De victoria en victoria
Es un fracaso el mientras tanto, tiempo de transición para recuperar lo que nunca existió, la unidad independentista; ampliar la base; y hacer algo consistente con el autogobierno
Hasta la derrota final. Fue un fracaso la victoria del primero de octubre de 2017, su legado, sus hijos e hijas, sobre todo una, esa Laura Borràs que ha hundido al Parlament en el barro del desprestigio y las corruptelas. Es un fracaso el mientras tanto, tiempo de transición para recuperar lo que nunca existió, la unidad independentista; ampl...
Hasta la derrota final. Fue un fracaso la victoria del primero de octubre de 2017, su legado, sus hijos e hijas, sobre todo una, esa Laura Borràs que ha hundido al Parlament en el barro del desprestigio y las corruptelas. Es un fracaso el mientras tanto, tiempo de transición para recuperar lo que nunca existió, la unidad independentista; ampliar la base; y hacer algo consistente con el autogobierno.
Contrastan la ambición y la arrogancia exhibidas durante diez años con la ineptitud y la debilidad demostradas en apenas uno, tanto en los envites más cruciales como en la gestión de los asuntos cotidianos. El mayor engaño fue involuntario: si sus adversarios hubieran sabido que eran tan inútiles no se hubieran esforzado tanto en derrotarles. Con algo más de humildad y de laboriosidad quizás habrían obtenido algo más, pero está claro que la soberbia y la pereza se los está llevando por delante.
Nadie puede decentemente hablar de la mayoría independentista del 52%. Es un invento. Lo es también el frente del 155. El único cemento que ataba a la mayoría surgida de las elecciones de hace un año era evitar que Salvador Illa se convirtiera en presidente, por la cuestión bien sustancial de mantener cargos, sueldos y subvenciones, el poder procesista, en definitiva. Para esta operación no hacía falta estrategias, bastaba una derecha amenazante y un gobierno de izquierdas débil en Madrid.
No hubo visión a largo plazo. Un futuro sombrío con la derecha ultra en el poder en Madrid hubiera exigido darse prisas en la obtención de resultados tangibles. También lo venía exigiendo la posibilidad —improbable hasta esta pasada semana de autodestrucción del PP— de que fuera la izquierda la que tuviera más asegurada una mayoría cómoda en la próxima legislatura española. Este gobierno catalán tan poco fiable y con resultados tan escasos será a partir de ahora y cada vez menos relevante y Esquerra más prescindible.
Un nuevo fracaso se dibuja en el horizonte si nadie corrige el rumbo. El error elemental ahora es el inútil empeño por obtener algún resultado de la Mesa de Negociación en relación con la autodeterminación y la amnistía, objetivos fraguados en el marco mental del independentismo fracasado, derivado de la negativa a incluir la negociación más política en la Comisión Bilateral. Lo que salga de esta última siempre sabrá a poco, mientras que de la Mesa de Negociación no puede salir nada.
También es un error reivindicar la bilateralidad mediante el boicot a las conferencias sectoriales y de presidentes, teniendo a mano la Comisión Bilateral, con un potencial sin explotar en la institucionalización de las relaciones con Madrid y del autogobierno. Pero exige la valentía que le ha faltado hasta ahora a Esquerra para asumir el fracaso independentista, arrumbar la verborrea procesista y, sobre todo, conseguir que Cataluña esté gobernada de nuevo, tras diez años de vértigo y vacío.