Un verano tras la mascarilla

Acantilados con mucho tirón

Sant Feliu de Guíxols sobrelleva el coronavirus con aventuras genuinas, como escalar una de las pocas vías ferratas que existen sobre el mar

La via ferrata en los acantilados de Sant Feliu de Guíxols.Agustí Ensesa

— ¡Salta!, grita el desconocido.

Nervioso, el joven se asoma al acantilado. “¡Mira si hay rocas!”, le ordena a uno de sus dos amigos, que se coloca las gafas de bucear y se sumerge. “¡Aquí! ¡Tírate aquí!”, le indica, señalándole una porción indefinida del pedazo de mar que se cuela por la cala. El saltador se mueve de izquierda a derecha, se inclina, mira las rocas del precipicio, y resopla tan fuerte que se oye desde abajo.

—¡Mi hijo de ocho años se tira!, vuelve el desconocido.

“¿¡Sí!?”, pregunta el joven saltador, con el vértigo en el estómago y un montón de metros por ...

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— ¡Salta!, grita el desconocido.

Nervioso, el joven se asoma al acantilado. “¡Mira si hay rocas!”, le ordena a uno de sus dos amigos, que se coloca las gafas de bucear y se sumerge. “¡Aquí! ¡Tírate aquí!”, le indica, señalándole una porción indefinida del pedazo de mar que se cuela por la cala. El saltador se mueve de izquierda a derecha, se inclina, mira las rocas del precipicio, y resopla tan fuerte que se oye desde abajo.

—¡Mi hijo de ocho años se tira!, vuelve el desconocido.

“¿¡Sí!?”, pregunta el joven saltador, con el vértigo en el estómago y un montón de metros por delante. “¡Sí! ¡De verdad!”, responde el desconocido, con un chorro de voz. El joven dobla las rodillas, se impulsa con los brazos hacia delante y vuela varios segundos hasta que lo engulle el mar. “¡Buaaaaaaah!”, suelta con la boca muy abierta, solo sacar la cabeza del agua. “¡Voy a repetir, pero saca el móvil!”, pide a sus amigos. “Y tú, gracias —añade, dirigiéndose al desconocido—. Si no me llegas a decir lo de tu hijo, no me tiro”. De regreso a la barca, el desconocido no esconde su sorpresa: “Mira que creerse lo de me hijo. ¿Cómo se va a tirar desde ahí?”.

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Un día cualquiera de julio, la Cala del Mort [muerto], en Sant Feliu de Guíxols —que debe su sobrenombre a la forma de una roca, no a desgracias de jóvenes saltadores— está muy concurrida. Barquitos, kayaks, buceadores, tablas de surf... El mar y montaña ganxó conserva su éxito.

“Este año es un poco rarillo, pero la vía ferrata tira”, asegura Albert Gironès. Se refiere a otros acantilados, los de la vecina cala del Molí, llenos de cables, escalones de hierro, puentes... La única vía ferrata en el mundo sobre el mar, asegura Gironès, su creador. “Hay una en Suiza y otra en Austria, pero están sobre un lago”, cuenta. También existen caminos cerca del mar “donde han puesto un cable”. Pero eso, afirma, no es una vía ferrata. En barca o desde el camino de ronda que bordea la costa, se ve a los escaladores como hormigas trepando la roca. Un buen fin de semana, pueden pasar más de 500 personas.

“Las ferratas se suelen construir en la montaña. Surgieron de la Primera Guerra Mundial, cuando los ejércitos pasaban de un lado a otro, y dejaron los cables”, cuenta Gironès, de 65 años. Los excursionistas empezaron a usarlos para cruzar el monte; poco a poco se profesionalizó, con puentes, cables y escalones de hierro. Con esa filosofía y espíritu de escalador, Gironès construyó la vía ferrata de Sant Feliu en 2001, la amplió y ahora es el encargado de su mantenimiento.

La ruta, de libre acceso, se hace normalmente en tres horas. El problema, cuenta, es que hay quien cree que es de iniciación, cuando es media. “Mucha gente se atreve a ir cuando no tiene suficiente nivel... Luego los ves sufriendo, llorando, sin saber cómo salir”. Es fundamental equiparse bien, con casco, arnés y disipador, subraya Gironès, un “aparatito” que amortigua el golpe en el caso de caída. “Son 40 euros, 10 si lo alquilas. Lo que cuesta un cubata una noche”. En 19 años (estuvo 7 cerrada) solo ha habido dos accidentes mortales. “Y no fue por culpa de la vía”, afirma Gironès.

También se pueden contratar guías. Gironès ofrece el servicio a través de su compañía Aventura Experience: “Por 30 euros por persona incluye un guía titulado, el material y un seguro”. ”Hemos recibido a clientes de Estados Unidos, que se iban a Alemania, y decidieron pasar antes por Sant Feliu para hacer la vía ferrata. O la noche pasada, por ejemplo, tuvimos un grupo de chinos que quisieron escalarla de noche, con la luna llena”, explica, sobre el reclamo turístico que supone la ferrata para Sant Feliu de Guíxols.

Fuera del mar, el pueblo sigue vivo, sin que sea un verano boyante para nadie. El Elke Spa Hotel, de cuatro estrellas superior, cumple un año, levantado sobre lo que quedaba de los hoteles Les Noies y Rex I, propiedad de los hermanos Anlló que murieron sin herederos. Los restaurantes proliferan a uno y otro lado de las dos ramblas. En algunos, como La Cava, sigue siendo imposible cenar un sábado sin reserva.

En Vilartagas, el extrarradio, estamos tan bien o tan mal como siempre. Ahora, eso sí, tenemos el Guíxols Arena, la sede principal de los conciertos del festival Porta Ferrada. El coronavirus también ha sacado brillo a las rutas de montaña, que se abren desde Pedralta, la piedra que ya no bascula, no se sabe si por una tormenta inesperada o por la mala resaca de un grupo de jóvenes con un gato hidráulico. Más de secano, con pocos afortunados con barca, las fotos en el macizo de la Ardenya se han convertido en la mejor cara de la nueva normalidad en el Instagram de los del barrio.

El verdadero mar y montaña

Población: 22.000 empadronados, con una mayor presión durante el verano.

Actividades económicas: Turismo.

Lugares para visitar: El edificio de Salvamento Marítimo y sus búnkeres, para los que hay que pedir hora con antelación; la Casa Irla, del único presidente catalán y ganxó; la ermita de Sant Elm, desde donde el periodista Ferran Agulló bautizó la Costa Brava; Pedralta, una antigua piedra basculante; el camino de ronda, que lleva a S’Agaró; la cala del Mort, la del Molí y el resto; la ruta del carrilet; la pastelería Gironès, para probar sus negritos; el bar Extremeño, en el barrio de Vilartagas, por su ternera en salsa; el festival de música Porta Ferrada; el cine a la fresca en el espacio Carmen Thyssen; el mercado de domingo.


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