‘Cantando bajo la lluvia’ inunda el Tívoli de pasión por el musical clásico
Àngel Llàcer y Manu Guix estrenan un gran montaje de la comedia que el bailarín Gene Kelly convirtió en una joya del cine
Montar un clásico de la comedia musical tan famoso como Cantando bajo la lluvia (Singing in the rain) supone un reto mayúsculo que exige generosas dosis de talento, pasión y oficio. De todo ello andan sobrados Àngel Llàcer y Manu Guix, tándem con solera y plena sintonía artística que, tras el éxito de La jaula de la locas y La tienda de los horrores, acaban de estrenar, con buena fortuna, un gran montaje del musical que el mítico bailarín y coreógrafo ...
Montar un clásico de la comedia musical tan famoso como Cantando bajo la lluvia (Singing in the rain) supone un reto mayúsculo que exige generosas dosis de talento, pasión y oficio. De todo ello andan sobrados Àngel Llàcer y Manu Guix, tándem con solera y plena sintonía artística que, tras el éxito de La jaula de la locas y La tienda de los horrores, acaban de estrenar, con buena fortuna, un gran montaje del musical que el mítico bailarín y coreógrafo Gene Kelly y el director Stanley Donen convirtieron en una joya del cine musical. Su estreno oficial, el jueves en el teatro Tívoli, puso al público en pie tras dos horas y media de pura energía y amor por las esencias clásicas del musical.
Desde su estreno en 1952, Cantando bajo la lluvia, con música de Nacio Herb Brown y letras de Arthur Freed, permanece grabado en la memoria cinéfila gracias a la inmortal secuencia protagonizada por Gene Kelly, en estado de gracia, cantando el temazo que da título a uno de los mejores films musicales de todos los tiempos. La película, que plasma una historia de amor ambientada en la irrupción del cine sonoro en Hollywood en los años veinte, se convirtió en musical en 1983 con un montaje estrenado en el London Palladium, con guion de Betty Comden y Adolph Green.
La adaptación, en castellano, codirigida por Llàcer y Guix, tiene mucho de encantador homenaje al género que sitúa al espectador, como en un viaje en el tiempo cargado de ironía, nostalgia y cariño, en la etapa dorada de los grandes estudios. La transición del cine mudo al sonoro dejó en la cuneta a muchas estrellas de la gran pantalla que fueron incapaces de adaptarse, por limitaciones de voz y técnica actoral, a los nuevos tiempos. Este musical lo cuenta con mucho humor e ironía, y quizá por ello -renovarse o morir- transmite una tierna sensación de felicidad.
Ivan Labanda encarna a Don Lockwood, el actor famoso que se enamora de la principiante Kathy Selden para pasmo y enojo de la insoportable diva Lina Lamont. Arduo reto, porque la sombra de Gene Kelly, con su baile genial y su forma de cantar -no tenía una buena voz, pero salía airoso con su eterna sonrisa- pesa como una losa. Labanda, que lleva el personaje a su terreno y cumple con disciplina, oficio y mucho entusiasmo, sale más que airoso cantando y bailando, bajo una lluvia espectacular y acompañado por bailarines, el tema más famoso de un musical que incluye canciones tan pegadizas como Good morning, Beautiful dream y Mak’Em laugh.
Diana Roig es una Kathy Selden de gran encanto que canta y baila muy bien, y puede decirse lo mismo de Ricky Mata, que arranca grandes aplausos como Cosmo Brown -borda el antológico número Make’Em Laugh- por su energía y bien calibrada comicidad. Pero es Mireia Portas quien levanta las más sonoras carcajadas con su divertida interpretación de Lina Lamont, la insoportable diva del cine mudo que causa espanto con su voz de pito. Portas hace suyo el papel y juega con la complicidad del público cuando es incapaz de pronunciar bien una palabra o desafina de forma horrorosa.
Nada menos que 23 actores y bailarines y una orquesta en directo de nueve músicos, con mucho swing bajo la vibrante dirección de Andreu Gallén, son el sostén permanente de una función que cuenta con brillantes coreografías de Miryan Benedited y una escenografía de grandes dimensiones diseñada por Enric Planas, con espectacular iluminación, vestuario y sonido diseñados, respectivamente, por Albert Faura, Míriam Compte y Roc Mateu.
La producción de Nostromo Live, con un presupuesto de 2,5 millones de euros, utiliza sistemas de última tecnología que inundan de luz un escenario sobre el que llueven 1.000 litros de agua que se recicla para ser utilizada en la siguiente función. De hecho, el montaje es tan complejo que precisa el trabajo de 23 técnicos en cada función. Lo dicho, un gran espectáculo.