Temporeros de Lleida: segunda oportunidad
Los municipios donde empieza la recogida de la pera y la manzana se conjuran para no repetir errores y cobijar a los trabajadores del campo infectados
Los perales y manzanos que tiñen de verde la ruta hacia La Manreana muestran que es hora de recoger la fruta. La campaña de la nectarina y el paraguayo, que llevó hasta el Baix Segre a miles de temporeros y derivó en una crisis sanitaria por la expansión del coronavirus, toca a su fin. Ahora, en una trashumancia laboral que se repite cada año, se desplazan a tres comarcas (Urgell, Alt Urgell, Les Garrigues) conjuradas para no repetir errores, contener el virus y cobijar a los trabajadores del campo que caigan enfermos.
La Manreana, una granja-escuela en Juneda (3.400 habitantes) ilustra...
Los perales y manzanos que tiñen de verde la ruta hacia La Manreana muestran que es hora de recoger la fruta. La campaña de la nectarina y el paraguayo, que llevó hasta el Baix Segre a miles de temporeros y derivó en una crisis sanitaria por la expansión del coronavirus, toca a su fin. Ahora, en una trashumancia laboral que se repite cada año, se desplazan a tres comarcas (Urgell, Alt Urgell, Les Garrigues) conjuradas para no repetir errores, contener el virus y cobijar a los trabajadores del campo que caigan enfermos.
La Manreana, una granja-escuela en Juneda (3.400 habitantes) ilustra que se puede atender a los temporeros enfermos en condiciones dignas. Incluso hacerles reír y pasar buenos ratos en 12 días de aislamiento forzado. En marzo, los niños debían llegar a la granja para dar de comer a las ocas, cuidar del huerto y elaborar pan artesanal. El virus obligó a cerrar. Jaume Graus se hizo eco de la petición del futbolista Keita Baldé y puso la finca a disposición de los infectados. Superado el “acojone” inicial y con imaginación, ha transformado la casa de colonias en un hospital que no lo parece: al aire libre, con campo de fútbol y piscina.
En los peores momentos de la campaña en Lleida, llegó a cobijar a 66 infectados, trabajadores esenciales pero dejados de lado por la administración. La crisis derivó en una emergencia sanitaria que obligó, en julio, a un confinamiento perimetral en la zona y a restringir la movilidad y las actividades económicas. Ahora son solo 13, aunque han empezado a llegar los primeros recolectores de peras y manzanas. En el armario donde antes se dejaba fermentar el pan ahora se guarda la ropa cedida por los vecinos. En el porche que da acceso al patio exterior, unas mesas separan la zona “limpia”, sin contagios, donde están los trabajadores, de la “sucia”, en la que están los positivos y donde solo se puede acceder con un EPI.
En la zona “sucia” está Mbai, senegalés de 43 años, que notó un extraño “dolor en el cuerpo y los pies” hace días. “La mujer de mi jefe me llevó al hospital, di positivo y me quedé en casa; luego me trajeron aquí”. Lo más duro de su trabajo, dice Mbai, es el calor, aunque ahora le preocupa saber cuándo cobrará la baja. Se siente afortunado porque tiene contrato. Y porque no le han despedido al caer enfermo. Otros compañeros han sabido que ya no tenían trabajo por un mensaje a su móvil de la Seguridad Social. Mbai, que vive en un piso de alquiler y tiene a la familia en Dakar, lleva cuatro días en La Manreana y está encantado. “Cada tarde jugamos a fútbol, el ambiente es bueno”.
El ejemplo de La Manreana: “Es como una casa de colonias para adultos”El ejemplo de La Manreana: “Es como una casa de colonias para adultos”
Aquí los temporeros suelen presentar síntomas leves y se recuperan de la enfermedad con relativo buen humor. “No queríamos que fuera un hotel, sino un espacio de positivos en positivo. Al final es como una casa de colonias para adultos”, dice Graus, apodado El Jefe, siempre en boca de todos cuando Internet falla. La música sirve de válvula de escape y ordena el día a día: cuando sube el volumen, han de ir al patio. En La Manreana se baila, se juega al bingo, se organizan torneos de pimpón… Se pasa el encierro, en fin, de la mejor manera posible. “El otro día, en el patio, hicieron la mejor guerra de globos de agua que jamás he visto”, sonríe Graus, de 34 años.
Mbai pasea por el patio, un compañero come y da de comer a las ocas y Miguel, peruano con seis días en La Manreana, se acerca a la frontera entre lo limpio y lo sucio y se prepara un café. Lo remueve con la cucharilla mientras explica que es camionero y que la llegada de inmigrantes venezolanos “sin control” ha desatado la competencia desleal. Estaba en Lleida cuando la diagnosticaron covid-19 y le llevaron a un hotel. “Allí tienes una habitación individual, aquí estás al aire libre”, dice Miguel, de 48 años, habitual de las pachangas de la tarde.
Más que la religión, más que la convivencia en una misma habitación, el fútbol es lo que ha provocado rencillas en la finca. Como la mayoría de temporeros son musulmanes, decidieron cocinar solo halal. “En ningún caso cocinamos cerdo”, dice Graus, divertido por la contradicción de hallarse en una zona donde abundan las granjas de puercos. “En Juneda la fruta ha dejado de tener tanto peso y la situación está más controlada. Además, hemos hablado para poner cosas en común y buscar soluciones”, explica su alcalde, Antoni Villas.
Los alcaldes de tres comarcas coordinan servicios y reservan espacios adicionalesLos alcaldes de tres comarcas coordinan servicios y reservan espacios adicionales
La Manreana está lejos de su límite de capacidad (120 plazas) y la Generalitat ha previsto otros dos espacios de reserva para positivos en caso de que las 900 plazas de toda Lleida, ahora al 10% de capacidad, desborden: Bellpuig (65) y Verdú (45), ambos en Urgell. El albergue de Bellpuig, antiguo cuartel de la Guardia Civil que acoge peregrinos de la ruta del Císter, está vacío. “Salud vio bien el espacio, porque está ya todo preparado”, cuenta el alcalde, Jordi Estiarte, consciente de que han sido meses duros en Lleida. “En el Baix Segre todo se hizo sobre la marcha. Todo el mundo, también los alcaldes, lo pasaron muy mal. Ha sido una lección, ahora tenemos esa base”, agrega.
La recogida de la manzana y la pera, que ha comenzado y se alargará hasta mediados de septiembre, se percibe aquí como una segunda oportunidad. Otra prueba para la administración, que asegura estar mejor preparada. La clave, opina Estiarte, es la “cooperación” por encima de divisiones administrativas artificiosas (hay tres consejos comarcales, pero la realidad del campo es una). “Nos hemos reunido y hemos sabido mancomunar espacios y servicios”, añade el alcalde. A su favor juega, además, que la campaña atrae a un número menor de temporeros que la del Baix Segre.