MÚSICA

El jazz busca la luz al final del túnel, a pesar de los problemas

Músicos, programadores y público luchan contra la adversidad en un sector que históricamente ya vivía en precario

Concierto del músico de jazz, Kenny Garrett Quintet en la Sala Jamboree de Barcelona en 2016.

Los festivales de jazz de Terrassa y Barcelona vuelven a estar de actualidad. El primero comenzó su andadura, la 39ª, el pasado miércoles; el segundo abrirá las puertas de su 52ª edición el próximo 24 de octubre. Dos buenas noticias qué podrían dar una impresión de normalidad en nuestro panorama jazzístico, pero nada más lejos de la realidad. Si todos los sectores culturales están en crisis por culpa de la llamada nueva normalidad, el del jazz es uno de los más afectados. Músicos, programadores y público luchan contra la adversidad en un sector que históricamente ya vivía en precario....

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Los festivales de jazz de Terrassa y Barcelona vuelven a estar de actualidad. El primero comenzó su andadura, la 39ª, el pasado miércoles; el segundo abrirá las puertas de su 52ª edición el próximo 24 de octubre. Dos buenas noticias qué podrían dar una impresión de normalidad en nuestro panorama jazzístico, pero nada más lejos de la realidad. Si todos los sectores culturales están en crisis por culpa de la llamada nueva normalidad, el del jazz es uno de los más afectados. Músicos, programadores y público luchan contra la adversidad en un sector que históricamente ya vivía en precario.

A finales de agosto la Academia Catalana de la Música envió al presidente de la Generalitat una carta en la que, entre otras cosas, expresaba claramente que “debe ser poco el valor que en este país tiene la cultura, ya que cuando se han de tomar medidas para combatir cualquier conducta irresponsable o incívica, los actos culturales siempre salen penalizados. En estos momentos, si existe un sector que esté cumpliendo con todo rigor y responsabilidad los máximos protocolos de seguridad es el sector cultural. No se tiene constancia de que se haya producido ni un solo rebrote ni contagio en ninguno de estos actos”. En esta misiva se pedía que, además de “reconocerse el esfuerzo de los diferentes actores de la cultura, se creará un plan de rescate y viabilidad de un sector que está en peligro de inminente desaparición”. Al día siguiente, 27 de agosto, un tweet del Gobierno de la Generalitat no admitía dobles lecturas: “El presidente Quim Torra ha pedido a la Consejera de Cultura que se emita una resolución para declarar la cultura como servicio esencial”. A pesar de este rotundo mensaje pasó casi mes y medio hasta que se dio luz verde para que salas de concierto y clubes catalanes pudieran por fin reabrir sus puertas. La felicidad apenas duró veinticuatro horas: en la tarde del pasado miércoles la Generalitat dio marcha atrás prohibiendo nuevamente la reapertura.

Una prohibición como mínimo curiosa ya que solo afecta a salas y clubes que exclusivamente tengan licencia para actos musicales o discotecas. Aquellos locales con licencias de restauración han podido organizar conciertos durante todo este tiempo y podrán seguir haciéndolo a pesar de la nueva prohibición.

Clubes cerrados

Uno de los músicos más importantes del país, Horacio Fumero, que fuera por décadas contrabajista de Tete Montoliu, recordaba: “Cuando en julio ya se podían hacer bolos, toqué varias veces en Jamboree y todo estaba controladísimo. El club había tomado todas las medidas y la gente estaba muy respetuosa. ¡Eso no era un foco de infección! Pero lo prohibieron y no lo he entendido nunca”. Jamboree es solo un ejemplo que sirve de muy poco. Tras el nuevo cambio de opinión institucional todos los clubes siguen y seguirán cerrados dibujando un panorama cada vez más complejo para los jóvenes jazzistas. “En este momento los jóvenes que están empezando no tienen donde tocar”, prosigue Fumero. “Son gente que vivía estrictamente de los ingresos de esas actuaciones, que no eran muy grandes, pero eran inmediatos y ahora lo tienen muy difícil. Además, cuando estos clubes abran con asistencias reducidas, si antes pagaban mal ahora será lógicamente peor”.

Joan Más, dueño de Jamboree, es todavía más taxativo. “Conozco muchos músicos que comienzan a desesperarse y hasta se plantean cambiar de oficio”. Más no solo está dolido por un cierre que considera un agravio comparativo con cines o teatros, metros y autobuses, sino por el trato recibido: “Los políticos no nos avisan de nada, nos dicen las cosas por la prensa, hoy puedes abrir, hoy a cerrar. Hemos tenido que cambiar las alertas en varias ocasiones. La administración dijo claramente que realizar conciertos en clubes sería delictivo y que ellos mismos nos denunciarían. No esperábamos que dijeran que el sector estaba mal y nos iban a ayudar pero que nos traten como delincuentes sobrepasa todo lo previsible”. Más ve un futuro inmediato bastante negro. “Es posible que las salas intermedias como la mía desaparezcan. He pedido un crédito sobre otro crédito anterior. Si me lo conceden podré aguantar hasta el verano. Si no tendré que cerrar de aquí a dos meses. La pandemia eliminará a los débiles del sector, yo espero ser fuerte y poder quedarme, pero seguro que después aparecerán otros. Saldrá gente joven que hará cosas nuevas”.

Entre los locales que han podido permanecer abiertos por acogerse a otra normativa las cosas no están mejor. Las cifras autorizadas de audiencia no permiten ni siquiera cubrir gastos. “Estamos viviendo la desaparición de la música en directo, igual que la del comercio de proximidad”, afirma contundente Susana Carmona, coordinadora de la Jazz Cava de Terrassa. “Nosotros somos una entidad que no busca beneficios y tenemos un local municipal cedido, si no fuera así probablemente ya no existiríamos”.

Difícil continuidad de los grupos

El pesimismo se ceba en todo el sector. “Si antes había poco trabajo, con la pandemia prácticamente nada”, se lamenta el saxofonista Gorka Benítez que afirma subsistir gracias a sus clases en la ESMUC y el Conservatorio del Liceu. “Todo lo que no es enseñanza está resultando muy duro. En este país hay grandes músicos, pero no buenos grupos. Para hacer un grupo has de tener voluntad de hacerlo, crear la música, rodarla, tener conciertos,... Y si hace ya muchos años que es muy difícil mantener esa continuidad, ahora es imposible. Durante la pandemia todos hemos tenido un tiempo muy valioso para trabajar y pensar nuestras cosas. Lo malo es que esta música hay que tocarla si no no sirve para nada. Por mucho que la tengamos en la cabeza si no la puedes poner en el escenario, desaparece”.

El trompetista Ray Colom siempre busca la luz al final del túnel. “Ahora es el momento de ser más independiente”, afirma. “Estoy trabajando mucho más en casa, he hecho más producciones, más grabaciones. Estoy dedicando mucho tiempo a trabajar en las redes como un mercado que espero que mejore mucho en los próximos años. Mientras las salas, cuando abran, tengan que trabajar al 50% de capacidad, esta será una salida. Simplemente se ha de mentalizar al público de que ha de pagar por lo que ve. El problema es que los conciertos en Internet son fríos por la falta de público. Los resultados no son iguales, notamos a faltar la cultura de club”.

Horacio Fumero coincide en la necesidad de la cercanía del público. “Desde el escenario puedes ver la gente con mascarilla y separados por varias sillas, pero esa imagen se compensa por la alegría que desprende la gente al ir a un concierto y nosotros por salir al escenario. Se nota esa necesidad en el público. Si la cosa se recompone en no demasiado tiempo todavía se pueden recuperar muchas cosas y la suerte es que los músicos somos muy tozudos. Me consta que la gente joven sigue ensayando y montando proyectos. Además, en la parcela jazzística de la ESMUC, donde doy clases, tras el confinamiento se ha apuntado más gente que en años anteriores y eso es bueno. Todo el mundo confía en que esto se arreglará de alguna manera”.

Tito Ramoneda, director de The Project, organizadores del Festival de Jazz barcelonés coincide en el entusiasmo de público y artistas. “Hemos notado enormes ganas de poder asistir a conciertos entre el público”, explica. “Queremos que el festival de este año sea como una bocanada de aire fresco”. No todo es un camino de rosas. “Con los aforos actuales y las medidas que deben tomarse, es imposible que se mantenga una pequeña compañía de producción. Nosotros tenemos una estructura mayor que nos permite afrontar estos nuevos retos. En realidad, siempre habían sido los conciertos multitudinarios los que acababan pagando el Festival de Jazz. Seguimos adelante, pero es innegable que las retribuciones actuales no pueden ser las que eran antes”.

Joan Mas no quiere quedarse en el pesimismo y se ha puesto al frente de una propuesta que quiere devolver el jazz gratuito y al aire libre a la plaza Reial. “Todos los empresarios de la plaza estamos de acuerdo en que la música no debe desaparecer de la plaza, en seguir haciendo conciertos diarios gratuitos y con la gente sentada, como los que organizó Jamboree hace unas semanas. Hemos pedido los permisos al Ayuntamiento, pero todavía no nos han contestado. Nosotros corremos con todos los gastos y el Ayuntamiento tendría que estar feliz de que se hagan cosas gratuitas que no les cuestan ni un duro. Veremos…”.

Archivado En