Dos Barcelonas tras la pandemia

Casi dos tercios de las tiendas de la calle Ferran han tenido que bajar la persiana por el impacto de la covid, mientras que en Creu Coberta el 87% de los locales siguen abiertos

Movimiento de vecinos y compradores en el eje comercial de Creu Coberta, en Hostafrancs.JUAN BARBOSA (EL PAÍS)

Dos caras de la misma ciudad: la de un centro semivacío frente a unos barrios dinámicos. En el casco histórico y parte del Eixample central la actividad comercial y de restauración ha caído en picado. Es la que se está llevando la peor parte de la crisis económica que ha llegado bajo el brazo de la pandemia. La capital catalana cerró 2019 con casi 12 millones de visitantes, batiendo su propio récord. En 2020, la actividad turística empezó a estar tocada desde febrero —cuando el coronavirus ya se enseñoreaba en el norte de Italia— , ...

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Dos caras de la misma ciudad: la de un centro semivacío frente a unos barrios dinámicos. En el casco histórico y parte del Eixample central la actividad comercial y de restauración ha caído en picado. Es la que se está llevando la peor parte de la crisis económica que ha llegado bajo el brazo de la pandemia. La capital catalana cerró 2019 con casi 12 millones de visitantes, batiendo su propio récord. En 2020, la actividad turística empezó a estar tocada desde febrero —cuando el coronavirus ya se enseñoreaba en el norte de Italia— , desapareció por completo durante los meses del estado de alarma y apenas levantó cabeza en los meses de verano. Esos miles de visitantes que a diario paseaban eran los principales clientes de tiendas, restaurantes y bares del centro en los que la media del cierre de establecimientos se estima en un 30%. El porcentaje se dispara aún más en determinadas calles, como la de Ferran, una zona de Barcelona en la que los residentes han ido desapareciendo, precisamente por la presión del turismo.

El teletrabajo, además, también ha restado movimientos de personas que antes iban a los restaurantes a mediodía a comer y, de paso, hacían alguna compra. Desde la pandemia, toda esa actividad parece haberse concentrado en los barrios de la ciudad y en sus ejes comerciales. En esos barrios, la crisis se nota más en la caída de la facturación de los comercios, que se calcula en torno a un 13% de media, pero no tanto en el cierre de locales que, de media, está en un 5%, aunque con la mirada puesta en la campaña de Navidad. Hay residentes que han optado por las tiendas de barrio, a las que muchos han frecuentado desde el estado de alarma. Las razones pueden ser muchas; un sentimiento de solidaridad y apoyo al botiguer para que aguante, una sensación de más seguridad o, directamente, miedo a desplazarse fuera del ámbito más cercano. Ejes comerciales como el de Creu Coberta, uno de los históricos de Barcelona, están capeando el temporal de la pandemia. Estos son los relatos que hacen de su experiencia comerciantes de Creu Coberta y los de la calle Ferran.

Un ‘blues’ para la histórica calle Ferran

“A veces, salgo aquí y pienso: ¿estamos aún en fase cero? Con todas las personas bajadas es como rebobinar el tiempo hacia atrás. Pero solo pasa aquí porque en mi barrio, en el Poble Sec, todas las terrazas están llenas. La Rambla y esta calle son otro mundo”. Santiago, bonaerense de 41 años, ha salido a la puerta del hostal en el que trabaja desde hace más de 10 años. Llovizna este viernes y ese clima desangelado agudiza la sensación de soledad y vacío que transmite esta histórica calle zarandeada con fiereza por la crisis derivada de la pandemia. Desfigurada, solo un tercio de sus comercios sigue en pie. Como el hostal en el que trabaja Santiago, al 30% de ocupación y que ha bajado el precio hasta los 30 euros.

Comercios cerrados en la calle Ferran de Barcelona. JUAN BARBOSA

El jueves, Sara, nombre ficticio —no hay muchos trabajadores que quieran dar su nombre— está empaquetando, en la esquina casi con la plaza de Sant Jaume, bolsos y bisutería de la tienda de complementos. Varias cajas se las dio una pequeña tienda de maquillaje que también cierra. “Es muy triste. En esta calle, en concreto, no pasa nadie”, afirma. “Hay cero turismo. En otras aguantamos, pero aquí no”. Como tampoco ha resistido la tienda de souvenirs o el bar de enfrente en el que antes de la covid era fácil ver comiendo a concejales del Ayuntamiento. No volvió a abrir.

Zona Cero, un solar, la nada. Los epítetos se multiplican. El impacto de la pandemia ha sido devastador: dos tercios de los negocios no lo han resistido. “Había unos 60 locales y han cerrado 40”, cuenta entristecida Montse, de 63 años, que lleva 33 trabajando en la histórica tienda de Bellas Artes que abrió en 1969. El negocio es de los pocos que resisten y que trabajó realizando pedidos con la persiana echada. Lo peor fue en julio, cuando vio que muchas de las tiendas ya no pudieron abrir. “Te encuentras sola y te dan ganas de llorar”, dice.

Habituada a vivir del turismo, la calle Ferran parece un escenario inanimado, borradas ya las avalanchas de visitantes que la recorrían camino de Sant Jaume o de La Rambla. Hace un año, como recuerda un empleado de una tienda de zapatos de diseño, no se podía pasar por la acera. Eran cinco empleados y solo queda él. El 85% de sus clientes eran turistas. Pasa horas sin ver a nadie. Lo que les ha salvado es que venden buena parte de su mercancía online.

Esta historia la pueden narrar de forma similar Geraldine, una farmacéutica de la Farmacia de la Estrella que ya no vende cremas para los turistas. O Giorgio, que vende suarmas y ha visto como los vecinos aguantan el negocio. O Igor, que regenta una franquicia de galletas normandas y que resiste impasible los viernes y sábados a la espera de que los abuelos del barrio entren a comprar chucherías para sus nietos o los niños piruletas.

Josep, de 54 años, de la mítica librería Sant Jordi, con unas molduras decimonónicas, apenas tiene clientela. Solo un par de vecinos piden libros de texto. “Esta calle está igual de mal que todas. Vacía. Estaba muy masificado. Barcelona no es Berlín ni París ni Londres. El turismo era monocultivo 100%. Y los barceloneses ya no vienen”, afirma.

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La mayoría de negocios que han resistido lo han hecho porque los titulares son propietarios del local o porque los alquileres no son muy elevados. Pero no es lo normal: pueden alcanzar los 9.000 euros al mes. “Y los 20.000 también”, revela el regente de un local que afirma que ha sido fatal no hacer caja durante meses y seguir pagando esas sumas. “¿Dónde hay que llorar?”, lanza un hombre paquistaní acodado en la barra de un pub.

“El Ayuntamiento podría permitir poner terrazas para que tuviera un poco de vida”. Pero no parece el caso. Marta Miquel, de 51 años, es la tercera generación de vendedores desde que sus abuelos, en 1932, abrieron un negocio que nació como una pastelería que también vendía bolsos. Hoy es la tienda de artículos de viaje Guido. Marta ha pasado su infancia en esta calle y se le ilumina la cara cuando recuerda que los comerciantes se iban todos de excursión. “Ahora no conozco a casi nadie. Antes era una pasada”, dice evocando el ambiente navideño y las camiserías, joyerías o tiendas de animales. Su sensación es que el Ayuntamiento no ha mimado mucho o nada a la calle Ferran. "Podían haberla hecho peatonal, controlado las licencias, permitido terrazas, plantado árboles. Mi hermano hizo un proyecto y ni caso. Ya fue un error”, apunta, "permitir dos franquicias de comida rápida junto a la Rambla”.

La duda es si fue antes el huevo o la gallina, pero los comerciantes aseguran que adaptaron su negocio a la realidad del barrio enfocado a los apartamentos turísticos. Expulsados los vecinos, quedan ahora los resilientes que casi agradecen la desaparición del turismo. Felipe, de 32 años, y Susana, de 29, clientes de la tienda de bellas artes afirman: “No todo es malo. Ahora hay menos ruido y descansamos más. Y si tiene que venir turismo, que no sea el basura”.

Ajeno a ese clima casi depresivo, Mustafá, de 64 años, de Ismir (Turquía) sube la persiana de un local y empieza a revisar papeles. Sobre una mesa, fotos apiladas enmarcadas del Barça y colgada en la pared una del Barça de Guardiola y una bufanda del Palau. Ha cerrado su bar de la Barceloneta y se ha instalado en el bar Don Fernando para abrir uno de comida turca. “No tengo miedo. Esta es una buena calle. Cuando se acabe el corona, todo irá mejor”, suelta optimista. Santiago, el recepcionista, avisa de que la calle estaba sobreexplotada y que hay una especie de vuelta al origen. “La mayoría de clientes son nacionales y repiten. Supongo que es lo que pasaba antes y lo que ha traído la nueva normalidad”, dice con ligera sorna.

Creu Coberta: la mala salud de hierro

Al eje comercial de Creu Coberta se le ha conocido históricamente con el nombre de “la carretera”. Porque lo fue durante décadas del siglo pasado, cuando era la carretera que unía Barcelona con Madrid. Antes, eran campos. También tiene en su haber el ser considerado, conjuntamente con la carretera de Sants —un continuo urbano—el eje comercial más largo de Europa con dos kilómetros en los que se suceden 850 tiendas que dan trabajo a 2.500 personas. Por las mañanas, el ritmo comercial es más bien tranquilo y se anima con la salida de los niños de las escuelas a primera hora de la tarde.

Vicente Alonso, de una de las paradas del mercado de Hostafrancs, reconoce que las cosas van bien: “Incluso te diría que ahora tenemos más jóvenes compradores que antes no venían. No sé si es que han cambiado de hábitos con la pandemia, o si teletrabajan, pero la clientela se ha rejuvenecido algo”. Los datos estadísticos de los barrios de Hostafrancs y La Bordeta no reflejan un aumento de población en las franjas jóvenes — más bien es a partir de los 65—, pero sí apuntan una subida ligera, aunque sostenida, de los residentes en los últimos años. Con un 25% de residentes de otras nacionalidades, especialmente italianos, paquistaníes y chinos. Algo que ya se nota en el tejido comercial.

“Esto ya no es lo que era”, se exclama Mayte, detrás del mostrador de la tienda de bolsos Temprado, una de las más veteranas de Creu Coberta. “Antes venía más gente de L’Hospitalet y este año también se está notando el turismo que solía entrar desde plaza de Espanya y ahora no hay. Se trabaja, pero de una manera muy desigual y menos”. Ella explica que el declive del comercio en ese eje —en el que se dispararon los alquileres— se inició hace unos años aunque ahora esté “aguantando” el tsunami de la pandemia. Su análisis es compartido por la asociación de comerciantes de Creu Coberta: “Nos han tenido años abandonados con unas obras eternas —la apertura de la calle de Diputació— y eso provocó el cierre de bastantes tiendas”, apunta Lluís Llanas, presidente de la asociación.

Con los números en la mano, el 87% de los comercios de Creu Coberta están abiertos y es, de hecho, uno de los ejes, junto con el de Sant Andreu, Maragall y Nou Eixample, que mejor ha plantado cara a la crisis. Es más, desde la salida del estado de alarma, han subido persianas seis negocios nuevos. Uno es “La cocina de la parejita italiana", un restaurante a un paso del mercado de Hostafrancs que abrió hace tres semanas. “Vimos muchos locales en toda la ciudad y ahora se nota algo que están bajando los precios. Nos gustó mucho el barrio y, de momento, nos va bastante bien y solemos tener lleno”, explica Valentina que regenta junto con su compañero, Daigoro, un local de especialidades sicilianas.

Como muchos otros locales de restauración —que son pequeños y no tenían terraza— se han beneficiado de las medidas extraordinarias del Ayuntamiento de habilitar espacios en calzada para mesas y sillas. “Eso sí que ha sido un acierto tanto para los bares como para el conjunto del barrio porque ha ayudado a animar las calles y el comercio”, subraya Llanas convencido de que los vecinos —tanto el mayor como el más joven— han decidido apoyar el comercio de proximidad. Cree que ahora toca hacer un trabajo de cirugía fina:”Para fortalecer Creu Coberta habría que resituar actividades desperdigadas en los locales vacíos de la carretera".

Otro de los que han subido persiana es la casa de audífonos Aural, en la misma carretera de Creu Coberta. Pertenece a la misma familia que regenta desde hace más de un siglo la óptica Oliver, con la que se comunica. Alquilaron el local nuevo en diciembre del año pasado y no abrieron hasta junio porque los proveedores estaban en ERTE. “Al final hemos conseguido abrir. La suerte que tenemos es que son clientes de toda la vida”, explica Teresa, la tercera generación de un negocio —ahora ya hay una cuarta— familiar cien por cien. Y decano de todo un barrio.

Más oferta cultural y familiar en el centro de Barcelona

A Creu Coberta le fueron muy bien los sábados de Obrim carrers, en los que se cortaba el tráfico de esa vía y la de Sants justo después de salir del estado de alarma. Unos cortes que se han recuperado desde este fin de semana. “Así como en el centro hubo discusión sobre su efectividad, tanto en Hostafrancs y Sants como en Travessera de Gràcia el impacto fue muy positivo. Por eso pactamos volver a hacerlos”, comenta Montserrat Ballarín, regidora de Comercio del Ayuntamiento.

La estrategia de peatonalizar calles es apta para algunos de los ejes comerciales. Para la zona centro de Barcelona, donde la ausencia del turismo es la que castiga más, el consistorio está trabajando otras estrategias para que el barcelonés y la población del área metropolitana vuelvan: “Una de las actuaciones pasará por reforzar la oferta cultural y las actividades en familia a partir de noviembre. Los comerciantes, por su parte, están diseñando promociones especiales para hacer más atractiva las compras en el centro”, añade Ballarín.


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