Felícia Fuster, la poeta que nació con 63 años

Jornadas de estudio, exposiciones y reediciones intentarán popularizar a la vanguardista y polifacética creadora en el centenario de su nacimiento

La poeta y artista Felícia Fuster, en una imagen de 1985.© Marcel·lí Sàenz

Nunca es tarde para la poesía. Se comprobó, por ejemplo, en 1983, cuando al premio Carles Riba se presentó Una cançó per a ningú i trenta diàlegs inútils. Ganó ese año un título también largo, La trista veu d’Orfeu i el Tornaveu de Tàntal, de Valerià Pujol, pero aquel poemario tenía tanta fuerza y dejó tan sorprendido al jurado, en especial a Maria Mercè Marçal, que se recomendó también su publicación. Aparecería en 1984 y era el primer compendio lírico de una desconocida Felícia Fuster, una auténtica revelación que debutaba con… 63 años.

Desde entonces, más una poeta de p...

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Nunca es tarde para la poesía. Se comprobó, por ejemplo, en 1983, cuando al premio Carles Riba se presentó Una cançó per a ningú i trenta diàlegs inútils. Ganó ese año un título también largo, La trista veu d’Orfeu i el Tornaveu de Tàntal, de Valerià Pujol, pero aquel poemario tenía tanta fuerza y dejó tan sorprendido al jurado, en especial a Maria Mercè Marçal, que se recomendó también su publicación. Aparecería en 1984 y era el primer compendio lírico de una desconocida Felícia Fuster, una auténtica revelación que debutaba con… 63 años.

Desde entonces, más una poeta de poetas que una voz reconocida popularmente. “Hemos de hacer de altavoz y dinamizar el estudio de su obra”, propone la filóloga y estudiosa Lluïsa Julià como objetivo del Any Felícia Fuster que, promovido por la Generalitat para conmemorar el centenario de su nacimiento, ella misma comisaría desde la vertiente literaria juntamente con la crítica de arte Pilar Parcerisas, que velará por la difusión de la faceta pictórica de Fuster, que también la tuvo.

Seguramente, esa tardía voz poética tenga su origen en la particular vena artística que Fuster desarrolló ya de pequeña en el barrio de la Barceloneta, donde nació en 1921 rodeada de los martillos, clavos y bisagras de la ferretería familiar, lo que facilitó sus habilidades manuales. La afición al dibujo de su abuelo materno remacharía una primera inclinación que estuvo bañada del particular catalán que oía de los marineros que frecuentaban la tienda. Así se encaminó hacia la Escola Massana d’Arts i Oficis mientras cursaba bachillerato y piano, unos estudios artísticos que retomaría tras la Guerra Civil.

Una exposición colectiva en la prestigiosa Galerías Syra de Barcelona en 1947, junto a sus compañeros de la Escola Superior de Belles Arts de Sant Jordi donde se había graduado y con los que formó el efímero grupo vanguardista Los Últimos, significó su estreno. A pesar de haber recibido una medalla en la Exposición Nacional de Artes Decorativas de Madrid, en 1949, Fuster inició “una especie de exilio querido y muy personal”, según Julià, instalándose en París en 1951. Tenía 30 años y ahí amplió estudios y contactó con las últimas corrientes abstractas, hasta que se casó en 1954 e interrumpió toda actividad artística.

Tras divorciarse en 1960 y trabajar en Publicidad, fue recuperando su faceta artística, que había iniciado en el arte del vidrio y que amplió a la pintura y los collages, moviéndose entre el expresionismo y la abstracción. Pero Fuster siempre había escrito, desde pequeña: “Soy una dona faber”, se autodefinía irónicamente, amante de todos los oficios y artes. Eso lo sabía muy bien su amigo arqueólogo Miquel Tarradell, que había leído sus versos y la alentó a presentarlos al premio Carles Riba. Allí se cruzó con Marçal, que prologó el poemario de esa “mujer enriolada, activa, viva, comunicativa”, como la retrató.

Emergía así una novedosa voz poética, muy experimental, que sorprendía por ser hasta demasiado moderna para una mujer de su edad y que casi nadie supo calificar. Aquelles cordes del vent e I encara (premio Vicent Andrés Estellés), ambos de 1987, seguían porfiando en una especie de monólogos poéticos de regusto vanguardista. Pero Fuster continuaba teniendo dificultades para hallar editoriales que aceptaran sus originales: seguir viviendo en París y ese timbre inclasificable tampoco facilitaron la labor, situación que se empeñaron en revertir tanto Marçal como el estudioso Sam Abrams, que se esforzaron por mover sus libros.

Placas conmemorativas

“Necesitamos materiales de estudio sobre Fuster”, insiste Julià. Por ello, el programa incorpora sendas jornadas sobre la obra de la polifacética creadora en la Universidad de Perpiñán (mayo) y las que promoverán la Universitat de Barcelona junto al Institut d’Estudis Catalans (octubre). Amén de las inevitables placas conmemorativas (en la calle Sant Miquel, 64, de la Barceloneta, donde nació, y otra en su estudio en París, donde murió en 2012), habrá reediciones de algunos de sus siete poemarios y algún título más de su no muy extensa bibliografía, como Poesía japonesa contemporánea, antología que tradujo y muestra de su evolución desde las vanguardias europeas al abrazo de la tradición oriental.

Desde la vertiente pictórica se hará lo propio con una exposición central en el Arts Santa Mónica (Plurivisions, 21 de marzo) y un catálogo razonado de su obra en otoño en la fundación que la propia Fuster creó en 2005 para promocionar el arte y la poesía, quizá para que no les ocurriera a otros lo que ella vivió.

Para celebrar el Día Mundial de la Poesía el 21 de marzo, la Generalitat, a través de la Institución de les Lletres Catalanes, ha elegido un poema de Felícia Fuster, No em despulleu, del que se editará un opúsculo con versiones en 22 idiomas de una composición que acaba: “I encara sé:/ només el que s’esborra/ té importància”.


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