Morir

Los géneros interpretativos del periodismo demandan tiempo y espacio, ninguno tan delicado como la necrológica

Antiguo kiosko de venta de prensa, ahora en desuso, en la calle Antoni Maria Claret.Carles Ribas

“Y no quiero ni un error porque no conozco a ningún muerto que haya podido escribir una carta de queja al director”, advirtió el jefe al becario cuando en la redacción todavía se preparaban con tiempo los textos, especialmente las necrológicas sobre aquellas personalidades que ya tenían sus años y su salud era precaria o sus achaques resultaban frecuentes, como era el caso entonces de un afamado futbolista octogenario del Madrid.

El practicante había pedido ejercer en la sección de deportes para conocer a quien estaba al mando, del que era admirador, de manera que cuando le pudo saludar...

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“Y no quiero ni un error porque no conozco a ningún muerto que haya podido escribir una carta de queja al director”, advirtió el jefe al becario cuando en la redacción todavía se preparaban con tiempo los textos, especialmente las necrológicas sobre aquellas personalidades que ya tenían sus años y su salud era precaria o sus achaques resultaban frecuentes, como era el caso entonces de un afamado futbolista octogenario del Madrid.

El practicante había pedido ejercer en la sección de deportes para conocer a quien estaba al mando, del que era admirador, de manera que cuando le pudo saludar después de días de tensa espera asumió el encargo con emoción, todavía trémulo por la arenga de su ídolo dirigida a los redactores: “Os tengo dicho que cuando los estudiantes no saben qué hacer se les dice que preparen obituarios como se hace en los mejores diarios anglosajones”.

La posibilidad de participar en artículo solemne y sin tacha encargado por su gurú despertó tal entusiasmo en el aprendiz que no solo se documentó sino que se tomó tan en serio el rigor que debía tener la nota que abrió la carpeta común en la que figuraban los contactos de infinidad de protagonistas deportivos con su respectivo número de teléfono y tomó nota del que correspondía al futbolista dolorido que triunfó hace años en el Bernabéu.

“Hola”, saludó el becario. “Le llamo porque el redactor jefe me encargó que prepare su necrológica y como me ha advertido de que no tolera fallo alguno pensé que nada mejor que contrastar con usted mismo cada dato”. El exjugador arremetió a grito pelado contra quien pretendía escribir su carta de defunción, cortó la línea y pidió explicaciones a la dirección hasta el punto de que solo se volvió a hablar de aquel exfutbolista el día que falleció en Madrid.

Aquella historia que a los veteranos de la redacción les sonó a macabra mientras que a algunos jóvenes les pareció natural advertía del cambio generacional que ya se vivía en los periódicos cuando todavía no se había impuesto el dominio de internet y los periódicos se compraban en unos quioscos muy diferentes a los que todavía quedan en pie, algunos convertidos en coquetas cafeterías como News&Coffee o The Rocks Coffee Kiosk.

He visto a más de un cliente que se cansó de esperar y se fue sin el diario que iba a buscar porque el vendedor no daba abasto con los pedidos de flat white de los jóvenes que se informan por el móvil y agradecen un buen café para llevar camino de su oficina en Barcelona. El flat white o el latte se toman lentamente, ni que sea porque queman, y la información se consume de forma rápida, mal asunto para la mayoría de los géneros interpretativos.

La crónica, el reportaje, el perfil, la entrevista, y se podría decir que la necrológica, requieren su tiempo a diferencia de los directos, que hoy mandan en las redacciones para afrontar cualquier acontecimiento después del protagonismo que han tenido desde siempre en deporte y especialmente a partir del Carrusel. Acaso la opinión y el entretenimiento resisten a los tuits y a la inmediatez que se vive en las salas de prensa.

Las frases y las comillas salen disparadas de los ordenadores, a veces sin sentido por falta de contextualización y en ocasiones vinculadas a enlaces discutibles, igual de apremiados los que mandan como los que obedecen, ambos esclavos de la máquina de encargar y de unos clics que prefieren el conflicto a la noticia sin contencioso porque entonces la audiencia no sube, la competencia gana terreno y la marca pierde peso local, nacional e internacional.

El proceso no es fácil de asimilar porque la manera de gestionar la información varía según el carácter de cada medio, ya sea especialista o generalista, como pude advertir hace poco en un almuerzo en el Camp Nou. Hubo quien publicó una crónica interpretativa del momento azulgrana y también se contaron los que convirtieron cada pregunta-respuesta en una noticia diferente para alimentar la web y el papel con la agenda de temas del Barcelona.

Me fascinó la capacidad de muchos compañeros para desmenuzar el encuentro informativo con Laporta. Los flashes ganan terreno al relato porque ha cambiado la manera de tramitar una información que ahora se suelta de manera vertiginosa, muy especialmente cuando el interlocutor es tan sobresaliente como el presidente del Barça. La prensa intenta actuar con la celeridad de la radio en un mundo audiovisual.

No es fácil para los mayores adaptarse y seguir el ritmo de los jóvenes, sobre todo cuando se vencen nuestros maestros y leemos sus necrológicas, algunas imponentes como las que se escribieron sobre José Martí Gómez. No me parece casual que fumara toscanos y caliqueños cuando no tenía la pipa encendida, tabaco que quema poco a poco, como su periodismo, que era pausado y maduro, el que se necesita para atender con calma a la gente.

Martí decía que el oficio se aprendía “en la calle, leyendo mucho, teniendo buenos contactos y sabiendo encontrar para cada historia la pequeña anécdota que reflejara una sociedad entera”, como recordaba Carles Geli. Había que tener a quien preguntar; aprender a mirar y a escuchar, a interpretar y contrastar, a discernir lo importante de lo banal y a encontrar un buen hilo para que la historia enganchara a los lectores.

Ocurre ahora que se escucha poco y muchos ya no hablan sin querer, como le pasaba a Martí Gómez con la gente, sino que utilizan su propio canal para expresarse, así que difícilmente se encuentran, salvo que interactúen en las redes y superen el debate analógico-digital. El reporterismo romántico, como lo entendieron nuestros referentes, seguramente tiene difícil continuidad, pero el mejor periodismo requiere tiempo y dinero.

Alrededor de la necrológica, y sobre todo de los funerales, hay además mucha mística y literatura, razón de más para comprarme el libro Mis entierros de gente importante (Demipage, 2022), escrito por Amelia Castilla, a fin de abundar en el tema. Al igual que el becario yo tampoco dedico mis tiempos de ocio a preparar obituarios aunque jamás se me ha ocurrido llamar al que se va a morir para no cometer ningún error.

Uno de los últimos fue el de Maradona y, aun sabiendo que algún día se moriría de verdad, no me puse a escribir hasta que me llamó mi jefe: “Murió Diego. 500 palabras”. Nunca quise ni pude enterrarle en vida; me pasó lo mismo con Cruyff. Imposible prepararse para un texto que en el caso de Diego se trataba de un artículo y en el de Johan era la necrológica, una diferencia sustancial por más que en ambos la memoria se activara de golpe y redactara sobre la marcha después de documentarme toda la vida.


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