El autómata que no fue y La Ricarda
Llopis presenta, en el final del recorrido de la colección de arte moderno del MNAC, una instalación creada en la casa ejemplo de arquitectura moderna que el aeropuerto ha convertido en ruina contemporánea
Le pido a Francesca Llopis, pintora y artista visual de una sostenida categoría tan sutil como su misma persona, visitar juntas su instalación en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC). Es la primera artista que el museo histórico invita a trabajar en sus salas, en un programa de relación con el arte contemporáneo que se inició hace siete temporadas para ofrecer lecturas actuales de la colección. Me atrae e interesa ver qué ha hecho esta mujer en una intervención titulada Dins per dins, pues su trabajo me lleva a pensar en la perspicacia artística, un atributo que valoro. Desde lu...
Le pido a Francesca Llopis, pintora y artista visual de una sostenida categoría tan sutil como su misma persona, visitar juntas su instalación en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC). Es la primera artista que el museo histórico invita a trabajar en sus salas, en un programa de relación con el arte contemporáneo que se inició hace siete temporadas para ofrecer lecturas actuales de la colección. Me atrae e interesa ver qué ha hecho esta mujer en una intervención titulada Dins per dins, pues su trabajo me lleva a pensar en la perspicacia artística, un atributo que valoro. Desde luego que está muy dentro del museo, mucho. Debes dejar atrás las exposiciones temporales que te reciben nada más entrar, una de ellas muy publicitada estos días gaudinianos, y entrar en lo que en cierta manera es lo más recóndito del lugar: arriba del todo, al final del recorrido de las salas dedicadas al arte moderno. Alguien ha dicho que la Llopis cierra con esta obra mil años de historia del arte, y así es. Una obra en movimiento pictomusical que en muchos instantes tiene los colores de las obras medievales iniciáticas del MNAC.
La pieza está filmada en La Ricarda del Prat de Llobregat, en la Casa Gomis, una de las joyas de la arquitectura moderna creada por el arquitecto Antonio Bonet Castellana, proyectada en 1949 y terminada en 1956, “una ruina contemporánea en realidad”, comenta la artista, por la proximidad del aeropuerto. Si no la tienen presente ni la han visitado, recordarán que este verano se volvió a hablar de ella cuando salió a la palestra la ampliación de El Prat. No sucedía nada de todo eso cuando Llopis se puso manos a la obra, una centella anunciadora de perspicacia artística, o si se prefiere, de su intuición, su forma de dar en el clavo.
Participas más de este filme de 14 minutos porque tienes La Ricarda en tus nervios, sería una lástima que tan bella ruina desapareciera (más) en el futuro aeroportuario. Su ruina empezó justamente con el tráfico aéreo a su vera. Es aquello de que el progreso suele cargarse algo en el mismo lugar que también lo fue antes.
Prodigio de la arquitectura racionalista, inicio y sede de no sé cuántas iniciativas regeneradoras en aquellos obtusos y criminales tiempos franquistas, sus salas acogieron tantas gentes de categoría, puedes leer aquí y allá en los relatos de las glorias de La Ricarda.
Llopis la ha filmado como un espacio entre sombras evocadoras de lo que fue vivo y lleno de luz, también la cocina, una pieza elegante más de la casa por deseo de los Gomis-Bertrand y para el agrado del arquitecto Bonet Castellana. Un espacio de luz vacío que es invadido por negras figuras sin identidad ni caras. La música de Barbara Held y percusión de Pilar Subirà homenajea a Carles Santos, el enorme músico que corrió a menudo por aquí. Las figuras danzantes como panteras que irrumpen con algo parecido a la ternura en esta casa tan racional, de líneas superrectas, masculina, son la misma Llopis y las también artistas Neus Masdeu, Ivette Serral y Vanessa Pey, todas filmadas, ellas y la casa, por el videoartista y fotógrafo Adolf Alcañiz.
Es bello ver La Ricarda así, gracias a una artista coetánea de la casa (Llopis nació en 1956). Las aladas esculturas de bambú y palillos de dientes de Moisès Villèlia y un cuadro de la indescriptible y demasiado desconocida Magda Bolumar, acompañan Dins per dins en la sala: los dos contribuyeron a la decoración de La Ricarda en estrecha colaboración con el arquitecto. Un diálogo tal vez escaso con el museo, cabe pensar: ¿No te pidieron eso, como a los anteriores artistas invitados, que te sumergieras en la colección y le dieras una cierta vuelta?, pregunto. De nuevo, este trabajo suyo ha tenido una resolución sutil. Expliquémoslo.
Llopis ideó primero algo poderoso y contundente, un autómata deambulante por las salas que ante algunas obras abriría su pecho y mostraría un vídeo con obras de las (escasas) artistas contemporáneas de la colección, que no siempre están expuestas. Una conexión, un choque. La cosa se llamaría Una mar de perlas. El MNAC aprobó y presupostó. Pero Llopis advirtió que la luz del vídeo al abrirse las entrañas de la bestia podía herir las pinturas expuestas. Renunció. Embarcada ya en lo de La Ricarda, mostró lo que tenía al equipo directivo del museo, que se enamoró de lo que vieron, como a mi me pasó el otro día. Era (es) una forma de llevar al museo una casa que lo merece. Llegó luego la pandemia, cerró el aeropuerto y el silencio regresó a La Ricarda, para mayor logro de la sutil y perspicaz en esto del arte Francesca Llopis.
Mercè Ibarz es escritora y crítica cultural.