Opinión

¿De qué está hecha una ciudad?

Muchos ciudadanos nuevos son personas de paso o visitantes ocasionales, otros prueban vivir en la urbe y lo consiguen, y otros no parecen encontrarse bien, ni sentir ningún afecto por ella

Un joven con una señal de tráfico en una fuente de Montjuïc.CRISTÓBAL CASTRO

Hace unas semanas, al pasar por la calle en la que no hace mucho vivía una amiga que se ha instalado en una población cercana, pensé en cuantos barceloneses han abandonado la ciudad y en los huecos que han dejado, y que han sido rellenados por nuevos ciudadanos. Muchos son personas de paso o visitantes ocasionales, otros prueban vivir en esta ciudad y lo consiguen y otros no parecen encontrarse bien, ni sentir ningún afecto por ella, ¿Qué pierde la ciudad y cómo nos afecta, que los que han nacido y vivido aquí toda la vida, se vayan?

Casi al mismo tiempo, en otro orden de cosas, releyen...

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Hace unas semanas, al pasar por la calle en la que no hace mucho vivía una amiga que se ha instalado en una población cercana, pensé en cuantos barceloneses han abandonado la ciudad y en los huecos que han dejado, y que han sido rellenados por nuevos ciudadanos. Muchos son personas de paso o visitantes ocasionales, otros prueban vivir en esta ciudad y lo consiguen y otros no parecen encontrarse bien, ni sentir ningún afecto por ella, ¿Qué pierde la ciudad y cómo nos afecta, que los que han nacido y vivido aquí toda la vida, se vayan?

Casi al mismo tiempo, en otro orden de cosas, releyendo los artículos de Quim Monzó, reunidos ahora en un libro, cuya temática gira alrededor de lo que comemos, cómo comemos y donde lo hacemos, se me hizo evidente el hecho de que si cada vez más en esta ciudad, se come tan mal, y lo mismo, es porque se ha perdido el gusto y el paladar y hemos construido nuestra cultura culinaria a través de las redes, de Master Chef y de frecuentar malos restaurantes. Así es que comemos mal porque la gente come mal. La comida, como la ciudad, son la expresión de las personas que comen o viven en ella.

El macrobotellón de las pasadas fiesta de La Mercé forma parte también de la expresión de la capital catalana. Las calles, plazas y parques son tratados por una parte de su juventud mostrando un nulo afecto, dejándonos ver cual es su opinión sobre lo que es de todos, sobre lo colectivo y sobre las normas que hemos acordado y escrito, para vivir juntos, cebándose sobre todo tipo de accesorios urbanos. Toda la oposición municipal se ha quejado de la gestión del vandalismo, de forma más insistente y unánime que mostró antes frente a la juventud que incendió la ciudad y la saqueó en varias ocasiones, y aquel “ejemplo” ha dado sus frutos. Pero detrás de estos jóvenes hay también presidentes de la Generalitat. Apreteu!, les arengaba el expresident Quim Torra, y las sistemáticas llamadas a la desobediencia de destacados dirigentes políticos “no violentos”, que han acarreado esto, y es una flagrante irresponsabilidad por su parte que los hace responsables de lo ocurrido. No educan.

También hay unos padres que tal vez no imaginan lo que hacen sus hijos o no son capaces de educarlos de otra manera y tal vez creen que ya no lo pueden corregir o, peor, piensan que tienen razón. Y debe haber profesores, algunos han tirado la toalla en la tarea de tratar de instruirlos, otros alientan el mal ejemplo, como trascendió hace poco con el caso de una Vicerrectora de la Universitat Politècnica de Catalunya, una educadora, que añoraba el olor a contenedores quemados. Mare, tieta i poca cosa més, como ella se definía en su perfil de la red social Twitter, y que en mi universidad no ha suscitado ninguna reflexión. Lo que me trae a la memoria la instalación de un texto luminoso en la calle del Carme realizada por Perejaume hace unos años: Allò que devem estar dibuixant amb les nostres formes de viure.

Detrás de la fotografía del vándalo en calzoncillos enarbolando una señal de tráfico, metido en una de las fuentes de Montjuïc ante la complicidad de otros como él, están probablemente otros tantos papás, mamás y tietas, que después de la resaca piensan que toda la culpa es de “la Colau” descalificando el trabajo de la policía. La policía vela por el orden en el espacio público, y ya sería hora que consideráramos serenamente que tiene cuando menos el mismo derecho a sentirse apoyada por parte de instituciones, padres y educadores, que los jóvenes mimados. Está para reprimir legítimamente lo que no cabe en la ciudad y de lo que no debe estar hecha, y actúa cuando todos los demás hemos fracasado. Seguir despreciando su actuación es treméndamente injusto y no logra corregir el error de papás, mamás, tietas, lideres iluminados y malos presidentes de la Generalitat.

La juventud forma también parte del cuerpo de la ciudad, define su carácter, su músculo y su vocación, y diría que su forma, tanto la actual como la futura. La gente es la ciudad. Sin ella, hay calles y plazas, edificios y paradas de autobús, pero vacías, sin gente la ciudad es un cadáver. El urbanismo puede planear, distribuir y dimensionar espacios, pero sin gente la ciudad no es una polis, no es “la estructura de una comunidad”.

Puede haber una vía para recomponer esto, y esta es que los jóvenes que no participan de estos fantasmagóricos aquelarres antisociales se dejen ver como parte de la ciudad que son y participen para que estas acciones se disipen. Nos podemos divertir, pero por la mañana no debe quedar sólo basura, vergüenza y dolor de cabeza.


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