Opinión

Indiferencia: lo mejor contra la extrema derecha

A Vox no se le combate haciéndole callar. Hay que ignorarles, negando recorrido a sus propuestas y dejando en evidencia sus barbaridades en el debate ideológico propio de una sociedad democrática

Pintadas del partido ultraderechista Vox en los muros de la Iglesia de los Capuchinos de Sarria, de Barcelona.Massimiliano Minocri (EL PAÍS)

¿Qué hacer con la extrema derecha y sus provocaciones? El debate es recurrente porque Vox y familia viven de sus excesos verbales, de la satanización de los adversarios, del lenguaje agresivo contra derechos y valores esenciales de la democracia. Y saben perfectamente que no hay nada más rentable para ellos que los demás caigan en su trampa. Ahora mismo en el parlamento catalán se ha planteado una actuación contra el líder de Vox por unas palabras sobre la inmigración con el sello del manual de la infamia que guía su partido...

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¿Qué hacer con la extrema derecha y sus provocaciones? El debate es recurrente porque Vox y familia viven de sus excesos verbales, de la satanización de los adversarios, del lenguaje agresivo contra derechos y valores esenciales de la democracia. Y saben perfectamente que no hay nada más rentable para ellos que los demás caigan en su trampa. Ahora mismo en el parlamento catalán se ha planteado una actuación contra el líder de Vox por unas palabras sobre la inmigración con el sello del manual de la infamia que guía su partido. En este, como en otros muchos casos, creo que es más efectivo ignorar que sancionar, que al fin y al cabo es lo que ellos buscan, para ir pintando su mural de heroicos salvadores de la patria.

No podemos olvidar nunca que la democracia es indisociable de la libertad de expresión. Por supuesto que, como todo, ésta tiene sus límites. Pero si no queremos entrar en una democracia aséptica y sin pulso, hay que mirar las cosas de otra manera sin esta obsesión enfermiza contra todo lo que chirría, porque se pueden estrechar enormemente los caminos. Hace tiempo que entramos en un retroceso evidente en la libertad de expresión. Hemos vivido estos días una anécdota grotesca: la fiscalía investigando a un mago por presunto menosprecio del castellano en TV3. Para algunos, ni la broma tiene bula. Una democracia liberal es un lugar en que todos hemos de estar dispuestos a oír cosas que nos ofenden o incluso que nos parecen horribles. Cuando se imponen límites se sabe dónde empiezan pero nunca dónde terminan. Prudencia en la prohibición. Llevamos mucho tiempo estrechando el espacio de lo decible, con la aprobación de gran parte del espectro político.

Es reciente la incorporación al derecho penal del delito de odio. ¿Qué es el odio? ¿Hay una definición canónica susceptible de ser convertida en límite de lo aceptable? ¿Puede ser delito algo tan subjetivo? ¿Dónde está la frontera entre un sentimiento personal e intransferible como el odio y el hecho causa de imputación penal? El delito ha de ser objetivable, por tanto está en los actos, no en los sentimientos. Y al poner a estos por delante se reduce la objetividad en la evaluación de la conducta. No es tan importante lo que se castiga, como la actitud subjetiva que lo impulsa. Un disparate.

Es uno de tantos ejemplos de una peligrosa tendencia en la evolución de las leyes penales y de las conductas políticas y judiciales, en un momento en que la derecha y la extrema derecha, jugando a la confusión de poderes, han hecho del juzgado de guardia el modo natural de responder a las iniciativas del gobierno. Es decir, incapaces de conseguir mayorías parlamentarias para sus propuestas buscan que los tribunales tumben lo que ellos no pueden hacer caer con sus votos en el parlamento. Una desnaturalización evidente de la democracia.

No, a la extrema derecha no se la combate haciéndola callar, que es gasolina para enardecer a los suyos. Se combate ignorándola, negando cualquier recorrido a sus propuestas, y dejando en evidencia sus barbaridades en el debate ideológico propio de una sociedad democrática. Lo que sí es inadmisible es darles reconocimiento y legitimidad como está haciendo el Partido Popular (y como hacen a menudo los náufragos de Ciudadanos).

Hacerles callar es reforzar su discurso victimista, darles reconocimiento es legitimar su desprecio por los valores democráticos y por los derechos fundamentales de las personas que ellos se empeñan en negar a las mujeres, a los colectivos LGTBI, a los emigrantes, y a todo aquello que se aparte del estrecho marco de la doble p: el patriotismo, patriarcal, excluyente por definición.

Indiferencia: ésta debería ser la repuesta política a la extrema derecha. Sin entrar en pasteleo ni negociación con ellos. Que se consuman en su soledad. Lo cual haría exigible cierta complicidad entre los partidos para evitar que ninguna mayoría dependa de ellos. Pero esta batalla se está haciendo imposible porque el PP ya ha dado el paso: la extrema derecha forma parte de su familia. Y ahí están asumiendo sus exigencias de limitación de derechos y libertades en algunas comunidades, Madrid entre ellas; regalándole felicitaciones, como la de Cuca Gamarra por haber conseguido que el Constitucional se pronunciara contra la limitación de actividad del parlamento en la pandemia (que el propio Vox había impulsado), y estableciendo una estrategia para la parte final de la legislatura fundada en la complicidad de Vox como socio prioritario. Así se refuerza a la extrema derecha. No, penalizando la expresión de disparates. Por sus obras les conoceréis.

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