Monopolios, afonía y fragilidad
Este debate va más allá de si estamos demasiado pendientes de nuestros teléfonos o de la sensación de caos y aislamiento durante las horas de avería. Tiene que ver con libertades personales y colectivas.
El triple apagón de Facebook, Instagram y WhatsApp con el que empezamos la semana nos da cuenta de hasta qué punto los fallos técnicos se convierten en problemas sociales. Llevamos tiempo vociferando que no es buena idea que nuestra existencia digital se concentre en pocas manos. Y son tan cómodas, tan accesibles y sencillas de usar que nos hacen olvidar qué importante es en la vida contar con opciones — de lo que sea — entre las que elegir. Se nos olvida además cuestionarlas porque lo que obtenemos a cambio es tan conveniente que aparcamos el olfato crítico. Y qué vulnerables somos cuando la ...
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El triple apagón de Facebook, Instagram y WhatsApp con el que empezamos la semana nos da cuenta de hasta qué punto los fallos técnicos se convierten en problemas sociales. Llevamos tiempo vociferando que no es buena idea que nuestra existencia digital se concentre en pocas manos. Y son tan cómodas, tan accesibles y sencillas de usar que nos hacen olvidar qué importante es en la vida contar con opciones — de lo que sea — entre las que elegir. Se nos olvida además cuestionarlas porque lo que obtenemos a cambio es tan conveniente que aparcamos el olfato crítico. Y qué vulnerables somos cuando la única alternativa nos falla. Qué mal conjuga el malestar del desamparo y la impotencia con derechos y libertades. Solo espero que estas 6 horas de afonía colectiva no aparquen el debate que abrimos hace tres semanas, a la vista de las filtraciones de una extrabajadora de Facebook, que dejan al descubierto cómo el imperio Zuckerberg maximiza beneficios a sabiendas que erosiona la calidad de la democracia o de la salud mental de usuarias jóvenes.
A ratos vivimos las plataformas como algo tan esencial que las confundimos con un servicio público. Ese debate está más que abierto, no solo en relación a los servicios digitales, sino a la infraestructura conectada en su conjunto. Hace apenas una semana se presentaba en Barcelona un informe sobre Internet como derecho fundamental y un conjunto de propuestas para reducir la brecha digital y social. En el documento — elaborado por Observatori DESC y femProcomuns por encargo de la Taula del Tercer Sector—, se repasa el marco legal existente y los posibles escenarios. En Cataluña, por ejemplo, contamos con una Carta de Derechos y Responsabilidades digitales que recoge diversos principios como el derecho de acceso universal y una internet abierta, inclusiva y con diversidad de actores. Como instrumento no es estrictamente vinculante, pero ofrece un marco que permite informar a las políticas públicas. En este sentido nacía también la Carta de Derechos Digitales a nivel estatal.
La ciudad de Barcelona desde 2018 forma parte de la Coalición de las Ciudades por los Derechos Digitales, orientada a la privacidad, la libertad de expresión y las oportunidades de participación democrática por canales digitales. Se ha erigido también como capital del Humanismo Tecnológico, donde el debate es cómo resituar a las personas en el centro de la innovación digital y tecnológica. La reducción de las brechas digitales no concluye cuando todo el mundo tiene acceso a conexión y a un dispositivo. Es el primer estadio donde se supera la barrera ligada a la infraestructura, pero después le sigue la capacidad de navegar, la virtualidad a través de las múltiples herramientas y servicios. El tercer nivel de madurez digital llega cuando eres capaz de poner todas esas herramientas al servicio de tus propósitos vitales.
Este debate va más allá de si estamos demasiado pendientes de nuestros teléfonos o de la sensación de caos y aislamiento durante las horas de avería. Tiene que ver con libertades personales y colectivas. Por eso es fundamental avanzar hacia la soberanía tecnológica, que alimenta la independencia por un lado y la proliferación de opciones del otro. Igual que en el mundo analógico, la aspiración en la dimensión digital es garantizar la capacidad de elegir por qué canal te comunicas y donde guardas tus documentos sin tener que pagar en especies con información personal e intransferible. Como hemos visto, los marcos legales no están consolidados pero hay cierto consenso acerca de los principios a salvaguardar.
¿Y qué podemos hacer de momento? Como dice Yuval Noah Harari, debemos exigir que sea un punto relevante en los programas electorales. Quien nos representa debe entender la urgencia de resolver estas asimetrías. En paralelo, exploremos las alternativas porque hay vida más allá de las “Big Tech”. De hecho siempre las ha habido aunque han pasado desapercibidas. Cierto es que al principio requerían altos conocimientos técnicos, pero ya hay un montón de iniciativas de código libre y orientadas al bien común que proporcionan alternativas éticas y accesibles. La Xarxa d’Economia Solidària de Catalunya ofrece un repositorio de herramientas libres o un paseo rápido por páginas como no more Google da cuenta de la cantidad de servicios disponibles que son respetuosos con nuestra privacidad (abiertos o de pago).
A veces cuesta ponerle nombre a ese placer culpable: el gusto de la comodidad con la sombra de las contrapartidas de unas empresas gigantes y, por ahora, indomables. Las sombras nos quedan lejos mientras todo funciona y damos por sentado que la página se refrescará bajo el desliz de nuestro dedo o que los mensajes se mandarán cuando nuestro tacto lo indique. Esperemos que la afonía de ayer nos permita cuestionar desde la raíz la fragilidad que conlleva este modelo. No sólo para los millones de personas y organizaciones que colgamos de ellos, también como toque de atención a su superbia. Tomen nota grandes CEOs, porque contamos con otros espacios digitales, más abiertos y más justos donde compartir, comunicar y coexistir.