Los loros de la señora Milà vuelven a La Pedrera
La casa de Gaudí recibe en depósito una pintura con los populares guacamayos de Roser Segimon y el dormitorio que ella compró en París y usó toda su vida
“De niños íbamos con las amas de la mano paseando por la calle Provença hasta el paseo de Gràcia donde había un edificio muy feo de Antoni Gaudí, pero nos gustaba ir porque siempre había unos loros grandes en un balcón del piso principal subidos a unos columpios. Es el primer recuerdo que tengo de este edificio que no comencé a apreciar hasta que estudié arquitectura”, explicaba hace unos años el arquitecto Federico Correa. Su socio ...
“De niños íbamos con las amas de la mano paseando por la calle Provença hasta el paseo de Gràcia donde había un edificio muy feo de Antoni Gaudí, pero nos gustaba ir porque siempre había unos loros grandes en un balcón del piso principal subidos a unos columpios. Es el primer recuerdo que tengo de este edificio que no comencé a apreciar hasta que estudié arquitectura”, explicaba hace unos años el arquitecto Federico Correa. Su socio Alfonso Milà, sobrino de Pere Milà, Perico, esposo de la dueña de la casa, Roser Segimon, también recuerda que lo que más le gustaba de las visitas que hacían a sus tíos para merendar cada jueves era escaparse y hacer rabiar a los loros hasta que acababan diciendo alguna palabra.
Y es que durante años una de las mayores atracciones de La Pedrera, no era la arquitectura que Gaudí había construido entre 1906 y 1912 en la principal calle de la ciudad; sino una pareja de pájaros que Roser Segimon, doña Rosario, colocaba, atados con una cadena, en una de las ventanas del piso principal para que tomaran el sol causando admiración de los que pasaban por allí con sus graznidos y algunas palabras. Los pájaros, conocidos como los “loros de la Pedrera”, eran en realidad dos enormes guacamayos llamados Gonzalo, el de color rojo, y Amaya, la de color azul; que eran de los pocos recuerdos que le quedaban a la dueña de la casa de su primer marido, el indiano Josep Guardiola, que había hecho su enorme fortuna con una plantación de café en Guatemala conocida como El Chocolà. De hecho, la Casa Milà se construyó con parte de los 15 millones de pesetas que ella heredó tras morir él en 1901.
A los loros se les perdió la pista mucho antes de fallecer Roser en 1964, pero ahora, han regresado a este edificio del Eixample en forma de pintura, ya que sus descendientes han depositado un cuadro pintado por Pedro Segimon, sobrino de Roser, en el que se ve a estos dos enormes pájaros junto a una de las criadas de la casa, Teresa Pàmies. El cuadro se ha instalado en una de las paredes del salón del llamado piso de los vecinos, unas estancias musealizadas de la cuarta planta donde vivieron hasta 1986 Carmen Cisa, cuñada de Roser Segimon y sus hijos Pedro, el autor del cuadro, Magdalena y Juan.
Pero la pintura no es el único elemento original de la vivienda que ha regresado después de muchos años. En una de las habitaciones de este piso, que reproduce cómo sería una vivienda en el momento en el que se habitó por primera vez La Pedrera, se ha instalado el dormitorio de estilo francés que Roser Segimon usó hasta que falleció en La Pedrera que también han depositado sus descendientes.
Lo explican Silvia Vilarroya y Marga Viza, de la Fundación Catalunya-La Pedrera gestora del edificio, que llevan años recuperando las múltiples historias alrededor de la vida social del edificio, más allá de su arquitectura. Unas historias que recogen en La Pedrera inédita. “Se conoce bien el edificio, pero menos, la vida de las personas que la hicieron posible”, explican en la habitación donde se han instalado estos muebles que no pasan desapercibidos a los visitantes que han vuelto a recorrer este edificio tras un 2020 nefasto por la pandemia.
“Tras casarse Roser, con apenas 22 años, y Josep, ya viudo de 61 años, vivían entre Barcelona, París, donde tenían una casa de dos pisos en el número 14 de la rue de la Pompe; una zona exclusiva de la ciudad entre el Sena y el Bois de Boulogne”, explica Vilarroya que apunta que allí contaban con “camareras, cocinera, planchadora, ayuda de cámara y chofer y toda clase de lujos”.
Pero esa vida plácida se acabó el 19 de noviembre de 1901 cuando él, “mientras se estaba quitando las botas”, murió de un infarto en su residencia de París. Al día siguiente sus restos fueron trasladados en tren al panteón familiar en el cementerio nuevo de Aleixar, Tarragona, que él había sufragado en su localidad natal.
Roser dejó París, pero se trajo a Barcelona sus pertenencias, como este dormitorio que se ve en una de las pocas fotografías que se conservan del interior original del piso noble de 1.323 metros cuadrados que realizó Joaquim Gomis. Segimon se casó con Pere Milà en 1905 después de conocerse en el balneario francés de Vichy. Tras la boda se hizo popular una cita que aseguraba que no se sabía si Milà se había casado con la viuda de Guardiola o con la guardiola de la viuda.
Fieles y monógamos
Tras morir Gaudí, en junio de 1926, Roser se deshizo de los muebles que él había creado para la casa y de la decoración original y arrasó los bellos techos de escayola creados por Gaudí y Josep Maria Jujol. Pero conservó la habitación con muebles parisinos que había compartido con su primer marido.
Pere Milà falleció en febrero de 1940 y ella vendió La Pedrera en 1947, pero siguió viviendo en usufructo en su enorme piso, con todo su servicio y sus dos guacamayos Gonzalo y Amaya representados en el cuadro que ahora ha vuelto a La Pedrera. Cuando falleció Roser se mandó enterrar no con Pere Milà, sino en el panteón de su primer marido, Josep Guardiola, en Aleixar. Sería por eso por lo que a ella le gustaban tanto sus guacamayos. Estas aves, tan inteligentes como sociales, son monógamas y permanecen fieles a sus parejas toda la vida hasta que fallecen, a pesar de que suelen superar los 50 años de vida.