TEATRO

Abre Temporada Alta con la platea en casa

El festival gerundense arranca con ‘Bouvetoya, l’últim lloc de la Terra', que pudo verse también en ‘streaming’

Captura de pantalla de 'Bouvetoya', el espectáculo inaugural de Temporada Alta.

Bouvetoya, l'últim lloc de la Terra ha abierto este martes y miércoles el festival Temporada Alta de Girona. Salvador Sunyer, el director del certamen, pidió a Julio Manrique -director de la pieza y uno de sus autores junto a Cristina Genebat, Ivan Benet y Sergi Pompermayer- que se gastara el presupuesto en personas, en actores y técnicos, y no en lujos escenográficos. Se trataba de hacer el máximo hueco posible a una profesión castigada.

En las salas, empieza a verse una dramaturgia pandémica con obras que se resuelven con dos actores, una mesa y un vídeo. Los aforos encogidos n...

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Bouvetoya, l'últim lloc de la Terra ha abierto este martes y miércoles el festival Temporada Alta de Girona. Salvador Sunyer, el director del certamen, pidió a Julio Manrique -director de la pieza y uno de sus autores junto a Cristina Genebat, Ivan Benet y Sergi Pompermayer- que se gastara el presupuesto en personas, en actores y técnicos, y no en lujos escenográficos. Se trataba de hacer el máximo hueco posible a una profesión castigada.

En las salas, empieza a verse una dramaturgia pandémica con obras que se resuelven con dos actores, una mesa y un vídeo. Los aforos encogidos no permiten osadías en la producción. De todos modos, con eso pueden levantarse excelentes piezas, como lo demuestra, por ejemplo, la repesca de Aquest país no descobert en el Poliorama. Si no hay dinero público es casi imposible pensar, como ha hecho brillantemente el TNC, en producir un espectáculo con diez monólogos, diez autores, diez intérpretes y diez directores para un Decameró de la covid-19, más cercano a Pasolini que a Boccaccio.

Bouvetoya presenta seis personajes que salen de ocho meses de confinamiento a causa de la pandemia de 2026. Mireia Aixalà, Ivan Benet, Cristina Genebat, Xavi Ricart, Marc Rodríguez y Andrew Tarbet interpretan unos personajes que narran alineados en una mesa el hastío, los miedos, la necesidad de resistir y combatir los estragos de un encierro físico, pero también cultural y moral. Ya no hay teatro. Y deciden viajar a la isla de Bouvet, un existente enclave antártico, inhóspito, deshabitado, de soberanía noruega, que está lejos de todo. En 1964, fue descubierta una barca abandonada en su orilla de la que todavía se discute la identidad de sus pasajeros. Y en 2012, una expedición escaló el pico Olav y enterró una cápsula del tiempo. Los personajes de la obra llegarán a pisar la isla y el bote salvavidas y su propia cápsula del tiempo se convertirán en una metáfora de nuevos deseos y significados, algunos misteriosos. El viaje, la reivindicación de territorios, físicos y mentales, personales o colectivos, perdidos o sin pisar todavía, es uno de los argumentos de la obra cuyos personajes citan en más de una ocasión la novela Fahrenheit 451 de Ray Bradbury. Admiran los rebeldes que la habitan, su lucha para preservar la cultura y transmitirla. La sucesión, breve pero clara, de relatos biográficos, recuerdos, estados de ánimos… está desigualmente bien llevada por los actores. La propia representación se presenta, en un ejercicio metateatral, como un acto de resistencia para salvar al teatro.

Era la segunda vez que veía la pieza inaugural de un festival, en directo, sentado en casa. Primero fue con la apertura del Grec, que BTV ofreció a su audiencia. Este miércoles fue con Temporada Alta en Girona, un festival que acostumbra a estar muy bien pensado. Este año, además de la forzosamente restringida oferta de localidades en las plateas físicas, se abrió, en algunos escogidos espectáculos de su parrilla, la posibilidad de comprar una entrada “a distancia”, según la terminología de la taquilla. Por cinco euros, un auténtico regalo, podías conectarte a la emisión en directo que el festival ofrecía vía internet. Y seguirlo desde el comedor de casa. Las entradas al teatro costaban 36, 25 o 10 euros, según la localidad.

La realización fue espléndida y ni hubo, como tantas veces pasa, problemas de sonido. Claro que Bouvetoya… se prestaba. No hay cuarta pared y los actores, episódicamente, se dirigen al público de la sala y también, gracias por el detalle, a sus telespectadores, nunca mejor dicho. Hubo el repertorio previsible, y bien administrado, de planos (generales, medios, cercanos). Incluso un breve juego de campo-contracampo. El hecho de que en el escenario se crearan también imágenes para la gran pantalla posterior –un cámara recogía detalles de la escena deambulando por ella-, convertía la retransmisión en un componente más de la dramaturgia, no te hacía sentir un intruso. Es más, tu propia lejanía se convertía en argumento de una pieza que reivindica el acudir al teatro, disfrutar de la cultura, vivir sin miedo. Y la acción final, salvo para una espectadora voluntaria, igualaba a todo el público, el que estaba en el teatro y el de internet. Todos seguían el desenlace gracias a una cámara que contaba lo que sucedía en el subterráneo de la sala. Una buena experiencia. No es como ir al teatro, pero consiguieron que te sintieras platea.

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