Sed valientes y seréis felices

Los actos de graduación marcan el camino de una generación llamada a ser protagonista

Alumnas recién graduadas en Enfermería en la escalinata de la Facultad de Medicina del Clínic.Joan Sanchez (EL PAÍS)

Nadie te enseña a montar en bicicleta, sino que se aprende de forma progresiva y difícilmente se te olvida aunque no practiques de forma regular; otra cosa es que no sepas circular como pasa habitualmente por Barcelona. Al inicio se necesita la ayuda de dos ruedecitas y al final no queda más remedio que saber mantener la estabilidad después de ser empujado al vacío: se empieza por tomar el manillar con las dos manos, más adelante se puede probar con una sola y cuando ya se es muy atrevido se corre sin ninguna, los codos y las rodillas pelados y ensangrentados y también algún diente partido o p...

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Nadie te enseña a montar en bicicleta, sino que se aprende de forma progresiva y difícilmente se te olvida aunque no practiques de forma regular; otra cosa es que no sepas circular como pasa habitualmente por Barcelona. Al inicio se necesita la ayuda de dos ruedecitas y al final no queda más remedio que saber mantener la estabilidad después de ser empujado al vacío: se empieza por tomar el manillar con las dos manos, más adelante se puede probar con una sola y cuando ya se es muy atrevido se corre sin ninguna, los codos y las rodillas pelados y ensangrentados y también algún diente partido o perdido, señales de una batalla ganada en la infancia y al mismo tiempo el comienzo de una aventura de adulto sin un manual de instrucciones, igual que cuando se obtiene el diploma de graduado, un acto que se ha repetido los últimos días en distintas universidades, también en la de Vic.

Me invitaron a ser el padrino de la promoción 2017-2021 y para preparar el discurso que ahora cuento encontré ayuda en Blanquerna, donde me enseñan cada día, y en el amigo ilustrado Adrián Paenza. Los licenciados no han llegado al final del camino, por más que dispongan de un método y un espíritu crítico para afrontar la vida, sino que su desafío consistirá en caer y levantarse, igual que cuando iban en bicicleta, convivir con la incertidumbre, resolver los problemas que se le presentan a cada generación de titulados, y más a la última, la que ha empalmado la crisis económica con la pandémica. La decepción es mayúscula porque el mercado inmobiliario y laboral están imposibles, la deuda pública es enorme; hay controversia por la gestión del cambio climático; se duda sobre el modelo democrático liberal y existe una creciente desafección hacia el sistema político y social; no es fácil motivar a los jóvenes, tampoco a los de Vic.

Pero no hay que renunciar al júbilo de la graduación, sino que es mejor solemnizar el momento por único, recuerdo de una jornada especial que muy bien podría funcionar como depósito de energía para cuando se presenten las dudas y los protagonistas se pregunten si no se habrán equivocado de especialidad y hasta de universidad, faltos de confianza y autoestima en Vic, Barcelona o Madrid.

A modo de consuelo recomiendo la clase magistral que Iñaki Gabilondo ofreció hace dos años cuando fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Sevilla. El periodista donostiarra citó una encuesta que el semanario Le Nouvel Observateur realizó entre hombres y mujeres de unos cincuenta años, de formación medio-alta y con puestos profesionales de responsabilidad para averiguar cómo se percibían tantos y tan vertiginosos cambios habidos en los últimos años. El resumen de las respuestas venía a decir: “Me prepararon para un mundo que ya no existe, adquirí conocimientos que ya no valen y he tenido que adiestrarme en el manejo de herramientas complejísimas. Hago lo que puedo, pero creo que voy rezagado respecto a mis colegas. Finjo que domino más de lo que domino y temo ser descubierto en flagrante impostura”. La apostilla del semanario fue: “Tranquilícese, todos nos dijeron lo mismo”.

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La situación ha empeorado con el tiempo y se suceden los textos periodísticos que buscan respuestas sobre cómo es ser joven en 2021, los últimos publicados por EL PAÍS. No me atrevo a discutir ahora sobre la sociedad heredada por los hijos, y menos polemizar sobre si es peor o mejor que la recibida por cuantos cumplimos hace tiempo los sesenta, sino que abogo por el pacto intergeneracional con los que se acaban de graduar pasados los 20. Harto ya de envejecer mal, me gustaría ser compañero de viaje de aquellos que recogieron su diploma en Vic, sentirles cerca y animarles a ser protagonistas en unos tiempos que de alguna manera evocan también mis años de estudiante en busca de trabajo a finales de la década de los 70.

A los de mi quinta toca ayudar sin dar la vara, apelando a la cultura del esfuerzo y la rebeldía

Aunque el vértigo es distinto porque la angustia es mayor por el empeoramiento económico y social, nosotros también vivimos con inquietud una época en la que se imponía un marco distinto: pasamos de una dictadura a la democracia, de hijos de payeses y obreros a universitarios, de la calle del pueblo a las plazas de Barcelona, de vivir en familia a compartir pisos con seis y siete compañeros estudiantes mientras alternábamos las aulas con las faenas más esporádicas. No sabíamos entonces si aquella fiebre juvenil nos serviría al menos para no tener que regresar a casa derrotados para vergüenza de unos padres que nunca dieron marcha atrás, sino que nos invitaron a conquistar el mundo por 25 pesetas la noticia, el precio que cobrábamos en aquel semanario llamado El 9 Nou al que muchos no daban ni un año de vida y que hoy tiene una salud de hierro.

Nos animaba la posibilidad de publicar un texto incluso en grupos periodísticos en quiebra y que por supuesto no pagaban a los colaboradores; tampoco nos importaba simultanear una carrera de cinco años con 16 meses de mili; y algunos nos conformamos con tres días de viaje de novios porque vivíamos agarrados a una máquina de escribir y temíamos que nos la quitaran. La vida era tan dura como divertida y nos sentíamos unos afortunados porque nos movía la ilusión y la ambición, hasta que se acabó la fiesta. Ahora se nos reprocha que fuéramos unos egoístas por construir un mundo con fecha de caducidad, resumido en la etapa de la transición, y que condenamos a nuestros descendientes.

Tengan o no razón, y seguramente la tienen, se impone montar un nuevo modus vivendi, un modelo de producción y de negocio para otra forma de consumo en unas condiciones más complejas que nunca. Lo tienen muy difícil, pero también es una oportunidad única para los que ahora recogen las acreditaciones, jóvenes que son mucho mejores que nosotros porque están más preparados y tienen más talento, además de estar dispuestos a ampliar continuamente su formación técnica y humanística. Saben, a fin de cuentas, que el 50% de los actuales oficios cambiarán en 30 años y por tanto el desafío exige no parar de aprender.

Únicamente necesitan un empujón para salir de esta gran sala de espera en la que estamos atrapados y acabar con la nostalgia de aquellos que solamente reniegan del pasado y temen por el futuro. A su favor juega que disponen de medios suficientes para hacerse visibles y llegar hasta los que tienen el dinero y el poder; se trata de que sean protagonistas y que la fiesta sea la mecha que encienda la pasión y acabar con la nostalgia y la tristeza. A los demás nos toca ayudar sin dar la murga, simplemente con dignidad, apelando a la cultura del esfuerzo y la rebeldía y también a los sabios como Paenza. Sumar y no restar para vencer la precariedad y la vulnerabilidad. No disponemos de un manual de instrucciones ni de un GPS, pero sabemos montar en bicicleta. Así que felicidades a los graduados y gracias por dejarnos sentir partícipes de una jornada de la que muchos de nosotros nunca disfrutamos.

Sed valientes, no tengáis miedo y seréis felices.

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