Nostálgicos de Barcelona 92 bajo el pebetero de Montjuïc
Voluntarios de los juegos catalanes conmemoran año tras año la gesta olímpica que les cambió la vida
Los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 -que el surrealismo al que nos ha abocado la pandemia ha hecho que se celebren en 2021- quedarán clausurados el próximo domingo y, éxitos y derrotas aparte, se recordarán por la carrera de obstáculos que sigue suponiendo el coronavirus y por la lección que ha dado la gimnasta Simone Biles, al alertar que nadie está a salvo de padecer problemas de salud mental. ...
Los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 -que el surrealismo al que nos ha abocado la pandemia ha hecho que se celebren en 2021- quedarán clausurados el próximo domingo y, éxitos y derrotas aparte, se recordarán por la carrera de obstáculos que sigue suponiendo el coronavirus y por la lección que ha dado la gimnasta Simone Biles, al alertar que nadie está a salvo de padecer problemas de salud mental. Hace 29 años de los juegos que situaron a Barcelona en el mundo. En la ciudad quedan restos de aquellas semanas históricas. Quedan las rondas, la Vila Olímpica, una pequeña estatua de la mascota Cobi frente a la playa de la Nova Icaria, el Palau Sant Jordi y el Estadio Olímpico. Quedan edificios, infraestructuras y, también personas. Entre ellas, unas pocas decenas de los 44.767 voluntarios olímpicos celebran año tras año el recuerdo de las que se convirtieron en las mejores semanas de sus vidas. Voluntarios que trabajaron gratis para la ciudad como chóferes, azafatas o recogepelotas y que cada 25 de julio vuelven a embutirse, como pueden, en los que fueron sus uniformes -avanzamos que el tiempo no ha sentado bien a los chándales de táctel y aquellos estampados olímpicos- y comen pastel sentados en el bordillo de la acera bajo el pebetero del Estadio Olímpico Lluís Companys.
Felipa Prado tiene 75 años y cada 25 de julio, onomástica de la ceremonia de inauguración, acude al pebetero vestida con chándal, riñonera -ahora vuelven a estar de moda, pero después del 1992 solo la llevaban algunos militantes en este tipo de bolso- y sus peluches de Cobi y de Petra, mascotas de los juegos. “Mi función en las olimpiadas acabó precisamente el día de la inauguración. Yo era una de las voluntarias que estaba en el aeropuerto haciendo las fotografías para las acreditaciones”, recuerda Prado. Ella tenía que hacer las fotos de carné que se enganchaban en los documentos con los que se identificaban autoridades y deportistas. Prado retrató, entre otros, a la reina de Suecia, pero reconoce que se siente orgullosa de haber hecho la foto de Pascual Maragall para la acreditación de los Juegos Paraolímpicos: “Lo tenía delante y grité: ‘Alcalde, una sonrisa para la prensa’ y Maragall sonrió como solo él sabe hacerlo”. El espíritu olímpico se apoderó por completo de Prado y desde entonces, estuviera donde estuviera, no se ha perdido nunca esta reunión de nostálgicos bajo el pebetero. “He perdido 22 kilos y por eso el traje me va bien todavía. Con el tiempo mi marido me compró una antorcha olímpica y tengo muchas cosas del 92. En 1996 envié una carta al Ayuntamiento para que encendieran el pebetero y así dar suerte a nuestros deportistas en Atlanta. Albert Batlle, que entonces también era concejal, me llamó para felicitarme por la iniciativa”, recuerda. Prado es la encargada de llevar cava a esta reunión, que dura 30 minutos y que se emplaza cada 25 de julio de 19.00 a 19.30 bajo el pebetero.
Otro de los que no falla en la cita es Gerard Conde, de 77 años. “Yo llevo la antorcha con la que corrí uno de los últimos tramos en la avenida del Paral·lel, entre lo que era el teatro Talia y el Molino. Además, la antorcha me la pasó la política Assumpta Escarp”, recuerda. Conde la enciende cada año para hacerse la foto: “No se puede cargar y por eso solo la enciendo para la foto y la apago rápidamente. No sé cuánto gas le puede que quedar”. Conde fue durante la olimpiada chófer del que era vicepresidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Kevan Gosper. “Lo fui porque sé idiomas. En realidad tenía que ser el conductor de Samaranch pero no quise porque él ya tenía uno de siempre y tendría que haber llevado a su mujer de tienda en tienda”, ironiza. Recuerda mucho aquellos días. “Si duran una semana me muero porque perdí siete kilos. Llevaba a Gosper a cenar y luego, a lo mejor, al día siguiente le tenía que llevar a la Seu d’Urgell a primera hora para entregar una medalla. Fue una locura pero fue precioso”, recuerda. Tiene una verdadera colección de objetos olímpicos entre ellos una medalla olímpica del atleta Jordi Llopart pero también le guarda muchísimo cariño a un autógrafo que le dio Nelson Mandela y a la bandera olímpica que colgaba del Hotel Princesa Sofía donde se hospedaban algunos de los miembros del COI.
Han pasado 29 años de los juegos de Barcelona y el pastel que cada año lleva una voluntaria bajo el pebetero en esta ocasión ha jugado con la cifra. “Son 29 años y fue en el 92, nos nos ha hecho gracia”, aclara Conde. El próximo año será el 30 aniversario de aquellas semanas en las que Barcelona se convirtió en el ombligo del mundo.