Opinión

El juego de las comisiones

Con el paso del tiempo y la experiencia acumulada, sorprende que las preguntas de los diputados giren más acerca de lo que se ha publicado que en lo que se pueda saber por fuentes propias

El expresidente del Gobierno, Mariano Rajoy, al inicio de su comparecencia en la comisión que investiga la operación ‘Kitchen’.Alejandro Martínez Vélez (Europa Press)

La casuística suele diferenciar las comisiones de investigación parlamentaria y sus resultados según el motivo por el que fueron creadas. Si, por ejemplo, su carácter ha sido eminentemente técnico para mejorar una actuación o un servicio afectado por una desgracia natural o de una acción administrativa deficiente o superada por razones externas, sus conclusiones se entienden en positivo porque se consideran constructivas. Si, por el contrario, se pretende dirimir responsabilidades políticas de una acción que en paralelo se fiscaliza judicialmente, entonces la imagen que se proyecta es la del e...

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La casuística suele diferenciar las comisiones de investigación parlamentaria y sus resultados según el motivo por el que fueron creadas. Si, por ejemplo, su carácter ha sido eminentemente técnico para mejorar una actuación o un servicio afectado por una desgracia natural o de una acción administrativa deficiente o superada por razones externas, sus conclusiones se entienden en positivo porque se consideran constructivas. Si, por el contrario, se pretende dirimir responsabilidades políticas de una acción que en paralelo se fiscaliza judicialmente, entonces la imagen que se proyecta es la del escenario complementario para continuar con el habitual rifirrafe interpretado en la sala principal. Sobre el primer supuesto, poco que objetar. Sobre el segundo, mucho que impugnar.

Con la del expresidente Mariano Rajoy el lunes se cerraron las comparecencias de la comisión que investiga la Operación Kitchen. Un año de sesiones y declaraciones que afectan al PP. La trama, supuestamente, pretendía conseguir, a toda costa, documentación comprometedora para la formación y su presunta financiación irregular. Papeles, recibos y notas que el extesorero Luís Bárcenas guardaría en un zulo.

Desde el Ministerio del Interior comandado por Jorge Fernández Díaz se habría organizado un dispositivo con más de 70 agentes con sueldo público para vigilar la actividad cotidiana del ya condenado y su esposa a beneficio privado para poder ejecutar en el momento oportuno la acción que acabara con las potenciales pruebas del delito. Trabajo que se hacía en connivencia con el chófer y en el que también habría participado el excomisario Villarejo, convertido en el perejil de todas las salsas. No es extraño pues que, con el cruce de caminos informativos y delictivos sentenciados de los dos sospechosos habituales, la opinión pública ande hecha un lío aumentado y corregido por las tres condenas acumuladas y la veintena larga de juicios pendientes que afectan directa o indirectamente al mismo partido la credibilidad del cual, en esta materia, es precaria.

Más allá de lo que dijo Rajoy y que era previsible, hay que reconocer su voluntad de responder todas las preguntas que, en su caso, suponía también saber que no contestaría ninguna. Una diferencia técnica con la actitud de María Dolores de Cospedal unos días antes porque la que fue secretaria general de la formación tiene pendiendo sobre su cabeza la espada de la misma imputación judicial que a su marido ya le ha caído. Su jefe, ni eso. Porque como sabemos, él no preguntaba por no saber y no sabía por no actuar. Por lo demás, la historia sigue demostrando lo difícil que es acusar a quien ocupaba el vértice de la pirámide por la ley del silencio que se afanan en conjurar sus protectores comprometidos en el empeño. Y este trabajo ímprobo es el que necesitaría de otro tipo de función y actitud de sus señorías que conforman la comisión y de las que se espera algo más que jugar a los detectives que no son, los abogados que no ejercen o los jueces que no deben.

Porque el papel de los diputados en este cometido nada tiene que ver con el de los congresistas y senadores norteamericanos que se meten de lleno en un papel que dominan después de haber dispuesto de los medios que precisan para sacar las conclusiones que proclaman e interrogar de la manera que controlan. Y aun siendo cierto que aquellos actúan como si de un tribunal se tratara y sus conclusiones son consideradas jurídicas a efectos legales a diferencia de los nuestros, también lo es que la distinta actitud ante el papel que se desempeña les presenta como los profesionales que contrastan con los aficionados en una representación que se quiere similar pero se queda en esbozo. Es una cuestión de creerse el papel o solo aprendérselo. De pensar en el bien público que se defiende o en el rédito electoral que se avecina.

Con el paso del tiempo y la experiencia acumulada, sorprende que las preguntas giren más acerca de lo que se ha publicado que en lo que se pueda saber por fuentes propias. En lo que se persigue partidariamente y no en lo que pueda aclararse a beneficio de la maltrecha política para redimirla. En lo que suponga de escarmiento para el afectado y mejora posterior del sistema para evitar imitaciones que en la búsqueda del minuto de oro gracias a la pregunta capciosa, despectiva o impertinente de la que se sabe de antemano que no facilitara respuesta provechosa alguna y sobre la que se reincidirá replicando y acusando como suele hacerse en los debates electorales televisados que apenas hacen mella positiva en el espectador.

No puede extrañar pues, que los políticos convocados a esas comisiones se quejen de ser sometidos a un juicio paralelo. Solo que el lamento no lo exponen cuando están en el otro lado de la mesa.


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