Opinión

Esa constante confusión

No hay que ser ni muy agudo ni muy susceptible para detectar un cierto deterioro de la cultura democrática. Lo demuestran sobradamente los últimos años y un montón de actitudes públicas y privadas

El cocinero Jordi Cruz en el programa de Josep Cuní en Radio Barcelona.

No hay que ser ni muy agudo ni muy susceptible para detectar un cierto deterioro de la cultura democrática. Lo demuestran sobradamente los últimos años y un montón de actitudes públicas y privadas, porque la democracia no es solo una forma de gobierno, sino también y especialmente una actitud personal y colectiva que se canaliza mediante la participación atendiendo a la voluntad y la necesidad ciudadanas. Y aunque la pandemia se haya convertido en la prueba del algodón justificada por razones de salud pública, algunas decisiones tomadas por nuestros representantes y avaladas por la justicia en...

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No hay que ser ni muy agudo ni muy susceptible para detectar un cierto deterioro de la cultura democrática. Lo demuestran sobradamente los últimos años y un montón de actitudes públicas y privadas, porque la democracia no es solo una forma de gobierno, sino también y especialmente una actitud personal y colectiva que se canaliza mediante la participación atendiendo a la voluntad y la necesidad ciudadanas. Y aunque la pandemia se haya convertido en la prueba del algodón justificada por razones de salud pública, algunas decisiones tomadas por nuestros representantes y avaladas por la justicia en forma de limitaciones, confinamientos, prohibiciones e imposiciones acatadas mayoritariamente de forma acrítica, han venido a ponerlo de manifiesto.

Sin antecedentes, no podrían entenderse las delaciones de la policía de balcón y los reportajes recriminadores
Sin antecedentes, no podrían entenderse las delaciones de la policía de balcón y los reportajes recriminadores

Sin embargo, no todo comenzó con el coronavirus. Sin antecedentes, no podrían entenderse las delaciones de la policía de balcón, los reportajes recriminadores y las advertencias punitivas del último año. Ya antes, esta postura podía apreciarse en la progresiva baja tolerancia hacia las opiniones contrarias, en la pérdida inmediata de respeto a quien no participa de las mismas ideas o reclamando diálogo y acusando de no facilitarlo a los que se les exige acatar los postulados propios. Definitivamente el verbo exigir se ha convertido en sinónimo popular de otros menos imperiosos pero igualmente válidos: pedir, plantear, solicitar o reclamar, por ejemplo. Y que algunos consten en el diccionario como sinónimos no niega su condición de nivel superior en la demanda. Lo hemos escuchado esta misma semana a los estudiantes encerrados en la Universitat de Barcelona (UB). Teniendo sus razones defendibles y mostrando su hartazgo respetable no instaban al rector a suscribirlas, sino que le “exigían” hacerlo como condición para desalojar. Un todo o nada. Democrático, por supuesto.

Por su parte, algunas fuerzas políticas del Parlament que suscribieron un cordón sanitario para aislar a Vox se han confabulado para negarle al partido ultra el senador que le correspondía por ser cuarta fuerza electoral y del que hubieran dispuesto de aplicarse para tramitarlo el mecanismo utilizado durante 40 años. La casuística demuestra que no es fácil atinar con el procedimiento para frenar a quienes se consideran un peligro para la democracia. Un debate tan abierto como histórico y desigual. Pero igualmente resulta difícil que quienes la han administrado desde mucho antes de la irrupción social de los intolerantes se cuestionen y corrijan aquellas decisiones propias que ayudaron a crear un ambiente quejoso aprovechado con habilidad por los populismos extremos.

A su vez, resulta curioso que a partir de la noche electoral se rasgaran las vestiduras los mismos que facilitaron la participación de Vox en los debates de los medios públicos rompiendo otra tradición no escrita: que solo tenían atril quienes ya tuvieran representación. Sucedía, no obstante, que al haber perdido Junts su derecho legal por decisión jurídica fruto del pulso con el PDeCAT, una de las formaciones con mayor número de diputados y mejores expectativas no podía estar presente. Y así fue como la conveniencia hizo el resto favoreciendo la participación de quienes ahora son rémora. Algo parecido a lo hecho por el socialismo español para intentar fastidiar al PP o lo que sucede en la campaña madrileña ante carteles ofensivos. Más allá de lamentarse y denunciarlo solo lo contrarestan con datos los medios y no los rivales, alarmados por algo más que una provocación. Y claro, ante su capacidad de remover el estómago con falsedades más que el cerebro con razones, el ciudadano cabreado con los suyos o con todos se lanza al voto del descontento y desafía.

No es fácil atinar con el procedimiento para frenar a quienes se consideran un peligro para la democracia
No es fácil atinar con el procedimiento para frenar a quienes se consideran un peligro para la democracia

Jordi Cruz, el afamado y televisivo chef, se lamentaba el pasado martes en SER Catalunya de las duras restricciones impuestas al sector de la restauración que lo han llevado a tener cerrados sus establecimientos desde marzo del año pasado. Y de manera provocadora y jocosa se preguntaba qué le está pasando al haberse planteado que, de estar en Madrid, votaría a Isabel Díaz Ayuso. A lo que Carles Abellán se sumaba a pesar de confesarse de izquierdas. Y les cayó la del pulpo por parte de una legión de críticos poco atentos acorazados tras las redes que parecen haber venido para fomentar el odio y aumentar la tensión más que para contribuir a la solidaridad, promover la igualdad y socializar el conocimiento. Y si no, que se lo pregunten a Javier Cercas y el tuit que descontextualizaba y reducía una intervención añeja de media hora a 30 segundos tras una entrevista en TV-3. O a Jordi Évole a quien se le cuestiona que entreviste a un negacionista de las vacunas o a sus colegas a quienes se les critican las preguntas cuando lo inadecuado suelen ser las respuestas. No es extraño que Ada Colau haya abandonado Twitter. Claro que, de repasar el histórico de su cuenta, tampoco ella aguantaría su propio pasado. Como casi nadie.


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