Maldita lectura de los martes

No hay semana en que no se juzgue algún caso de violencia sexual sobre mujeres y niños. Leer los relatos de esas agresiones se me hace insoportable

Uno de los acusados por la agresión sexual múltiple a una joven en una nave industrial de Sabadell, a la llegada al juicio en la Audiencia de Barcelona.Marta Pérez (EFE)

Los periodistas leemos, sobre todo, por obligación. Quiero decir que dedicamos más tiempo a leer para hacer nuestro trabajo que por puro placer. Hay textos a los que ni se nos ocurriría asomarnos en el tiempo libre. Tal vez si uno lee novelas o ensayos, como le pasa al gigante de Carles Geli, sea posible cerrar el círculo. Pero si uno es periodista de tribunales, la cosa se complica.

Los periodistas de tribunales nos alimentamos de fuentes, como los demás, pero somos por naturaleza desconfiados de la oralidad. Puede que quedemos fascinados por la historia que nos cuenta un abogado; por ...

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Los periodistas leemos, sobre todo, por obligación. Quiero decir que dedicamos más tiempo a leer para hacer nuestro trabajo que por puro placer. Hay textos a los que ni se nos ocurriría asomarnos en el tiempo libre. Tal vez si uno lee novelas o ensayos, como le pasa al gigante de Carles Geli, sea posible cerrar el círculo. Pero si uno es periodista de tribunales, la cosa se complica.

Los periodistas de tribunales nos alimentamos de fuentes, como los demás, pero somos por naturaleza desconfiados de la oralidad. Puede que quedemos fascinados por la historia que nos cuenta un abogado; por la primicia que, sin querer o queriendo, nos revela un juez; por las intrigas que nos confiesa un fiscal en la intimidad de su despacho. Pero, tarde o temprano, vamos a pedir un papel: lo necesitamos porque es nuestra tabla de salvación en un mundo de palabras en el que lo que no está escrito no vale. Scripta manent.

Los documentos judiciales pueden ser interesantes, reveladores, pueden contener bombas informativas. Rara vez son divertidos. Hay sentencias que narran los hechos de forma trepidante, como la que absolvió al major de los Mossos Josep Lluís Trapero. Pero son las menos, y lo que abunda son construcciones jurídicas barrocas, que precisan más de una mano de lectura para su comprensión. Luego están los sumarios, miles de folios que exigen una mirada en diagonal antes de dar con el informe clave de la policía, con las fotografías de los seguimientos a sospechosos, con la transcripción de la conversación grabada que brinda el titular.

Los de tribunales nos acostumbramos a esos párrafos de dudoso gusto literario y hasta los acabamos disfrutando sin que nadie entienda muy bien por qué. Pero hay algo para lo que ni siquiera los ejemplares de esta subespecie de la fauna periodística tenemos estómago. Un día a la semana, leer se hace sencillamente insoportable. Los martes, todos los martes del año, nos vemos sometidos a un ejercicio de degradación moral, a una prueba de fe en la humanidad, a un descenso a los infiernos.

Los martes llegan al buzón del correo las “calificaciones”. Contienen el relato que la fiscalía hace de un determinado asunto, las conclusiones que alcanza y las penas que pide para los procesados. Son los casos más graves, los delitos que superan los cinco años de prisión y que por eso llegan a la Audiencia de Barcelona. Dos pulsiones subyacen en la inmensa mayoría de esos procesos: el dinero (drogas, estafas) y el sexo en su forma más aberrante. No hay semana en que no se juzgue alguna clase de violencia sexual sobre mujeres y niños. Y eso solo en la provincia de Barcelona. Es una lacra.

Se supone que debo leer con atención esas calificaciones para ver si, entre la montaña de casos similares que van a juicio cada semana, hay alguno que merezca una atención informativa especial. Hace ya tiempo que no cumplo con esa obligación profesional, o que lo hago solo a medias. Los relatos sobre abusos y agresiones sexuales se me hacen insoportables, y especialmente, ahora que soy padre, los que sufren los menores, muchas veces a cargo de familiares o amigos de familiares: la nueva pareja de la madre, una persona de confianza del padre, el tío que se ofreció a cuidar al pequeño los fines de semana.

La fiscalía ha encontrado unas cuantas fórmulas estereotipadas para comenzar sus relatos. “Guiado por su ánimo libidinoso…”, “con evidente intención de satisfacer sus deseos”, “con ánimo de satisfacer su apetito sexual”. Y así. Solo con leer esas frases ya me pongo nervioso y de mal humor. Antes de desplazar el cursor y pasar de página acierto a leer palabras, expresiones, fragmentos de una realidad atroz que persiste.

El martes llegaron, claro, nuevas calificaciones. Entre el lunes 22 y el viernes 26 de noviembre se celebran en Barcelona diez juicios por violencia sexual.

1. Un hombre con antecedentes que penetra vaginal, anal y bucalmente a una menor de 15 años.

2. Un hombre que ve a una menor discapacitada en una parada de autobús, la coge de la muñeca, se la lleva a una casa abandonada y la viola.

3. Un hombre que, tras someter a su pareja a mil vejaciones, la introduce en el coche y la penetra contra su voluntad.

4. Un hombre que aprovecha el estado de embriaguez de una joven con la que había ido a una discoteca, la desnuda y la viola.

5. Un hombre que abusa durante dos años de la hija menor de la mujer con la que convivía.

6. Un hombre que toca la vagina de su nieta de cinco años en el sofá familiar.

7. Un hombre que golpea a su expareja para tener relaciones sexuales con ella.

8. Un hombre que aprovecha la “estrecha relación de amistad y confianza” con unos padres para masturbar durante dos años a su hijo menor.

9. Un hombre que hace tocamientos a una menor con la que tenía relación de parentesco.

10. Un hombre que viola a una chica en su casa tras haber conversado con ella por Whatsapp.

Si te has visto sometido sin quererlo, lector, a un embrutecimiento de los sentidos, a la maldita lectura de los martes, no te preocupes: hay semanas peores.

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