‘Panades’, tradición en espectáculo en Internet

Son muchas las personas que han mostrado en las redes el resultado de sus manualidades, convicciones y armas gastronómicas sobre este alimento relacionado con la Semana Santa

Típicas panades de Mallorca.S.RIERA

Han regresado casi en apoteosis por las últimas fiestas. En su momento, la elaboración de las panades (empanadas) era un reto secular, individual, un ritual de complicidad en clave familiar, una arcaica tradición casi general insular, -matriarcal- aunque casi siempre una celebración privada, señalada en el calendario.

La manufactura fue para uso y consumo propio, particular, según la receta y estilo del linaje familiar, los gustos y discriminaciones sumados. Cada panada era un mundo, una familia, unas manos. Los hornos, panaderías y pastelerías clásicos, de pueblo y ciudad...

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Han regresado casi en apoteosis por las últimas fiestas. En su momento, la elaboración de las panades (empanadas) era un reto secular, individual, un ritual de complicidad en clave familiar, una arcaica tradición casi general insular, -matriarcal- aunque casi siempre una celebración privada, señalada en el calendario.

La manufactura fue para uso y consumo propio, particular, según la receta y estilo del linaje familiar, los gustos y discriminaciones sumados. Cada panada era un mundo, una familia, unas manos. Los hornos, panaderías y pastelerías clásicos, de pueblo y ciudad, convirtieron en producto comercial diario aquella expresión de tradición que fue propia de Semana Santa.

Los nuevos tiempos de la sociedad digital, sobre todo los vetos de relación, comercio y negocio debidos a la histórica peste, han socializado el gesto rutinario de elaborar panades de Pascua para convertirlo en un diverso espectáculo público, amistoso, casi un acto de solidaridad o exhibición de un orgullo abstracto militante.

Multitud de abuelos, personas maduros, júniors y también niños han mostrado públicamente su producción típica, por miles y miles. Han creado una constelación efímera, han construido un nexo fugaz e icónico de objetos comestibles, cocina popular y selecta que se decía.

Las panades resultan ser un acontecimiento siempre contemporáneo. Fueron propias y exclusivas de los dos últimos días de la Semana Santa en Mallorca (formatjades en Menorca y Pollença). Cajas circulares de pastas de masa salada (o dulce), monográficas bien rellenas de carne, pescado o verduras, o mezcladas. Hay miles de recetas diferentes, según cada casa, saga, clan y casta antigua.

Raramente se hacen con un relleno solitario de frutas confiadas o confituras; eran llamadas panades de botifarra en alusión a la clase pos aristocrática palmesana, socialmente con eco erróneo de los botifleurs de pugnas monárquicas.

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Estas pastas -comunes - eran/son un hito gastronómico, con referencias al calendario de obligaciones cristianas: se amasaban, horneaban y consumían tras finalizar las abstinencias y los vetos religiosos de la Cuaresma, a partir del domingo, tras la celebración de la Resurrección de Cristo. De ahí y la consideración cultural, el hecho excepcional de raíz ahora meramente circunstancial, menor.

El deseo y la lógica no militantes han roto las fronteras religiosas confesionales del evento que está adherido, por lo demás, al ciclo natural de la naturaleza, la explosión de la primavera, la nueva vida en el campo. El cordero pascual del relato eclesial llega con el esplendor de las primeras hierbas, los animales jóvenes, lechales, el queso y el requesón consiguientes para los manjares paralelos, los dulces rubiols, pastissets y formatjades, crespells y senyorets.

Esta tradición de construcción de artefactos encapsulados y horneados (micro panes con corona o bordado en pastas), de gestación doméstica y consumo casi enclaustrado, en los tiempos de restricciones de citas, han provocado esta primavera una catarata caudalosa de imágenes en Internet, Facebook, Instagram, Twitter, Pinterest... y con relato en la televisión en IB3, más los diarios. La publicación en ventanas y muros globales, en clubes enormes de amigos virtuales, crea un mosaico plural, de formas y resultados. Hay panades con sello Miceli, Calent, Toneta, Taura, March, Maca, chefs que experimentan u ofician su liderazgo.

La representación plural, casi anónima, social, se ha plasmado en las redes con gesto militante o de pura diversión, con foto secuencias didácticas del proceso de gestación, vídeos más pedagógicos que las recetas escritas, pero en general se vieron y quedaron fotos finales.

El resultado de la gozosa celebración pública del gesto privado construyó una expresión creativa neo-tradicional, sin excesivas variantes creativas o invenciones externas, que arraigó por simpatía, sin programa ni dictado oficial. Ahí estaban las panades efímeras, la exhibición de activismo y habilidades, sin premio ni competición.

Podría entenderse que fue una expresión de la sociedad civil, por vía digital, de mucha gente diversa, sin organizarse ni atender a una convocatoria ni programa previo patrocinados. La gente mostró el resultado de sus manualidades, sus convicciones y armas gastronómicas, y expresó una comunión con una tradición.

La panada es cocina, menú, para llevar, take away antes de su moda, la comida y su soporte, comida en conserva para varios días, un plato común, individual, de reparto a porciones, de comunión.

Ahora, en las galerías y tumbas abiertas de las redes sociales, queda una colección de esos artefactos de repostería gastronómicos, artesanía doméstica. Son obras sin firma, de cocina muda, efímeras y de temporada. Las panades, otra de las rarezas mallorquinas, fueron excepcionales de solo una semana (santa) al año ahora sobreviven, laten para siempre en la red, archivadas, también.

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