Opinión

La pandemia del yo

Un abuso cultivado por los medios y los libros: olvido y rechazo de las formas educadas de expresar sentimientos, opiniones, preguntas, declaraciones privadas y públicas

Uno de los lemas más repetidos durante el confinamiento.joan sánchez

Es una pandemia muy anterior a la covid-19, que no sabría fechar. ¿Cuándo empezó esto? Podemos describirla así: el uso abusivo del pronombre personal en lenguas que no necesitan usarlo constantemente porque la propia desinencia verbal de la frase lo incluye. Hablo de las lenguas ibéricas, euskera incluido. No sirve decir lenguas románicas, pues el francés, por mencionar una que conozco, sí que exige el pronombre personal en todo momento del habla y de la escritura. Pero, ¿aquí? ¿En catalán? ¿En castellano? ¿En gallego?

Es una cuestión a mi entender en absoluto menor. Todos esos “...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Es una pandemia muy anterior a la covid-19, que no sabría fechar. ¿Cuándo empezó esto? Podemos describirla así: el uso abusivo del pronombre personal en lenguas que no necesitan usarlo constantemente porque la propia desinencia verbal de la frase lo incluye. Hablo de las lenguas ibéricas, euskera incluido. No sirve decir lenguas románicas, pues el francés, por mencionar una que conozco, sí que exige el pronombre personal en todo momento del habla y de la escritura. Pero, ¿aquí? ¿En catalán? ¿En castellano? ¿En gallego?

Es una cuestión a mi entender en absoluto menor. Todos esos “yo creo”, “yo pienso”, “yo dije”, y sus variantes están ensuciando de mala manera la expresión y, por lo que respecta a quien escribe estas líneas, alejando a marchas forzadas de la lectura de la prensa escrita y de la escucha de radios y teles. Me centraré aquí en la expresión escrita, que me importa de manera especial como lectora irredenta de prensa y como lectora mucho más selectiva de libros. No sé cómo deberíamos calificar esta lengua que corroe la escritura y la lectura, pero desde luego a menudo acude a mi mente Victor Klemperer y su imprescindible auscultación y diagnóstico del idioma alemán que tituló LTI. La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo (edición española de Minúscula, traducción de Adan Kovacsics, 2001).

¿Una exageración? Pues sí, pero, verán, pocos ejemplos conozco —dispensen sus autores la ignorancia si los hay— de inventarios de la corrosión de una lengua en sus estructuras fundamentales de moral gramática. Hay, eso sí, un montón de escritos en los últimos años sobre los efectos en el idioma de las decisiones de sus hablantes de violentar la gramática de manera consciente e incluso militante. Lo alternativo, ya sea feminista u okupa (esa k que se impuso) o simplemente diferenciador de radicalidades, ha conjurado a un montón de filólogos y lingüistas a favor y en contra muy en particular de la flexibilización gramatical de género, el dichoso desdoblamiento y sus fatalidades. Resulta curioso, por no decir más, que tantas energías filológicas expertísimas no se preocupen en cambio del abuso del yo. Este escrito es una modesta proposición a ocuparse en serio del asunto.

Es un exceso recogido y cultivado por los mismos medios de comunicación y por editoriales. Sobre todo en las entrevistas y sus titulares, como si se hubiera decretado el yo por principio. Un abuso que no sé si cabe adjudicar a los hablantes o si hablamos así porque los medios lo hacen y atentan contra nuestros ojos y oídos con esta pandemia. Respecto a las redes sociales, qué decir: es el reino del narcisismo megalómano. Por si es necesario, aclaro que no me refiero a escribir en primera persona ni mucho menos lo ataco, lo practico ahora mismo. Hablo del yo gramatical invasivo.

En mi caso, que tal vez no sea tan particular, este abuso causa un rechazo instantáneo —esto dura demasiado— a cualquier escrito que lo ejercite. Si me permito exponerlo es porque dispongo de espacio público en este periódico y puedo así ofrecer en paralelo a mi reclamación una disyuntiva gozosa. Esta pandemia tiene su cara interesante. Produce un efecto que, aunque lleva más tiempo de lectura, es hermoso: prueben a leer cualquier escrito o entrevista dominados por el pronombre yo eliminándolo, como si no estuviera, y comprobarán hasta qué punto la lengua ennoblece. A veces una no está para la mandanga, cierto, pero vale la pena.

Luego están los libros. Un yo a mi modo de ver innecesario me impide incluso leer una novela reciente bien acogida, traducida, multipremiada, de una autora interesante. Sin el yo, el título sería fantástico. Pero si desde allí mismo me clava su yo narciso en la retina, pues...

Con la covid-19, la cosa se ha intensificado hasta el paroxismo. El “yo me quedo en casa” nos lo hemos tenido que tragar a paladas y me temo que así seguirá siendo en las variantes de las fases del desconfinamiento y lo que nos quede por recorrer en esta crisis-espejo de lo que somos.

Cabe pensar que este yo redundante y continuadamente usado es efecto del dominio anglófono de la esfera pública y de la privada. Puede, claro. Pero la explicación no convence ni aclara. Demasiado fácil. Deja de lado su sombra, el efecto en el habla y en la escritura del olvido y el rechazo de las formas educadas de hablar de uno mismo y de expresar sentimientos, opiniones, preguntas, declaraciones privadas y públicas. ¿Una pandemia interminable?

Archivado En