Sillas íntimas para Tàpies
Niñas y niños escogen en una actividad su asiento favorito y cuentan su relación con el pintor catalán. Siguen los consejos del artista barcelonés para encontrar la vida oculta en cualquier objeto
Esta es la crónica de un descubrimiento ni previsto ni buscado, como debe ser. Es una mañana lluviosa y nos vamos a la Tàpies. Obras y recuerdos del pintor a sus treinta años, es la exposición en marcha. En la recepción nos indican que lo mejor es empezar por arriba de todo, donde podremos ver una película. Subimos. Cierto, es un buen film. Data de 1969 y en él lo vemos trabajando. No es un documental informativo, es algo más. Las imágenes de su pintura, muy bien filmadas por Clovis Prévost, se funden con los árboles de fuera del estudio, en Campins, mutando ante nuestros ojos a los aco...
Esta es la crónica de un descubrimiento ni previsto ni buscado, como debe ser. Es una mañana lluviosa y nos vamos a la Tàpies. Obras y recuerdos del pintor a sus treinta años, es la exposición en marcha. En la recepción nos indican que lo mejor es empezar por arriba de todo, donde podremos ver una película. Subimos. Cierto, es un buen film. Data de 1969 y en él lo vemos trabajando. No es un documental informativo, es algo más. Las imágenes de su pintura, muy bien filmadas por Clovis Prévost, se funden con los árboles de fuera del estudio, en Campins, mutando ante nuestros ojos a los acordes de la música de Carles Santos y con algún ramalazo visual de Joan Brossa. Al salir, advertimos al fondo de esta misma planta dos paredes con papeles pegados, una frente a otra. ¿Una instalación? No.
Es el Muro de sillas. En cada papel, la foto de una silla y un texto breve. De criaturas, de adolescentes. Un fruto de la pandemia más estricta, del confinamiento escolar. Una de esas cosas que tendrán que contar en el haber del virus, la suma de lo bueno que ha permitido hacer y que debería de seguir haciéndose, creciendo, operando al máximo. Aquí, en escuelas e institutos. Hace unas semanas les contaba en este mismo espacio una historia parecida en el Raval, entre el CCCB y el Instituto Tarradell. Pues aquí hay otra, ahora en el Eixample. Bonita de veras. Que los alumnos, ya sean criaturas o ya adolescentes, piensen en su silla preferida y digan por qué. A la manera de la silla de Tàpies que corona la fachada de su fundación.
“Cuando me siento en ella, me vienen todos los recuerdos a la cabeza, tanto los buenos como los malos”, dice una alumna“Cuando me siento en ella, me vienen todos los recuerdos a la cabeza, tanto los buenos como los malos”, dice una alumna
Aquí un ejemplo, que traduzco del catalán. Escribe una alumna de tercero: “Esta silla lleva en casa catorce años y le encuentro un valor especial. Está en el comedor de mi casa y aunque parezca una silla normal y corriente, no lo es. En esta silla he vivido muchos momentos y se ha sentado gente muy importante para mí, como mi abuelo que murió cuando yo tenía cinco años o mi padre cuando aún vivía con mi madre y conmigo”. La vista da un vuelco, el arco de la mirada se llena de tiempo vivido. La chica prosigue, dándome la razón, es el arco del tiempo: “Cuando la veo o me siento en ella, me vienen todos los recuerdos a la cabeza, tanto los buenos como los malos”. Pero no acaba ahí la historia: “Esta silla la utilizo para muchas cosas, pero especialmente para leer, para hacer los deberes de la escuela, para comer y cenar, y durante la cuarentena la utilicé como barra para hacer danza”.
¿Puede decirse más en menos? Pues sí, abriendo el arco del tiempo a la imaginación. Otra alumna, de primero, se limita a decir, junto a la foto de una vieja silla de buen diseño común: “Esta es la silla en la que los trabajadores de la fábrica textil pasaban muchísimas horas sentados”, y ahí, en la foto y el breve texto, está toda una lección de historia social.
Muy pronto los niños tienen noción aguda del paso del tiempo, ¿no es cierto? En cada frase, en cada relación con la silla escogida, está esa sensación aguda de que esto es ahora y la silla es todo, lo de antes y lo de ahora, la silla concentra el mundo. Otro alumno, también de primero: “Yo he escogido este taburete porque cuando era pequeño me gustaba sentarme en él. También me gusta porque mi tía me lo trajo de África”. “Esta silla”, rememora otro alumno de primero, “ha estado siempre en mi habitación, desde que nací ha estado al lado de mi cama; aquí es donde pongo la ropa cada mañana, donde me siento para hacer los deberes, donde hacía las clases en el primer confinamiento, y donde me sentaba para hacer las llamadas con mi familia cuando tuve el covid”.
Los pequeños tienen noción aguda del paso del tiempo, ¿no es cierto? En cada frase, en cada relación con el mueble...<CW-22><CJ1>Los pequeños tienen noción aguda del paso del tiempo, ¿no es cierto? En cada frase, en cada relación con el mueble</CJ></CW><CW-18>...
Una alumna de tercero no es de sillas y escoge su cama: “Hace ocho años que lo tengo y por más ridículo que parezca (porque es un objeto), siempre puedo contar con mi cama. Cuando estoy triste me puedo estirar en ella y llorar, y no se va a ninguna parte (…)”, explica en su hermosa declaración de amor a la posición horizontal.
Tàpies puede estar contento. Hace años publicó en la revista Cavall Fort una incitación a la mirada atenta y activa de las criaturas, El joc de saber mirar, para encontrar en cualquier objeto la vida que encierra. El año pasado que vivimos peligrosamente, la fundación que lleva su nombre conmemoraba su treinta aniversario y se propuso una pequeña acción con centros educativos. De la propuesta se han encargado la artista Isabel Banal, el poeta Antoni Clapés y la bailarina Àngels Margarit, coordinados por la peña de producciones audiovisuales y docentes A Bao A Qu. Han participado ocho escuelas.
Que no pare la fiesta. Sigamos jugando muy en serio a saber mirar, que buena falta hace.
Mercè Ibarz es escritora y crítica cultural