Estado de desorientación
Entre los desahogos verbales de unos y el estilo temeroso de los otros, siempre con el freno puesto, por miedo a decir la verdad y a construir proyectos adaptados a la realidad, estamos en una larga espera de no se sabe qué
El episodio del pacto interrumpido sobre la inmersión lingüística revela perfectamente el estado de desorientación en el que está metida la política catalana. El pasado jueves, cuatro representantes de segundo nivel de Esquerra, Junts per Catalunya, PSC y comunes anunciaron en sede parlamentaria una modificación legal para sortear la imposición judicial del 25 % y reemprender una nueva etapa en la política lingüística sobre la base de una amplia mayoría parlamentaria. Inmediatamente empezó en las redes el concierto de ritual: música de acusaciones de traición, deslealtad, ofensa al catalán y t...
El episodio del pacto interrumpido sobre la inmersión lingüística revela perfectamente el estado de desorientación en el que está metida la política catalana. El pasado jueves, cuatro representantes de segundo nivel de Esquerra, Junts per Catalunya, PSC y comunes anunciaron en sede parlamentaria una modificación legal para sortear la imposición judicial del 25 % y reemprender una nueva etapa en la política lingüística sobre la base de una amplia mayoría parlamentaria. Inmediatamente empezó en las redes el concierto de ritual: música de acusaciones de traición, deslealtad, ofensa al catalán y todos los sacrilegios imaginables, con el consiguiente temblor de piernas en un sector del independentismo siempre pendiente del qué dirán. Junts puso inmediatamente el freno, marcó distancias y se afirmó en el espiral de deslealtades que habita el espacio independentista.
El bajo nivel de representación en el anuncio de la propuesta era ya un síntoma de lo que vendría después. En realidad, es una constatación del estado actual no sólo del independentismo sino de la política catalana en general. Falta lo más elemental: proyectos, estrategias y autoridad. De modo que todo se hace con la boca pequeña, pendientes por el retrovisor de los movimientos del vecino y presuntamente socio. Entre los desahogos verbales de unos (recordatorios de la gran promesa que nunca van acompañados de una estrategia creíble y se pierden en el ruido y la frustración) y el estilo temeroso de los otros, siempre con el freno puesto, por miedo a decir la verdad y a construir proyectos adaptados a la realidad, estamos en una larga espera de no se sabe qué.
Con la derecha españolista sin otra estrategia que la represión y el juzgado de guardia, chapoteando en la marginalidad, los socialistas parecen haber encontrado acomodo en el estado actual de la política catalana sumándose al estilo que poco a poco se va imponiendo, liderazgo de perfil bajo, buscando desde la discreción abrir huecos y crear espacios para atar cabos sueltos del independentismo y sellar alianzas que les vuelvan a dar poder y centralidad.
La política se mueve en el terreno de las estrategias y de las tácticas: qué objetivos se quieren alcanzar y cuál es el camino más adecuado. Para trazar una estrategia se necesita un proyecto, es decir, un plan de ejecución que permita alcanzar un objetivo determinado. Y distinguir en las fases y en las etapas de acuerdo con la capacidad real de cada uno. Y ahora mismo no hay el coraje para decir las cosas por su nombre y articular estrategias realistas. Y si se hace, es con la boca pequeña, como Esquerra Republicana intentando apostar por la utilidad y el posibilismo sin que se note demasiado. Perder el miedo a la clientela, esto es lo que necesita la política catalana. Pero para ello hay que acortar la distancia entre las palabras y las cosas. Y defender las propuestas con dignidad y sin vergüenza, es decir, con autoritas, que es la condición para olvidarse del ruido de las redes.