Dirigidos desde fuera
Es indudable que el poder judicial está interviniendo demasiado, aunque no es tan seguro quién está aprovechando más el relato en el Parlament de Catalunya.
Una de las ideas más formuladas en esta primera jornada del debate de política general del Parlament fue la inconveniencia de que los tiempos de la política catalana los decidan tribunales. Que sea el poder judicial el que, finalmente, imponga, ni que sea por pasiva, una decisión fundamental al poder ejecutivo: la fecha final de la legislatura. Puede hacerlo hoy mismo confirmando la inhabilitación del president Quim Torra. Y ciertamente es lamentable que las circunstancias y las in/decisiones políticas puedan acabar provocando una nueva convocatoria anómala de elecciones, después de la ...
Una de las ideas más formuladas en esta primera jornada del debate de política general del Parlament fue la inconveniencia de que los tiempos de la política catalana los decidan tribunales. Que sea el poder judicial el que, finalmente, imponga, ni que sea por pasiva, una decisión fundamental al poder ejecutivo: la fecha final de la legislatura. Puede hacerlo hoy mismo confirmando la inhabilitación del president Quim Torra. Y ciertamente es lamentable que las circunstancias y las in/decisiones políticas puedan acabar provocando una nueva convocatoria anómala de elecciones, después de la anterior, que ya lo fue, porque las convocó Rajoy.
Lo que ocurre, sin embargo, es que a este Parlament hace bastante tiempo que le toman las decisiones desde fuera. Y no me refiero sólo a las prohibiciones e imposiciones de los jueces, sino incluso al estricto ámbito de la política catalana. Hay una evidencia apabullante de que una parte fundamental de los diputados, consellers o el president mismo son fichas de un juego, y que los jugadores están fuera. Menuda tristeza para la sede de la soberanía popular (perdón por tan solemne concepto).
Todo esto lo digo después de oír discursos que repetían frases y conceptos diseñados por otros, como si el parlamentario fuera un actor leyendo el guion que le han pasado. El portavoz de Esquerra, Sergi Sabrià, repasó línea por línea el índice del último libro de Oriol Junqueras y Marta Rovira (el diálogo como éxito en sí mismo, la necesidad de ser más gente, las luchas compartidas…) en tanto Albert Batet, de Junts per Catalunya, se apuntaba a esgrimir el lema más reciente de la factoría Puigdemont, ese de la “confrontación inteligente con el Estado” (el expresident no lo desarrolla más, consciente tal vez de que la fuerza retórica del eslogan se desinflaría si lo baja al terreno de la concreción real). Pero es que incluso Torra, que ha presumido de no tener carnet de partido, parece seguir directrices externas: no se entiende de otro modo ese sobrevenido cambio de gobierno de hace unos días, y el alargamiento artificial de la legislatura; no hace falta mucha perspicacia para entender que ambas cosas favorecen, una vez más, la estrategia de Carles Puigdemont, que no es la misma que la de un Torra que no va a ser candidato de nuevo.
El president intentó inútilmente eludir la discusión sobre las elecciones, que sin embargo es la única que interesaba a casi todos los demás, sobre todo a sus socios de ERC; claro, a nadie le gusta hablar del futuro si él no va a estar presente. Y seguro que a Torra le resultaba muy extraño pensar que, tal vez, entre la primera y la segunda sesión del debate ya no esté. Como en un cambio de era de clase B, puede haber una sesión a.C y otra d.C: antes de la condena y después de la condena.
Todo muy raro. Aunque esta legislatura ya empezó con un candidato a la presidencia, Jordi Turull, que no pudo ni presentarse a la segunda votación porque fue encarcelado. Es indudable que el poder judicial está interviniendo demasiado, aunque no es tan seguro quién está aprovechando más el relato.