La música volvió al Castell de Montjuïc
El ciclo Sala Barcelona reemprende su actividad para mantener presentes los conciertos en directo
Toma de temperatura y lectura de las restricciones en la puerta de acceso al recinto. Al habla una joven que controla el acceso, con el termómetro digital en ristre. Escucha una pareja de chavalas, apenas 20 años: “Bien la temperatura”, les dice, “ahora debéis saber que no se puede fumar, no se puede beber, de hecho no hay bar, no os podéis quitar la mascarilla y no os podéis levantar de la silla excepto para ir al baño”. “¿Y no podemos bailar en pie sin movernos de la silla?”, pregunta una de las espectadoras, abrumada por las limitaciones. “Bueno”, responde la empleada, “imagino que sí, lo q...
Toma de temperatura y lectura de las restricciones en la puerta de acceso al recinto. Al habla una joven que controla el acceso, con el termómetro digital en ristre. Escucha una pareja de chavalas, apenas 20 años: “Bien la temperatura”, les dice, “ahora debéis saber que no se puede fumar, no se puede beber, de hecho no hay bar, no os podéis quitar la mascarilla y no os podéis levantar de la silla excepto para ir al baño”. “¿Y no podemos bailar en pie sin movernos de la silla?”, pregunta una de las espectadoras, abrumada por las limitaciones. “Bueno”, responde la empleada, “imagino que sí, lo que no podéis hacer es moveros, salvo para ir al baño”, concede, “está prohibido ir a otra silla para hablar con alguien”. La música había vuelto al Castell de Montjuïc, pero entre la imponente imagen militar del recinto y la lista de restricciones, bien parecería que se ingresaba en una sociedad castrense de pétreas normas.
Así se vive la poca música pop que hoy se puede escuchar en una ciudad sitiada por la pandemia, que ha recrudecido las limitaciones que el público debe sobrellevar para seguir disfrutando de su afición.
Cuando en agosto concluía el ciclo Sala Barcelona, todos pensaban que hasta el próximo verano no se volvería a disfrutar del espléndido emplazamiento, un patio de armas que la música convierte en espacio dulcificado. Pasado el primer control, en un segundo registran el nombre del asistente y asignan un número de ubicación que en el tercer control ha de comunicarse para que una persona te acompañe amablemente hasta la localidad, una silla aislada de las demás. En caso de ir en compañía se dispone de parejas de sillas sin separación. No se ven grupos, solo personas separadas entre sí, aisladas por la distancia y por la ropa de abrigo. Hace frío en la montaña.
Ese frío va a ser un acompañante de este ciclo, aunque la organización ya lo ha previsto y distribuye mantas entre quienes las solicitan levantando la mano. La temperatura no es rigurosa, pero la inmovilidad no ayuda a entrar en calor. La platea parece una convención de castañeras y la brisa hace flotar los bordes de las mantas que cubren las piernas. La única ventaja con respecto al verano es que la luna, en cuarto creciente, es visible ya desde el mismo inicio del concierto, aunque quienes llevan gafas solo la ven a través de sus lentes enteladas por la respiración. Las mascarillas y las gafas en invierno convierten a sus usuarios en habitantes de la Plana de Vic. Pero el día que se reanude la actividad de la restauración, en el Castell se dispensará hasta calditos para entrar en calor. Todo con tal de no parar. Del sexo y drogas al mantitas y caldo. Lo maravilloso es que el público, con tal de escuchar música en directo, se apunta a todo. El ciclo, activo hasta finales de octubre, ha tenido una buena acogida.
Espacios culturales de primera y segunda clase
Carmen Zapata, gerente de ASACC, la asociación de salas de concierto que, junto al Ayuntamiento, organiza el ciclo, presenta el concierto y desliza un temor: “Esperemos que cuando se reabra la restauración, las salas de conciertos sean tratadas como los teatros y los auditorios y puedan volver a trabajar”. Los aplausos del público rubrican sus palabras. Antes, en un corrillo, había manifestado una inquietud que dibuja más problemas en el horizonte: “Estamos temiendo que los programadores de conciertos acaben ubicando a sus artistas en teatros o cines, ya que dadas sus licencias sufren menos restricciones que las salas de conciertos. Si esto se confirma resultará evidente que hay espacios culturales de primera y segunda clase y algo deberemos hacer al respecto”.
Entre tanto, La Plata, un joven grupo valenciano de pop-rock que llevaba un año sin tocar, comienza su concierto. Jamás pensaron que actuarían en un contexto así, pero tocar les basta y dicen: “Es muy guay volverse a sentir un grupo”. La música pop en directo se resiste a desaparecer.