.C., creció una especie de postmodernismo cultural, el Helenismo, en donde se hicieron experimentos en la poesía y la novela de los que todavía seguimos siendo herederos. Luego vinieron la República y el Imperio romanos, sin perder nunca el respeto por la cultura helena, hasta el punto que un esclavo griego terminaba más de las veces siendo profesor de griego de los hijos de las élites romanas. En Roma, la política, con la que se maniobraba desde el palacio imperial, nunca fue ajena a la gestión, paternalista si se quiere, de la cultura. Eso fue lo que ocurrió con Mecenas, Virgilio y Augusto. El emperador nunca perdió la oportunidad de escuchar a su principal consejero, sugerirle un nombre que recordara su obra, ya fuese un poeta, un científico o un historiador. Augusto quedará en la historia de Roma como el hombre que acabó con cien años de guerras civiles. Pero sobre todo, quedará en la historia de la cultura occidental como el político que salvó del fuego la Eneida, de la misma manera que Max Brod quedará en la historia por no haber hecho lo mismo con la obra de Kafka. Un milagro cultural.
Esto viene a cuento por un hecho acaecido en Barcelona, al final de 2021. Ahí quedó retratada la mayoría de los partidos políticos catalanes. Esto ocurrió en Cataluña, pero dentro del estado español no me cabe la menor duda que también hubiera sucedido en cualquiera de sus territorios, dado el flagrante divorcio entre la comunidad cultural y los estamentos institucionales que deberían hacer que la cultura, como las pensiones, la pobreza, los impuestos o el cambio climático, fuesen parte inaplazable de la agenda de los gobiernos, sea el que fuere su sello ideológico.
El hecho escandaloso sucedió en la sede del ayuntamiento de Barcelona. Un regidor de Ciudadanos propuso instalar una estatua del Quijote de la Mancha, en la Barceloneta, en donde el inmortal anti-héroe cervantino libró su último combate contra el bachiller Sansón Carrasco, impregnando de “mucha pesadumbre” la poca vida que le restaba. Todos los partidos del consistorio, excepto PP y Barcelona por el Cambio, rechazaron la propuesta. ERC, PSC, COMUNS y la CUP adujeron razones cada cual más ofensivas a nuestra inteligencia. No las voy a desgranar, por absurdas y torticeras. (Sí las calificó, en su momento, de “catetada” el ministro de Cultura Miquel Iceta). El rechazo tuvo un fondo político e ideológico. Esta es la verdad verdadera. Estaba en juego una mezquina confrontación en el fondo ideológica, en la que un asunto relacionado con la riqueza espiritual de una ciudad, se transformó en una vergonzosa disputa, ajena absolutamente a la sensibilidad cultural y respeto por una figura de ficción, el Quijote, que tanto hizo por Barcelona, a la que puso en el mapa mundial, junto con el catalán.
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